Cuando siendo “hijo de Papá”, decidí romper mí burbuja, supe que enfrentaría críticas y amenazas. Pero nunca imaginé que la sonrisa maliciosa y temerosa de Carlos Fernández Gondín, mientras yo era vilmente expulsado del funeral de mi padre por órdenes del General Raúl Castro, quedaría en mi memoria como eterna cicatriz. Deseé haber muerto aquel día.
Hoy no quiero escribir de sus hijos a quienes más que medicación, recomiendo un exorcismo. No ha sido fácil para ellos padecer a un padre que se cree héroe popular y es sólo un montón de medallas. Me place colorear la imagen del ocasionalmente risueño General Gondín, con más prontuarios que historias, a quien llaman “El hada madrina” porque ama hacer números con nombres y convertir a las personas en tema de seguridad nacional.
Pese a su baja estatura, grotescos modales, y horrendo semblante; el General Fernández Gondín es un hombre desprendido y manirroto, sobre todo con lo que no es de él. Digamos que como Faruk, el último monarca egipcio, este referido militar se inclina hacia lo promiscuo, es extravagante y cleptómano.
La minuciosidad es su virtud. Espiando para Raúl, y compartiendo afición por el vodka, llegó a jefe de la Contrainteligencia Militar, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, General de División, Viceministro Primero del Ministerio del Interior, y con la llegada de Raúl a la presidencia de la Republica de Cuba, el empalagoso Gondín pensaba ocupar el trono de su Ministerio. Pero no, las teorías tienen fallas y hasta el imperio romano duró 4 siglos más de lo previsto. Con la entrada en escena de Alejandro Castro Espín como Coronel Coordinador de las actividades de su padre, y la subordinación total del MININT al Vice Almirante Julio Cesar Gandarilla Bermejo, Jefe de Dirección de la Contrainteligencia militar, el único marinero que no sabe nadar; se agudizan los temores de Gondín que, al sentirse desplazado, se dedica a minar en silencio el viejo muro de lealtad.
No hay nada más frustrante para un escalador, que sentirse espectador. Pero su vida continua siendo una suerte de osario. Es tímido, intenso, inusual y casi mudo; severo, prudente, poco escrupuloso, sádico y nada lírico. A pesar de toda su gloria, y aunque goza de los beneficios de una venta de falsas batallas, se muestra paranoico e inseguro. Quizás por eso visita el empíreo terreno de la adivinación con un señor de La Habana. Miramar, para ser exacto.
Hambriento de poder, sabe con exactitud hacia dónde debe correr en situaciones de pánico. Con su arrogante apariencia, y su ridículo atuendo, adora cazar, pescar, y ser constante alegoría de terror. Algunos aseguran que Gondín es un hombre bueno, que no llegó a décimo grado, y desconoce el artículo de La Declaración de Independencia que dice “Cuando un gobierno se vuelve un peligro para sus propios fines, es derecho del pueblo abolirlo”.
“General en jefe, ordene”, ha sido su lema de vida. Pero su tarea de moda – según sus propios comentarios - se reduce a inventar la inminente casualidad, y que además parezca fortuita, como por ejemplo hacer que una de las bellas nietas del jefe resbale y caiga en la cama que ocupa el señor y licenciado, Presidente Rafael Correa, durante una de sus visitas a La Habana. No debemos pensar mal, eso no es proxenetismo, jineterismo, ni asedio al foráneo; es un intento fríamente calculado para cambiar el reparto geopolítico de la región.