En unos días el presidio político cubano arribará a 65 años, los mismo que cumplirá la dictadura de los hermanos Castro, devenida en sistema totalitario poco después.
El presidio castrista ha sido particularmente masivo y cruento. Según investigaciones, más de medio millón de hombres y mujeres han pasado por las cárceles cubanas, desde un día a 30 años, como lo ejemplificaran Mario Chanes de Armas e Ignacio Cuesta Valle, quien ha confesado en numerosas ocasiones, con una hidalguía excepcional, que no perdona a sus captores que no lo hayan dejado en prisión un par de meses más para arribar también a los 30 años de cárcel.
La prisión política bajo el castrismo fue una ocurrencia previa al triunfo insurreccional, al igual que los fusilamientos, aunque en honor a la verdad histórica, ambas tragedias, después del primero de enero de 1959, se convirtieron en una atroz epidemia.
Otra característica criminal del castrismo fue la aplicación de su justicia. Las condenas a muerte fueron miles, pero las de prisión, centenares de miles. Las largas sentencias no tenían relación con el supuesto delito cometido, sino con el histerismo del régimen, como lo avala un reciente número de la revista Lux que dirige el insigne Ángel de Fana, un hombre de una fortaleza moral inigualable.
La revista Lux, una publicación fundada en Cuba por los trabajadores del sector eléctrico y promovida en el exterior por el desaparecido dirigente sindical Calixto Campos, en su última edición titula: “En Cuba, condenados a cadena perpetua por tratar de escapar de la dictadura sin que haya ocurrido violencia”.
Realmente, es inaudito que haya personas que pasen en prisión toda su vida, o que la pierdan en el paredón de fusilamiento, por la simple acción de intentar abandonar el país sin recurrir a la violencia, como ocurrió, entre otros casos, con un grupo de jóvenes que asaltaron la lancha Baraguá, que cumplía la travesía del poblado de Regla a La Habana, para escapar hacia Estados Unidos.
Ninguna persona resultó herida, salvo los tres muchachos que Castro condenó a muerte, Enrique Copello Castillo, Bárbaro L. Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac, ejecutados en abril del 2003 en menos de 48 horas, motivando, al fin, la protesta de algunos organismos internacionales y de intelectuales como José Saramago.
Este crimen ocurrió cuando la dictadura ejecutaba uno de sus programas más abusivos, la Primavera Negra de Cuba, en 2003, cuando decenas de periodistas y bibliotecarios independientes fueron apresados sin que les ocuparan un arma y sancionados a más de 25 años de cárcel, mientras, 50 años antes, los hermanos Castro comandaron el ataque al cuartel Moncada, causando la muerte de decenas de compatriotas de ambos bandos, siendo condenados a pocos años de cárcel y amnistiados sin llegar a cumplir dos en prisión.
En el mismo juicio de las condenas a muerte fueron sancionados a cadena perpetua Harold Alcalá Aramburo, Maykel Delgado Aramburo, Ramón Henry Grillo y Yoanny Thomas González; los otros jóvenes fueron sancionados a diferentes penas, incluida la de 30 años de encierro.
El sistema totalitario ha demostrado ser eficiente en muy pocas actividades, pero no hay dudas que merecen la calificación más alta por su capacidad represiva y su habilidad para construir prisiones.
Cuba, en 1958, tenía una prisión por provincia, dos en Oriente y las cárceles del Príncipe y el Reclusorio Nacional para Varones de Isla de Pinos, y la prisión de menores de Torrens. Seis décadas y media después, existen en la Isla al menos 350 prisiones de diferentes características, y personas como Joel Dortha García, quien lleva más de 24 años en encarcelado.
No es un secreto que cualquier prisión es la antesala del infierno. Estar privado de libertad, depender de sujetos que las más de las veces aceptan ese trabajo por la vileza de sus almas, es terrible, pero les aseguro que el sistema totalitario de por si es el averno, así que ignoro el calificativo apropiado para los centros de condenación del castrismo.
No obstante, a pesar de los horrores y abusos sufridos por todos los que han pasado por las cárceles castristas, no conozco un exprisionero político que no se sienta orgulloso de su experiencia, y de compartir con sus antiguos compañeros, a quienes consideran familia. Siempre tengo presente la afirmación de Alfredo Elías y Eraiser Martínez: “esta es nuestra familia extendida”.
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