LA HABANA, Cuba.- La reciente presentación en la Casa de la Poesía, frente a la Plaza de la Catedral, de una edición facsimilar que recoge en libro los ocho números de la revista Diáspora(s) Documentos, fue un suceso inusual y loable que, además, protagonizó el propio autor de la compilación, el ensayista e investigador español Jorge Cabezas Miranda.
Inusual fue, y loable, por muchas razones, entre ellas lo que representó el grupo Diáspora(s), fundado en 1993 —con su revista, que apareció entre 1997 y 2002—, para la vida literaria, cultural e incluso política de Cuba en el cambio de siglo, y ello sin ningún impacto mediático en el país y sin resultar conocido mucho más allá del ámbito de las letras.
Según Cabezas, Diáspora(s) fue “un proyecto radical en el estilo, radical en las temáticas, radical en su posicionamiento ante la comunidad literaria y radical frente al poder”. Estos ingredientes lo convertirían rápidamente en uno de los mayores dolores de cabeza para los comisarios culturales de los incómodos años noventa.
Sus miembros fueron censurados, acosados y vigilados por la policía política y por la policía cultural. Altos funcionarios como Abel Prieto y Fernando Rojas asumieron su misión muy a pecho. Prieto, que muchos veían con un halo de campechanía y tolerancia, demostró esa incondicionalidad feroz con el castrismo que luego luciría con desparpajo.
Pero los miembros del grupo —Rolando Sánchez Mejías (1959), Carlos Alberto Aguilera (1970), Ricardo Alberto Pérez (1963), Pedro Marqués de Armas (1965), Rogelio Saunders (1963), José Manuel Prieto (1962), Radamés Molina (1968) e Ismael González Castañer (1961)—, fuertemente cohesionados, no pudieron ser ni penetrados ni atemorizados por la Seguridad del Estado, como otros proyectos culturales de la época.
Como el control ideológico sobre los creadores ya no alcanzaba a ser tan férreo como en décadas anteriores, casi todos los escritores de Diáspora(s) habían publicado ya algún título e incluso varios habían obtenido premios literarios, lo que les otorgaba cierto reconocimiento y los colocaba legítimamente en el gremio de las letras.
Cabezas admiró cómo describe el estudioso Enrique Saínz la aparición de aquella pequeña y peligrosa tropa: “El desembarco del grupo y la revista Diáspora(s), a finales del siglo XX, causó una suerte de estremecimiento en las letras cubanas”.
Sánchez Mejías, su proa, había presentado así el primer número: “Un poquito de terror literario —sobre todo en los medios de representación— no le haría daño a la nación (…) entendida como el lugar de las Letras; al Canon Nacional de las Letras, siempre inflacionario —hasta el ridículo— en cualquiera de sus aspectos”.
Cuenta el editor que había escuchado hablar “un poco legendariamente” sobre aquel grupo, pero sin haber leído nunca la revista: “Luego supe que había circulado en fotocopias”, independiente de toda institución, “que quedaban muy pocos ejemplares y que, además, la mayoría de los miembros se había ido de Cuba”. Se le ocurrió entonces hablar con ellos y proponerles recuperar y reunir en una edición facsimilar los ocho números de la revista.
Pero comprendió pronto que Diáspora(s) había hecho un acercamiento muy tajante a la escritura, muy diferente al de sus compañeros de generación, y él solo no se bastaría para explicar todo ese fenómeno. Contactó, así, con estudiosos de la literatura cubana y con críticos que hubieran escrito sobre el grupo.
Por eso, en el libro se incluyen textos y entrevistas con Jorge Luis Arcos, Rito Ramón Aroche, Enrique Saínz, Caridad Atencio, Víctor Fowler, Antonio José Ponte, Reina María Rodríguez, Duanel Díaz, Jesús Jambrina y Daniel Balderston, entre otros, además de entrevistas a los miembros y colaboradores de la revista, antecediendo a la compilación de los números.
Subrayemos una atinada intuición del editor: “Aparte del valor literario de todo lo que atañe a Diáspora(s), tengo también la certeza de que su trabajo constituyó un gesto cívico de primera magnitud”. Aún más, se pregunta: “¿Por qué no destacar ese aspecto cívico si pienso que a Cuba no le sobran en este momento referentes propios, reales, de esa época, que puedan servir de inspiración o ayuda para recuperar una fe que, en este último viaje, me parece un poco perdida”.
Hay que recordar que grupo y revista surgieron y se desarrollaron mientras se afirmaba la perestroika, desaparecía el campo socialista, se desintegraba la Unión Soviética y en Cuba despuntaba la esperanza de grandes cambios o, al menos, de una apertura al mundo. Ya sabemos que la reacción del castrismo fue enquistarse y sobrevino el Período Especial.
Ante el desastre nacional, dice Cabezas, “unos artistas deciden irse, otros se quedan; hay exilio e insilio, hay censura y autocensura, hay supervivencia. Lo que hace Diáspora(s) es armar una especie de maquinaria de guerra de papel, con apariencia muy sencilla por la escasez de recursos, pero con importantes ideas adentro, pues el motor que mueve esa maquinaria, esa denuncia, ese diálogo contra el totalitarismo, es muy potente”.
Resaltemos también que esta edición no es una defensa a ultranza del grupo, pues se incluyen opiniones muy diversas y críticas de especialistas y de los propios participantes en el proyecto, procurando una visión lo más objetiva posible del significado de aquel fenómeno.
La compilación recoge, atinadamente, una Carta abierta a los escritores cubanos publicada por Sánchez Mejías en El País en 1996, donde, a partir de un incidente con las autoridades, denuncia: “Anulado el espacio institucional necesario para su existencia —sociedad civil, revistas y periódicos autónomos, libertad de opinión, ausencia de censura política, etcétera— desaparece el intelectual. Así, los «políticos» y «funcionarios de las ideas», tienen el campo libre, sintiéndose, entonces, como los únicos facultados en dirimir el futuro del país”.
Veinte años después de aquel primer número, el nombre del grupo y de su revista describe en una sola palabra el infortunado destino de aquellos escritores y de incontables artistas, aparte del de cientos de miles de cubanos, dispersos todos por el mundo, desparramados como por algún brutal manotazo.
[Este artículo de Ernesto Santana Zaldívar fue publicado originalmente en Cubanet]