El día de San Juan, Bautista, que no Evangelista, que se celebra unos días después del solsticio de verano, es uno de los más festejados en España; la tradición quiere que la noche de San Juan se celebre con fuego, así que se encienden hogueras, en los cruces de las calles o, mejor, en las playas. Los gallegos (de Galicia) solemos decir que es la noche más meiga del año. Les explicaré. 'Meiga' es, en gallego, una palabra de las que ahora se llaman polisémicas, es decir, con diversos significados. Por un lado es un pez pleuronectiforme (plano) bastante apreciado. Pero en San Juan no es éste el pescado que nos interesa.
'Meiga', además, significa bruja; pero también otras cosas. Como adjetivo se usa para referirse a algo que atrae, que hechiza; de una muchacha guapa y simpática, atractiva por muchas cosas, se dice que es 'muy meiga' o 'muy meiguiña'. Los demás significados no hacen al caso ahora.
Bueno, las hogueras de San Juan tratan de conjurar a las meigas malas y rendir homenaje al sol. Cuentan que en un principio se celebraba la noche del fuego (la 'nit del foc' de Alicante es famosa) en honor a Hefesto, dios del fuego y la forja, esposo (muchas veces engañado) de Afrodita, llamado por los romanos Vulcano.
Luego, igual que el solsticio de invierno se cristianizó transformándose en lo que hoy es la Navidad, el de verano recayó bajo el patronazgo del Precursor.
En mi ciudad natal, esa noche la gente (muchísima gente) baja a las playas urbanas con 'combustible' (leña) en abundancia. Ya puesto el sol, se prende fuego a esas piras, que se dejan consumir mientras los más atrevidos se dedican a saltar sobre las hogueras hasta que se apagan.
Pero es sabido que donde hubo fuego hay brasas. Y mis paisanos, que son muy prácticos, entienden que sería una pena desperdiciarlas, así que proceden con entusiasmo a aprovecharlas para asar sardinas."Por San Juan, la sardina pringa el pan", dice un refrán, aludiendo a la grasa que este pescado suelta sobre la rebanada de pan con que se acompaña.
Esa noche hay mucha demanda. Tanta, que esa misma mañana, en los mercados coruñeses, las sardinas se cotizaron a once euros el kilo, unos diez dólares, por un pescado que antes se consideraba "de pobres". La cosa tiene pocos lances. Convenientemente saladas las sardinas, se van colocando, sin quitarles nada (ni cabeza, ni escamas, ni tripas: nada), sobre las brasas, con o sin (mejor sin) intermediación de una parrilla.
Cuando el oficiante juzga que una sardina está hecha por un lado, le da la vuelta, con los dedos, que normalmente moja en agua. Y cuando estima que está asada, la retira, la coloca sobre una rebanada de pan y se la pasa al que le toque el turno. Se comen así, a dedo. Si están bien hechas, la piel sale con toda facilidad. Luego es cuestión de ir tomando pedazos de los lomos del
pescado e irlos saboreando con la ayuda del pan y, claro, de vino.
Son una delicia siempre, pero esa noche lo son especialmente. Después, los más prudentes se irán a casa, a darse una buena ducha antes de acostarse, que el olor de las sardinas es potente y pertinaz. Por la mañana, hay que lavarse la cara con el agua de San Juan, preparada de víspera echando en ella determinadas hierbas y flores; esa agua, al revés que las sardinas, huele muy bien.
Y así, entre fuego, sardinas y agua de San Juan, mis paisanos afrontan un nuevo año protegidos de las malas meigas, del mal de ojo y otras calamidades. Sí: es, ciertamente, una noche meiga, aunque yo se la cuente a toro pasado.