Sin salir todavía del asombro y el estupor compongo estas palabras para Oswaldo. Cuando empecé a recibir los primeros mensajes sobre a muerte de Oswaldo Payá Sardiñas estaban estrenado el filme “Caballo de guerra’, en una de sus escenas un soldado sale de su trinchera para salvar al corcel y ante la inminencia de la muerte va rezando partes del Salmo 23, “Es Yahvé mi pastor, nada me falta”, como nada debe faltarle ahora a quien es y será el hombre-puente, hombre-diálogo, hombre-país.
Los mensajes abarrotaban mi teléfono con las etiquetas #OswaldoPayá y la mención @OswaldoPaya. Las preguntas de los amigos de todos los rincones, de la isla y del mundo. El cerco policial al hospital de Bayamo, los detalles del incidente fatal, las dudas por un testimonio sobre ula persecución policial, los equipos de construcción en medio de la vía en la curva El Naranjo. Las preguntas. Las respuestas. Las palabras. Las malditas palabras.
Es difícil pensar en Payá y no remontarse a la ya conocida foto de la Agencia EFE donde él, Antonio Díaz Sánchez y Regis Iglesia van acercándose en aquel 10 de mayo de 2002 a la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular para entregar las 11025 firmas de ciudadanos que apoyaron el Proyecto Varela”. Ahí estaba la cartografía de la Cuba del mañana. Lo digo porque ahora los rostros de los tres se me confunden con los de cientos de opositores anónimos, sin una marca visible para el jolgorio “massmediático”, ellos que gestaron y recogieron esas voluntades.
El más insignificante de los disidentes cubanos vio pasar por sus manos una planilla, una copia o resumen de la gama de estrategias que Payá quiso hacer sintonizar para que Cuba fuera diferente. Amén de virtudes, defectos y contradicciones ahí estaba su grandeza. El régimen cubano tuvo que mover, en un acto de acrobacia para la obediencia, al pueblo para enmendar aquellos artículos que daban un resquicio de libertad y que eran letra muerta en la Constitución hasta que a Oswaldo Payá le dio por agarrarse de ellos.
El Proyecto Varela” fue una palanca que movió al país.
Pienso en Payá, pero también en Osmel Rodríguez (El chino de Manicaragua), en Ezequiel Morales y Juan Carlos Reyes Ocaña, en los hermanos Ferrer-García en aquel entonces, y en cientos de cubanos que armados de valor se fueron por el país oscuro que tuvimos a buscar las firmas para el Proyecto Varela, a juntar los deseos de ser libres o soñar con ese tesoro que es la libertad. No apoyé todas las iniciativas de Payá, y por eso me gané su amistad. La primera vez que nos vimos escuchó mis argumentos sin interrumpirme. En el año 2007 me invitó a que revisara el borrador de algo que ‘cocinaba’ hacía meses y todavía agradezco aquel gesto, aquella argucia para hacerme participar. Desde entonces me llamaba o lo hacía yo.
Las primeras personas cercanas que me hablaron de él fueron el Padre Olbier Hernández y el Diácono Andrés Tejeda y lo hicieron como quien describe a un ser contradictorio, servicial, reconstructor. Ellos y la manera en que el ex-presidente norteamericano James Carter de alguna forma lo sentó aquel día de 2002 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana dibujan el rostro de Payá Sardiñas en el tapiz de una Cuba que se cuece para todos. Pero no vendrá sola, tendremos que buscarla entre todos.
Nota: Esto lo publiqué hace un año, no tengo nada que decir que no haya dicho entonces, he aquí otra vesz, el rexto dedivivo.
Publicado en Cruzar las Alambradas el 22 de julio del 2013
Los mensajes abarrotaban mi teléfono con las etiquetas #OswaldoPayá y la mención @OswaldoPaya. Las preguntas de los amigos de todos los rincones, de la isla y del mundo. El cerco policial al hospital de Bayamo, los detalles del incidente fatal, las dudas por un testimonio sobre ula persecución policial, los equipos de construcción en medio de la vía en la curva El Naranjo. Las preguntas. Las respuestas. Las palabras. Las malditas palabras.
Es difícil pensar en Payá y no remontarse a la ya conocida foto de la Agencia EFE donde él, Antonio Díaz Sánchez y Regis Iglesia van acercándose en aquel 10 de mayo de 2002 a la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular para entregar las 11025 firmas de ciudadanos que apoyaron el Proyecto Varela”. Ahí estaba la cartografía de la Cuba del mañana. Lo digo porque ahora los rostros de los tres se me confunden con los de cientos de opositores anónimos, sin una marca visible para el jolgorio “massmediático”, ellos que gestaron y recogieron esas voluntades.
El más insignificante de los disidentes cubanos vio pasar por sus manos una planilla, una copia o resumen de la gama de estrategias que Payá quiso hacer sintonizar para que Cuba fuera diferente. Amén de virtudes, defectos y contradicciones ahí estaba su grandeza. El régimen cubano tuvo que mover, en un acto de acrobacia para la obediencia, al pueblo para enmendar aquellos artículos que daban un resquicio de libertad y que eran letra muerta en la Constitución hasta que a Oswaldo Payá le dio por agarrarse de ellos.
El Proyecto Varela” fue una palanca que movió al país.
Pienso en Payá, pero también en Osmel Rodríguez (El chino de Manicaragua), en Ezequiel Morales y Juan Carlos Reyes Ocaña, en los hermanos Ferrer-García en aquel entonces, y en cientos de cubanos que armados de valor se fueron por el país oscuro que tuvimos a buscar las firmas para el Proyecto Varela, a juntar los deseos de ser libres o soñar con ese tesoro que es la libertad. No apoyé todas las iniciativas de Payá, y por eso me gané su amistad. La primera vez que nos vimos escuchó mis argumentos sin interrumpirme. En el año 2007 me invitó a que revisara el borrador de algo que ‘cocinaba’ hacía meses y todavía agradezco aquel gesto, aquella argucia para hacerme participar. Desde entonces me llamaba o lo hacía yo.
Las primeras personas cercanas que me hablaron de él fueron el Padre Olbier Hernández y el Diácono Andrés Tejeda y lo hicieron como quien describe a un ser contradictorio, servicial, reconstructor. Ellos y la manera en que el ex-presidente norteamericano James Carter de alguna forma lo sentó aquel día de 2002 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana dibujan el rostro de Payá Sardiñas en el tapiz de una Cuba que se cuece para todos. Pero no vendrá sola, tendremos que buscarla entre todos.
Nota: Esto lo publiqué hace un año, no tengo nada que decir que no haya dicho entonces, he aquí otra vesz, el rexto dedivivo.
Publicado en Cruzar las Alambradas el 22 de julio del 2013