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Cartas al New York Times sobre el canje de Gross por espías cubanos


Huellas que no se borran: Alan Gross antes de su arresto y después de cuatro años preso en Cuba.
Huellas que no se borran: Alan Gross antes de su arresto y después de cuatro años preso en Cuba.

Los investigadores William Leogrande y Peter Kornbluh afirman que hay precedente histórico para un intercambio de ese tipo.

En su sección de cartas al editor, el New York Times publica el jueves dos correspondencias en relación con el editorial del 3 de noviembre bajo el título "Un intercambio de prisioneros con Cuba", firmada la primera por Arte Heitzer, presidente del subcomité de Cuba de la Asociación Nacional de Abogados, y la segunda, por los escritores Willian Leogrande y Peter Kornbluh, coautores del libro La Historia Oculta de las negociaciones entre Washington y La Habana.

Para Heitzer, el editorial apunta hacia una solución razonable a un obstáculo importante en la normalización de las relaciones de Estados Unidos con Cuba pero, según escribe a continuación, "no mencionó algunos hechos clave". A pesar de las referencias a los "espías cubanos convictos", destaca Heitzer, "el juicio de siete meses de estos agentes cubanos no presentó pruebas de que habían obtenido alguna información clasificada".

Heitzer saca a relucir la versión cubana de que su misión principal era controlar y prevenir el terrorismo planeado por exiliados en Miami contra Cuba y cita al periodista canadiense Stephen Kimber, quien en un libro sostiene que "ninguno de los cinco hombres fueron acusados de espionaje real (ya que no tenían información clasificada), aunque el jurado de Miami los declaró culpables de una "conspiración" o un plan para cometer espionaje".

La carta de Heitzer concluye con un argumento de Joe Whitley, quien fue consejero general para el Departamento de Seguridad Nacional: "Ellos vigilaban figuras como Orlando Bosch, a quien se le dio refugio seguro en los Estados Unidos por más de 20 años hasta su muerte en 2011".

Por su parte, la carta de los investigadores Leogrande y Kornbluh comienza señalando la ausencia de un componente crucial para que pueda llevarse a cabo un intercambio de prisioneros entre los tres espías cubanos y el subcontratista Alan Gross: "el precedente histórico para un intercambio de este tipo".

"Dos ejemplos de intercambios de prisioneros entre Estados Unidos y Cuba son particularmente relevantes. En 1963, el presidente John F. Kennedy liberó un cubano condenado por disparar accidentalmente y matar a una niña de 9 años de edad, y puso en libertad a otros tres cubanos que habían sido arrestados por cargos de conspiración para cometer actos de sabotaje en Nueva York".

Ambos cuentan que la respuesta de Cuba no se hizo esperar e inmediatamente "liberó a más de dos docenas de ciudadanos estadounidenses encarcelados en las cárceles cubanas, acusados de actividades contrarrevolucionarias, entre ellos, un equipo de tres agentes de la CIA capturados cuando intentaban plantar técnicas de escucha en un edificio en La Habana".

Asimismo, Leogrande y Korbluh recuerdan cómo en septiembre de 1979, el presidente Jimmy Carter aceptó un pedido de clemencia del Departamento de Justicia y liberó a tres nacionalistas puertorriqueños, entre ellos Lolita Lebrón, quien había sido condenada por abrir fuego dentro del Congreso, hiriendo a cinco legisladores. Como parte de un "intercambio humanitario" no declarado, negociado tras bambalinas, 11 días después Fidel Castro liberó a cuatro agentes de la CIA. Y concluyen: "Obama debería tomar nota y actuar con determinación y por el bien de los intereses nacionales, para traer de regreso con su familia al estadounidense encarcelado".

Los escritores son coautores de El canal oculto hacia Cuba: La historia de las negociaciones entre Washington y La Habana.

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