Cerca de las doce de la noche del martes
18 de marzo de 2003 iba camino a mi apartamento en el barrio de La Víbora cuando, desde el balcón, unas señas incomprensibles de mi madre encienden las alarmas.
Fueron años duros. Mi madre y yo escribíamos notas para la agencia de prensa independiente Cuba Press, prohibida por el régimen, que dirigía el poeta y periodista Raúl Rivero. Éramos detenidos, intimidados o advertidos por cowboys de la Seguridad del Estado con demasiada insistencia.
Fidel Castro, meticulosamente, había preparado su escena del "crimen".
Desde febrero de 1996, cuando aviones Migs derribaron a cuatro avionetas civiles de Hermanos al Rescate, y con la vuelta de tuerca al embargo por parte de la Administración de Bill Clinton, el caudillo verde olivo desató sus furias en la oposición pacífica.
En 1999, el obediente y monocorde parlamento nacional había aprobado la Ley 88, una plataforma legal que permitía al Gobierno encarcelar con penas de hasta 30 años a disidentes, activistas de Derechos Humanos y periodistas libres.
Los actos de repudio en nuestros domicilios eran frecuentes. Se vivía un clima de miedo. Pero seguíamos redactando historias de la otra Cuba, ésa que nunca aparecía reflejada en la prensa oficial.
Aquella noche, mi madre me cuenta que había ido a entregarle unos trabajos a Raúl Rivero en su casa, en Centro Habana y que, nada más llegar, Raúl le dice que la Seguridad estaba registrando en las viviendas de Ricardo González Alfonso y Jorge Olivera y que, una vez terminados los registros, se los llevarían detenidos.
"Me dijo que regresara enseguida y te avisara, porque en cualquier momento nos vendrían a buscar a los dos".
Dos días después, el jueves 20 de marzo, Blanca, la esposa de Raúl, nos comunica que alrededor de las cinco de la tarde lo habían detenido. "El operativo fue tremendo. Cámaras de televisión, varios autos y decenas de policías, como si fuese un terrorista. Pero cuando los vecinos se enteraron salieron a la calle y varios gritaron", nos dijo.
En las siguientes horas y en días posteriores conocimos de otras detenciones de colegas en la capital y provincias. Sus armas, máquinas de escribir. Su delito, soñar con la democracia en Cuba.
Yo andaba con un cepillo de dientes y una cuchara en la mochila. El ambiente era opresivo. Se sucedían los secuestros de aviones comerciales y embarcaciones. En un juicio sumario, Fidel Castro ordenó fusilar a tres jóvenes negros que habían secuestrado una vieja lancha de pasajeros.
Fue una ejecución de Estado.
El análisis del régimen, aprovechando el inicio de la guerra de Irak, era que la razia pasaría inadvertida. No fue así. Presidentes, intelectuales y medios internacionales resaltaron la ola represiva. En las peticiones fiscales se solicitaba la pena de muerte a siete opositores.
Años después, Raúl Castro, elegido a dedo presidente por Fidel, presionado por la muerte tras una huelga de hambre del disidente Orlando Zapata Tamayo y las marchas de las Damas de Blanco exigiendo libertad para sus esposos, padres e hijos, inició negociaciones para liberar a los opositores conformando una troika con la Iglesia Católica y el canciller español Miguel Ángel Moratinos.
La autocracia militar emprendió tibias reformas económicas, imprescindibles para mantenerse en el poder. Se cambiaron los muebles de lugar, pero se mantuvo el decorado. No fue una apuesta por la economía de mercado o la democracia. No. Era una jugada de supervivencia.
Legalizaron normas absurdas de corte feudal que impedían a los cubanos acceder a la telefonía móvil, alojarse en hoteles, comprar un auto o vender su casa. Pero, estructuralmente, se mantuvo –y se mantiene–, la esencia del régimen.
Trece años después, en la primavera de 2016, usted puede hablar lo que le venga en ganas. Pero no puede crear un partido político, asociación independiente o un periódico impreso.
En el sector económico la apertura es limitada. No existe un marco jurídico coherente para los emprendedores privados, que sin un mercado mayorista donde comprar sus materias primas e insumos tienen que optar por trampas, corruptelas y doble contabilidad.
El Estado sigue clasificando como un presunto delincuente a los trabajadores por cuenta propia.
En los lineamientos económicos del régimen, su biblia sagrada, se advierte que el Gobierno no consentirá la concentración de capitales en manos de particulares. En la nueva ley de inversiones no se permite invertir a los cuentapropistas.
¿Cuáles han sido los cambios de la autocracia cubana?
Las grandes transformaciones llegaron en política exterior. Las líneas maestras de la diplomacia criolla han sufrido un giro de 180 grados durante el mandato de Raúl Castro.
De adiestrar a grupos guerrilleros o terroristas en la isla, a negociaciones para insertarse en mecanismos financieros mundiales; un nuevo trato con Estados Unidos y la UE; mediar entre la iglesia católica y ortodoxa, y ser un actor importante para lograr un acuerdo de paz en Colombia, permitió al régimen de La Habana conformar un expediente conciliador.
Parafraseando al papa Juan Pablo II, Cuba se ha abierto al mundo, pero no a los cubanos. En el plano interno sigue la resistencia de la añeja gerontocracia con sus conceptos anacrónicos de control social, ausencia de libertades políticas y coacción a la libertad de expresión.
En lo económico, las reformas son importantes para el contexto cubano, pero limitadas e insuficientes. Cuando Raúl Castro se mira al espejo no se ve como Jaruzelski, el mandatario polaco que abrió la talanquera a la democracia. Le gustaría que lo recordaran como el hombre que perpetuó la "obra revolucionaria de su hermano Fidel".
Es impredecible pronosticar cómo será el futuro de Cuba. Abrir la caja de Pandora en sociedades cerradas siempre es un juego peligroso. Y, de presunto redentor, se puede pasar a probable sepulturero.
Las percepciones son engañosas. Alfombra roja para el presidente Barack Obama, megaconcierto de los Rollings Stone, un acuerdo con la UE y la inminente firma de un compromiso entre las FARC y el Gobierno colombiano para poner fin al último conflicto armado del continente.
Pero continúa la represión a los disidentes de barricada y las detenciones selectivas. También los bajos salarios, alto costo de la vida y un futuro entre signos de interrogación. Por eso, muchos cubanos optan por emigrar.