La revista The Economist describió recientemente la primera fase de las elecciones cubanas como la más democrática, considerando que, salvo delincuentes y enfermos mentales, todos los cubanos mayores de 16 años pueden postularse como delegados de circunscripción; los candidatos, elegidos en asambleas vecinales, aparecen en las papeletas; y los ciudadanos respaldan a su favorito en votación secreta.
La publicación dedicó un reportaje a las tretas ─entre ellas acusaciones falsas y secuestros policiales a la hora de las nominaciones─ mediante las cuales las autoridades se aseguraron de que no llegara a postularse ningún candidato opositor, de 182 que buscaron la candidatura.
Aún así, en las votaciones del pasado domingo, que se realizan cada dos años, más de 1 millón 850.000 cubanos se abstuvieron de votar o invalidaron sus votos al dejarlos en blanco o hacer que fueran anulados, de acuerdo con los datos preliminares revelados por la Comisión Electoral Nacional.
Esas cifras oficiales indican que votó el 85.96 % del padrón electoral de 8,8 millones de personas, la participación más baja desde que se iniciara el actual sistema de votaciones en 1976.
La diferencia de 14,06 % representa a 1 millón 237.280 personas del universo electoral que no fueron a votar.
De las que sí concurrieron a las urnas (7 millones 562.720) el 8.19 % entregó su boleta en blanco o fueron anuladas, lo que equivale a otras 619.386, para un total de 1 millón 856.666 cubanos que, salvo razones ajenas a su voluntad, mostraron apatía o rechazo por la “democracia” socialista.
La cifra es significativa considerando que en Cuba la votación es compulsiva, con los Comités de Defensa de la Revolución en cada cuadra o circunscripción tocando en las puertas desde temprano y acuciando a lo largo de la jornada a los que todavía no han asistido al colegio electoral para que participen.