La idea me la trajo un colega en una edición de verano de El País Semanal. En el libro Los malos (Ed. UDP, 2015), la escritora Leila Guerrero, acompañada de otros periodistas retrata a 14 bestias humanas en Latinoamérica que empezaron sus vidas como militares, narcos, pandilleros y funcionarios gubernamentales para destacarse por hacer sufrir a los demás. Pocos terminaron en la cárcel.
Pensé en estos aberrados y me vinieron a la mente unos malos compatriotas que nunca van a salir ni en los periódicos en la isla ni están en mucha de la literatura que dice retratar “una Cuba distinta”.
En estos días de cruceros y jaleos de mojitos entre ciudadanos de cualquier parte del mundo y La Habana, pienso en algunos ‘malos’ con uniforme, que van terminando sus vidas con chapas de identificación del Ministerio de Turismo, una empresa mixta o sabe Dios en qué buen puesto.
Aclaro que esto es una breve lista y paseo por cubanos de los que he escuchado y casi nadie habla en el tono de voz en que cualquiera defiende un criterio.
Barrotes, abusos e impunidad
Uno de los más recientes monstruos de los que he escuchado hablar se llama José Boulí Robles y hasta 2010 fungió como Jefe de Orden Interior en la Prisión Combinado de Guantánamo, en Cuba. Me lo contó una noche Anderlay Guerra Blanco, hoy editor de Palenque Visión, un grupo audiovisual independiente en esa provincia. Boulí era el autor de prácticas tan aberrantes como la ‘Shakira’, consistente en amarrar al reo por la cintura y las manos y dejarlo colgando por varias horas hasta hacerlo desfallecer. En ese mismo centro penitenciario y bajo las órdenes del entonces teniente se ha practicado ‘El balancín’, donde amarran al preso a las manos y los pies (por la espalda) y ahí pasa hasta tres días, sobre sus heces y restos humanos.
Cuando pasé el servicio militar en la Prisión Provincial de Holguín conocí a un 1er Teniente, jefe de una escuadra de Orden interior y al que todos llamaban ‘Cheo’. Era un mandamás que había adquirido fama por ser de los que tomaron esa prisión cuando Fulgencio Batista huyó en 1959. Cheo mismo hacía los cuentos de cómo en la década de los 70 del pasado siglo usaba una fina cadena con un balín de hierro en la punta para apaciguar a los prisioneros. Al instrumento le decían La Niña, y cuando sonaba en el llamado Retector (pequeña celda que antecede a la temible zona de los destacamentos), los ‘asegurados’ sabían que sería una noche difícil. Así lo contaba aquel monstruo, jadeante y gozoso una tarde de 1991, ante un círculo de jóvenes reclutas del Servicio Militar Obligatorio.
La prisión de San Ramón, en la provincia Granma, fue en un tiempo uno de los lugares menos agradables para ir a cumplir una condena –ningún lugar lo es. En Cuba se decía que si a algún recluso le informaban que iría de ‘cordillera’ hacia San Ramón, lo menos que podía era autoagredirse, o defecarse en los pantalones.
En 2012, cuando ayudaba a dos colegas extranjeros a coordinar entrevistas con expresos comunes llegué hasta Samuel (oculto su apellido), pasaba de los setenta años de edad, casi la mitad la gastó en cárceles cubanas. Allí me habló de Palomares, un sargento que en la referida prisión gozaba del aberrante espectáculo de ver violar jovencitos. Samuel fue uno de ellos, lo contó con los ojos aguados, por lo que pasó y porque se le acababa la vida y había perdido el rastro de la bestia hacía mucho tiempo ya.
El Régimen especial nacional o “Se me perdió la llave”
En el verano de 1991 se hizo el primer traslado masivo de presos “irreducibles” desde todas las prisiones de Máxima seguridad en Cuba hasta la conocida cárcel kilo 8, en Camagüey. Los soldados de la guarnición en Holguín, que llevaron a los prisioneros hacia la ciudad agramontina, al regresar contaron un espectáculo horroroso.
Al llegar a Kilo 8 los despojaron de las pertenencias, les dejaron esposados de pies y manos como se trasportaron en todo el trayecto, pero los pusieron en una fila y les dieron “un pase”, una paliza que consistió en hacerlos pasar entre dos filas de militares armados de bastones de goma. Muchos llegaban a la puerta del destacamento sangrando o renqueantes. Ese fue el recibimiento.
Los siguientes datos me los ofreció el expreso político José Daniel Ferrer Castillo García, condenado a 25 años de cárcel en la conocida primavera Negra de 2003. A solo unos días de salir de su encierro de siete años lo entrevisté y me dijo lo siguiente:
“El 29 de Julio de 2007, en Kilo 8, en Camagüey, los carceleros asesinaron a golpes a tres reclusos que a su vez habían agredido a otro preso. Ellos mismos avisaron que la víctima se estaba muriendo, entregaron los cuchillos, y los gendarmes, en vez de asistir al herido, la emprendieron a golpes contra los autores del delito. En cuestión de tres o cuatro minutos, más de cuarenta guardias descargaron su ira con cabillas, palos y tonfas contra estos tres hombres. Dos de ellos murieron de manera instantánea, uno dejó un reguero de sesos por el pasillo. El que se salvó, tengo entendido que quedó completamente loco. Los muertos fueron Amaury Medina Puig, de 25 años de edad, y Carlos Rafael Labrada Oses, ambos jóvenes. ¿Qué pasó con los gendarmes? Se las arreglaron con la complicidad de las autoridades y terminaron acusando al que quedó vivo de causar la riña y aduciendo que los muertos fueron a causa de la misma”.
Asegura Ferrer García que uno de los extremos del sadismo lo conoció en la persona de los funcionarios de Orden Interior (FOI) Ángel Abel Jiménez Maure (1er Sub-Oficial), René Montenegro y uno al que llamaban “Lassie”.
Estos militares se jactaban delante de las enfermeras de las palizas que habían propinado a los reos en las sesiones de guardia anteriores. Entre más brutal era la golpiza, más se acercaban a sus pretendidas amorosas.
Según Ferrer, por informaciones obtenidas casi una década después, algunos salvajes que mataron a los reclusos, fueron premiados con mayor graduación, y en otros casos promovidos de cargo. Ahora vuelvo a conversar con Ferrer y asegura que entre los hombres más crueles que ha conocido se encuentran el Tte. Coronel Filisberto Hernández Luis, para entonces jefe de la Prisión de Régimen especial nacional, conocida entre los cubanos como Kilo-8 o “Se me perdió la llave”.
Hernández Luis estuvo a cargo de las medidas contra Orlando Zapata desde que llegó a esa prisión en huelga de hambre. Zapata denunció, solo unos días antes de morir, que Hernández Luis le había retirado el gua de la celda por varios días, lo que le presuntamente le produjo el desenlace final, al morir el 23 de febrero de 2010.
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