Era demasiado temprano para una mañana de domingo, no sé, quizás las 6.30, cuando me despertó un mensaje en twitter de Miguel Deynes, un lector y amigo boricua que lleva béisbol del más puro en su torrente sanguíneo.
"Jorge, ¿es cierto que Joseíto tuvo un accidente?", decía el mensaje.
Deynes se refería a José Fernández, el estelarísimo lanzador cubano de los Marlins de Miami.
Aquí en Miami lo habíamos adoptado como tal, por llevar el mismo nombre y apellido que Joseíto Fernández, el autor de "La Guantanamera", la canción cubana más famosa en el mundo.
Por eso, cada vez que ponchaba a algún bateador rival, Yiky Quintana, la voz en español de los Marlins, decía: "Le cantó La Guantanamera".
“Jorge, ¿es cierto que Joseíto tuvo un accidente?”
Al principio, no me percaté de toda la magnitud que encerraba la pregunta y por accidente entendí algún choque sin mayores consecuencias que alguna lesión que podría sacarlo dos o tres turnos de la rotación.
Pero ya abierto Twitter para responderle a Deynes, la avalancha de notificaciones con la peor de las noticias me despertó de golpe, dolorosamente brutal.
El corazón comenzó a latir a un ritmo inusualmente intenso, como si quisiera salirse del pecho.
José Delfín Fernández, el vencedor de cualquier obstáculo, había muerto esa madrugada en un absurdo accidente marítimo, con 24 años recién cumplidos.
En las más de dos décadas que llevo en Miami, nunca había visto tanta tristeza colectiva, como si hubieran arrancado a un familiar de cada casa.
Se había ido para siempre el ídolo risueño, el de la historia heroica de cuatro intentos por escapar de la isla-cárcel, el que se lanzó al mar en medio de la noche a rescatar a alguien caído al agua, que resultó ser su propia madre.
El que debutó a destiempo, con apenas 20 años y casi de casualidad, por las lesiones de otros abridores más establecidos, y terminó siendo el número uno indiscutido de la rotación y Novato del Año de la Liga Nacional.
El que regresó de la operación Tommy John con energías renovadas y multiplicaba la asistencia cada vez que lanzaba en un Marlins Park erigido fortaleza inexpugnable para sus rivales cuando él subía a la lomita.
El que cinco noches antes había hecho alarde de poderío al dejar sin carreras y con 12 ponches en ocho innings a los Nacionales de Washington para llevarse por 1-0, la que nadie imaginaba sería la última victoria de su carrera.
De pronto, ya no estaba más. Los miamenses comprendimos de la peor manera posible cómo se sintió Puerto Rico en aquel abrupto amanecer del 1 de enero 1973, cuando conocieron la noticia de la muerte de su astro Roberto Clemente.
Así nos sentimos en la Capital del Sol, cubierta de pronto por una sombra de tristeza que, ocho años después, sigue ahí.
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