“Tienen que parar de criminalizar a las personas por contar lo que ya existe”, escribió el martes en su página de Facebook la periodista investigadora cubana Mónica Baró. “Tienen que parar”.
Yo solo cuento lo que ya existe, había dicho antes. Antes de esas líneas y antes de esta ocasión. Aquella otra vez fue discutiendo en un interrogatorio con dos oficiales de la Seguridad del Estado a quienes les encargaron la muy riesgosa misión de asustarla.
“Yo no soy una enemiga, no soy una delincuente”, clama Baró ahora, como si un episodio evidentemente orquestado para infundirle miedo hubiese servido para hacerle sentir que debía explicarse. Pero Mónica Baró ni siquiera debería sentir la necesidad de explicarse, pues se limita a describir la elocuencia de lo que ya existe.
Y lo que existía la mañana del martes frente al edificio donde ella vive era una calle “atiborrada de gente, porque en la esquina hay un mercado para el cual se reparten turnos desde temprano”. Desde la ventana de su apartamento tomó dos fotos del espacio público que se abría ante ella. Y entonces el chivatiente se chivateó.
Allí mismo, delante de todo el mundo, un sujeto a quien llamaremos el chivatiente la amenazó con que iría a buscarla si veía “su foto” publicada. ¿Su foto? ¿Quién le dijo a ese sujeto que la periodista Mónica Baró quería retratarlo?
Ella hizo entonces lo que haría cualquier persona decente y favorable al interés social en una situación semejante: decirle que no se sentía atemorizada y advertirle que llamaría a la policía.
“Te voy a sacar, te voy a sacar”, advirtió luego el policía. Pero no se lo dijo al autor de la amenaza. Se lo dijo a ella, después que ella, desde su ventana, le explicara lo sucedido.
¿Cómo es posible que un policía quiera sacar de su casa a una persona que toma fotos desde una ventana y denuncia las amenazas de un potencial agresor? ¿Cuál es la relación de ese policía con la realidad?
“¿Saben qué fue lo peor? Que no hubo una sola persona que me defendiera”, escribió Baró en su página de Facebook. “De hecho, cuando el policía me amenazó con sacarme de mi casa, hubo gente que empezó a gritar que me fuera a limpiar”. ¿A limpiar?
Si duro es que te amenace alguien, más duro es que te amenace quien se supone que debe protegerte, añadió la periodista.
Cada nuevo esfuerzo por silenciar a Mónica Baró y a los periodistas independentes cubanos viene a ser otra prueba demoledora de que el régimen considera impresentable la realidad que los reporteros se limitan a presentar. Lo que ya existe.
Los que dicen “Uf, qué miedo”, no son los periodistas. Los periodistas independientes cubanos apenas cuentan lo que ya existe, no tienen problemas con la realidad. De hecho, la redimen y le dan todo el valor que merece, porque no la ocultan. Gracias a ellos existe para quienes no la viven.
Son los chivatientes y sus jefes, y los jefes de esos jefes, incluyendo a Raúl Castro y pasando por Miguel Díaz-Canel, quienes temen a lo que ya existe. Son ellos los que encubren la realidad con sus amenazas y los que la disfrazan con su propaganda porque la consideran impresentable.
La testaruda no es Mónica Baró. La testaruda es la realidad.