El libro de Alejandra Suárez titulado “Mi padre, un espía ruso. La historia de Trigon contada por su hija y sus memorias desclasificadas”, no es sólo un libro muy especial en la materia, sumamente bien hilado y escrito, además nos muestra la verdad desde los sentimientos, pero por encima de todo desde el pensamiento y el análisis de diversos contextos geopolíticos, y desde el pasado con una proyección actual.
Contar la vida de uno de los progenitores resulta siempre un ejercicio difícil, porque se puede caer cómodamente en el subjetivismo más empalagoso. No es para nada este caso. Aunque en dos o tres ocasiones la autora nos aclara que ella pudiera no ser objetiva, en realidad tampoco cae en el lado opuesto.
Este es un libro que no sólo merece lectura inmediata, también un aplauso justo y duradero. Porque al escribir este libro, al decidir publicar las memorias de Aleksandr Ogoródnik, agente Trigon, su padre, Alejandra Suárez no sólo le hace justicia a la memoria de quien hizo posible su existencia, además honra a una gran cantidad de hombres y mujeres que al igual que su padre tomaron consciencia a tiempo del peligro del comunismo y decidieron luchar por la libertad y por la verdad, y en ello les fue la vida.
No me gusta leer los libros de un tirón, no me agrada que antes de que yo los devore, los libros me devoren a mí. Sin embargo, he disfrutado siendo devorada en una primera lectura y después he gozado al devorar yo cada palabra que conduce a una significación dentro de la historia, muy precisamente dentro de la Guerra Fría, que como bien subraya su autora, nunca acabó entonces, y no ha acabado todavía ahora, con la guerra de Rusia contra Ucrania, con el papel de Rusia en la actualidad frente a China, Cuba inevitablemente presente, mucho más peligrosa de lo que en realidad podrían suponer.
“Este testimonio es un homenaje a la vida, a las raíces, a la historia, y a la memoria, pero también es una voz crítica, necesaria y absolutamente actual que nos transporta a una Rusia marcada por los secretos y el autoritarismo”, así presenta el texto la editorial Ediciones B en la carátula del libro.
Alejandra Suárez nació en Madrid en 1975, fruto de la relación que Pilar Suárez Barcala (madre soltera, por eso tiene sus apellidos) mantuvo con Aleksandr Ogoródnik, diplomático y economista soviético reclutado por la CIA como agente en Bogotá.
Imperdibles los pasajes de las vivencias de Ogoródnik en Cuba, en Santa Clara, y el trabajo minucioso que se hizo con los estudiantes cubanos en la universidad de Santa Clara, así como en otros espacios de la vida del cubano de aquella época de profunda efervescencia revolucionaria.
‘Mi padre, un espía ruso’, es algo más, mucho más que un relato fascinante, es un volumen muy necesario para entender lo que estamos viviendo en Europa y en Hispanoamérica. El padre merece ese reconocimiento que tanto reclama con toda razón su hija de parte del mundo libre, de Estados Unidos. Alejandra Suárez, por otra parte, merece poder acercarse todavía más a la figura de su padre, siendo reconocida por su familia, por su país, Rusia, y por los lectores del mundo entero que seguramente seguirán siendo numerosos.
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