LA HABANA, Cuba.- Además de las horas de incertidumbre y el miedo a los fuertes vientos, y luego los días difíciles sin corriente y sin agua, son muchas las razones que originan disgusto ante los daños provocados por el huracán Irma.
Por ejemplo, al ver las imágenes publicadas en los medios sobre tantas viviendas precarias destruidas en distintas provincias, Ulises, un joven de Niquero que lucha por establecerse en la capital, apunta: “Fíjate que todo lo que se ve son tablas podridas y tejas rotas de fibrocemento. Ellos saben que eso no aguanta, pero solamente dan crédito para ese tipo de cubierta”. Al respecto rememora Ricardo Castellanos, un amigo ex rastrero, que cuando llegaba a alguno de estos pueblitos, le parecía que estaba en uno de esos poblados que aparecen en las películas del oeste.
“Todos los años es lo mismo”, reflexiona Miguel Perdigón, un joven pinareño. Los vientos se llevan las tejas de fibrocemento y de zinc, y como sucede en Pinar, si pasa más de un ciclón seguido, hay quien está pagando un techo cuando pierde el siguiente, y tiene que seguir pagando los dos”.
Otro vecino analiza: “Mientras sigan construyendo las casitas de madera con techos de yagua o tejas de fibrocemento, se seguirán cayendo con cada ciclón. ¡Lo que hay que hacer es ayudar a toda esa gente a que hagan sus casas de mampostería y placa!” Ciertamente, cada temporada ciclónica son más los cubanos damnificados. Crece la propaganda al sistema de defensa contra huracanes, pero no se destinan más recursos al fondo habitacional para resistir los embates de la naturaleza.
Para este ciclón se evacuaron casi 2 millones de personas, según la prensa, el 86 % en casas de vecinos y familiares con viviendas sólidas. No son pocos los que al regresar a su hogar se encuentran con que han perdido sus casas y todos sus bienes. “Mi mamá perdió todo en Santiago de Cuba. Por la televisión hablan mucho de ayuda, pero si no fuera por mi hermana que le manda dinerito y con eso se está haciendo una casa buena de placa, todavía estaría esperando”, me comenta una cuentapropista que no da su nombre por temor a que le quiten la licencia.
Llamo a una vecina para comentar el Noticiero Nacional de Televisión y opina que es una falta de respeto lo que dijo el dirigente de Turismo (“Los daños del turismo son daños a las estructuras ligeras, y ya casi se han solucionado; ya estamos recibiendo turistas y para la temporada alta –segunda quincena de noviembre– todo estará arreglado”). Mientras conversamos, pasan imágenes de los damnificados levantando sus casitas con troncos y tablas de palma. Les llaman casas alternativas. Ella suspira: “Menos mal que aunque sea les van a poner piso de cemento”.
Le pregunto a Raúl, un vecino, si ha visto recoger la basura, y me responde: “Hace 3 días una brigada de Aguas de La Habana recogió un gigantesco basurero en 12 y Rodríguez Fuentes. Mientras esperaba para preguntarles si iban a recoger el de frente a mi casa, me dijeron que ellos eran de apoyo. No sé lo que querían decir, pero se fueron y no volvieron. El problema es que no recogen la basura de antes del ciclón, ni la de después”, agrega, “y las ratas, entre otros vectores, están alborotadas. Parece que nos estuvieran castigando por las protestas que hubo en el municipio. En esos lugares sí pusieron la electricidad enseguida y recogieron la basura”.
“Se cayó el árbol de Dolores y 15”, me dice una señora, “es que no podan los árboles sanos ni cortan los enfermos, que abundan en la ciudad”. En cierta ocasión, Irene, la ingeniera agrónoma de la tienda consultorio agrícola de Dolores y 16, me comentó que había reportado más de 200 árboles enfermos para talar. Han sido los ciclones los encargados de hacerlo. Uno de ellos era el de Dolores.
Otro problema frecuente es el de la iluminación. “Me cansé de caminar buscando velas”, me cuenta un joven, “al final una vecina me prestó un farolito chino, pero tampoco encontré luzbrillante (queroseno) para echarle. Tuve que hacer una chismosa con aceite de comer. Es que tengo una niña de dos meses y no podíamos estar a oscuras”.
“Los agros están pelados”, afirma todo el que va en busca de algún alimento, ya sean viandas, vegetales o carne. Entre ellos José, desesperado por encontrar huevos, hasta que alguien le dice: “¿Tú no sabes que las granjas avícolas las desbarataron los vientos, y que los huevos por la libre se acabaron?” El aludido responde, asombrado: “No sabía nada, no tengo televisor”.
También muchos se quejan de que hayan suspendido la promoción de recarga de líneas móviles que ya estaba anunciada antes de Irma, cuando la empresa de telecomunicaciones reconoce que la telefonía fundamental en Cuba es la celular. “Así se ahorran los 30 CUC del bono”, opinan algunos, “pues los parientes de afuera seguro les recargan a sus familiares aunque no haya promoción, para estar comunicados. Incluso luego, durante la promoción, muchos volverán a recargarles”.
“Estaba mirando la televisión para ver si hablaban de la distribución de la ayuda humanitaria, porque mi mamá en Holguín tenía una casita muy mala, de esas tejas que llaman infinitas, y le cayó un árbol y acabó con ella”, refunfuña una vecina, “pero lo que vi fue que le estaban cobrando la comida a los damnificados del Vedado. ¡Hay que tener gandinga!”
En efecto, el cobro de colchones, mantas, techumbres, comida, medicinas y otros artículos de ayuda humanitaria, cubanos o provenientes de donaciones, no es nada nuevo en nuestro país. Sucede tras cada desastre, o sin él. De pronto, me doy cuenta de que concuerdo con Raúl Castro: Ningún cubano “quedará” desamparado.
Ya lo estamos.