Parece que parte importante de la comunidad judía cubana, por temor o por presión, le ha dado la espalda al contratista americano de 62 años de edad, Alan Phillip Gross.
Me arriesgo a predecir que no cumpliría en prisión ni un par de años de sanción, si su familia y los letrados vinculados al caso hacen pública la sentencia, utilizan la vulnerabilidad del vulnerable, buscan comprensión y suman a ciertos miembros de la colectividad judía internacional. Por supuesto, no me estoy refiriendo a la incuestionable ayuda que sería una campaña precedida de una carta abierta clamando libertad, firmada por personas prestigiosas. Yo hablo de encontrar, además de solidaridad, las buenas acciones de conocidos judíos como mi buen amigo Enrique Rotenberg, el enigmático empresario y jubilado del Mossad Rafael (Rafi) Eitan, o el carismático azucarero francés Serge Varsano, que tienen palabras de peso y son escuchados en Cuba.
La conexión a Internet en la isla es regulada y controlada, para qué abundar sobre ese tema; pero no existe una ley que la prohíba. Y según el código penal, no se puede sancionar lo que no está penalizado.
Los exiguos “receptadores” de lo que algunos tremendizan como sistemas de infocomunicaciones, aunque niegan conocer al ciudadano estadounidense encarcelado, solo son descendientes de asquenazis y/o sefaradíes con avidez de información. No está prohibido, y no existe un peligro social. La única contravención del condenado a 15 años de privación de libertad, ha sido violar regulaciones fronterizas específicas para un país, no la seguridad de un Estado. Sus cómplices no son disidentes ni opositores, sino inexpertos o corruptos funcionarios aduanales. Y aunque se habla de un proyecto subversivo del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba; el móvil evidente solo es desanonimar a un minúsculo grupo integrante de una comunidad marginada en una sociedad marginadora.
La política no tiene lugar; y aquí el espionaje, sobra. Pero aún así, La Sala de los Delitos contra la Seguridad del Estado del Tribunal Supremo Popular, máximo órgano de justicia en Cuba, emite una resolución desestimando impugnaciones u otros recursos legales. El gobierno necesita una ficha para presionar, Alan Gross es su jugada. Ahora se sienta a esperar, y como guardián sobornable luchando por sobre cumplir el plan, glorifica su hipertrofia testicular escondiendo bajo la mesa el indulto para negociar.