En la noche del 25 de febrero de 1956, pese a las divergencias que cohabitaban en el poderoso partido comunista de la otrora URSS, un antiguo peón del sanguinario José Stalin, Nikita Jrushchov, leyó el famoso "Discurso secreto" en el cual denunció a Stalin por haber violado las normas acerca del liderazgo colectivo, la represión contra los viejos bolcheviques, el culto a la personalidad desarrollado en torno a su persona y la exageración de su rol en la II Guerra Mundial, entre otras denuncias.
Desde luego, la Rusia soviética siguió orientada por la doctrina comunista otros 33 años. Pero al final de una era, por lo general, los subalternos suelen devorar a sus padres políticos.
En 1986, durante el VI Congreso del Partido Comunista en Vietnam, se abandonó formalmente el modelo económico marxista y se comenzó a introducir elementos del mercado como parte de un amplio paquete de reformas económicas llamadas Doi Moi.
Aún estaba fresca la sangre, después de 30 años casi ininterrumpidos de guerra, primero contra Francia y luego con Estados Unidos. A pesar de morir un cuarto de millón de vietnamitas y 50.000 soldados estadounidenses en la jungla asiática, el Partido Comunista de Vietnam estableció relaciones con su antiguo enemigo y el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley de nación más favorecida, proporcionando créditos, inversiones y tecnologías.
En 1977, el XI Congreso Nacional del Partido Comunista de China, tras la muerte de Mao, condenaba los acontecimientos de la Revolución Cultural, atribuyendo a la Banda de los Cuatro toda la responsabilidad de los errores cometidos.
La ruptura con los años precedentes se confirmaría con mayor claridad un año después, en diciembre de 1978, cuando se celebró la III Sesión Plenaria del XI Congreso Nacional. Esa reunión confirmó la irrupción de Deng Xiaoping como nuevo hombre fuerte del Partido y de manera explícita se condenó la Revolución Cultural, que fue calificada de "catástrofe" y se reiteraron las manifestaciones de condena contra Lin Biao y la Banda de los Cuatro.
La nueva línea oficial del Partido chino aseguraba que Mao había cometido errores, pero atribuía la responsabilidad principal de los mismos a sus seguidores, respetando su figura como gran líder revolucionario.
Con estos antecedentes en naciones que fueron comunistas, o todavía siguen predicando la ideología marxista, se puede determinar un protocolo habitual en etapas de cambios generacionales o forzados por la miseria y atraso económicos y tecnológicos.
Algunos analistas políticos, en sus pronósticos acerca de la nueva Cuba tras la muerte de Fidel Castro y el fin del mandato de su hermano Raúl, suelen hacer cálculos tomando de ejemplos dictaduras occidentales capitalistas como la de Pinochet, Franco en España o Videla en Argentina.
En mi opinión, el análisis es erróneo. La Cuba de los Castro es una combinación exótica de leyes marxistas, nacionalismo barato, sincretismo religioso controlado por el régimen y trozos de islotes de economía de mercado con empresas estatales, casi todas bajo la égida militar.
Su forma de gobierno combina estrategias dinásticas, nepotismo, parlamento amaestrado, tribunales subordinados y un potente control social ejecutado por la omnipresente policía política.
Tiene más dosis de pandillerismo mafioso, basado en la lealtad y el silencio de sus miembros, que en ordenamientos o estructuras de los viejos partidos comunistas en la Europa del este o China.
en naciones que fueron comunistas, o todavía siguen predicando la ideología marxista, se puede determinar un protocolo habitual en etapas de cambios generacionales o forzados por la miseria y atraso económicos y tecnológicos.
Dicho esto, flota una interrogante. ¿Qué se puede esperar en Cuba del próximo VII Congreso del Partido Comunista? Es evidente que Raúl Castro intenta reconducir la manera de gobernar. Del caudillismo personal y delirante de Fidel Castro, administrando el país a golpe de voluntarismo y campañas, a una tecnocracia partidista donde el partido sea el amo y rector de la nación.
La estrategia de Castro II es aplicar un programa de gobierno donde el líder no sea un hombre sino el partido, en el caso de Cuba secuestrado por una junta militar que controla el 75% de la economía insular.
Los cubanos de a pie no esperan grandes cosas del VII Congreso. Nadie en la calle apuesta por un decreto que eleve los míseros salarios, un plan maestro para construir viviendas o un proyecto coherente para mejorar la calidad de vida.
Los rumores de la calle cubana
Rumores sobran. Se dice que el evento podría promulgar un nuevo marco jurídico para que los emprendedores privados cubanos puedan invertir en su propio país con empresas extranjeras.
Se habla de que abriría la talanquera al capital de los cubanos en la diáspora. Se piensa que se aprobaría una nueva ley electoral que permitiría espacios a una oposición leal y moderada.
También se comenta la puesta en vigor de una nueva ley de medios con mayor autonomía y más flexible para la acreditación de la prensa extranjera.
Pero todo son especulaciones. Algunas con su dosis de morbo. Como la posibilidad de que Fidel Castro haga acto de presencia en la inauguración o la clausura, teniendo en cuenta que la cita partidista coincidirá con el 55 aniversario de la victoria en Playa Girón o la derrota en Bahía de Cochinos, según el lado desde el cual se rememoren aquellos días de abril de 1961.
La realidad es que los documentos a debatir se han discutido de manera secreta, sólo con los mil delegados que estarán presentes en el Congreso, desatando las críticas de un número importante de militantes de base.
Las recientes apariciones de Castro I, primero con su impopular reflexión titulada "El hermano Obama" y después hablando en una escuela primaria, son un cortafuegos para los que apoyan las reformas dentro del partido.
De cualquier forma, el VII Congreso será la última asamblea donde se elija a un presidente de apellido Castro. Para 2018, Raúl piensa jubilarse y se iniciará una sucesión política.
Hay quienes apuestan por un neocastrismo con vetas liberales, pero manteniendo el control social. Pero habrá que esperar, en cuestiones de vaticinios, las naciones comunistas son impredecibles.
El VII Congreso pudiera ser importante o intrascendente. Como los que le han antecedido.