Por muchos años he luchado a brazo partido contra mi propia natural tendencia a la radicalización. A medida que me adentraba en esa edad que, por discreción o por delicadeza, llaman "madurez", logré aprender a controlar, hasta un punto razonable, mis impulsos más radicales. En consecuencia, he ganado en serenidad y discernimiento, y sobre todo he conseguido que mis adversarios no me coloquen en el punto que desean: aquel en el que los argumentos y la razón se diluyen bajo el torrente de las exaltaciones.
Este 10 de diciembre, día en que celebramos la declaración Universal de los Derechos Humanos, los asalariados de la dictadura cubana pusieron a prueba mi entrenamiento, al detener arbitrariamente y sin que mediara delito alguno, a Víctor Ariel González, periodista independiente, reportero de 14ymedio.com, colaborador de Cubanet, autor de dos blogs; y, por si todo eso no fuera suficiente, mi hijo menor.
Conducirlo a una unidad policial, retenerlo durante varias horas, amenazarlo y tratar de humillarlo, no fueron exactamente novedades. Son los métodos habituales de los patéticos esbirros, mercenarios al servicio de la longeva satrapía Castro. No necesariamente será la última vez que lo detengan ni será preciso fabricar justificación alguna para hacerlo: Vivimos bajo el imperio del despotismo militar de la castrocracia y la policía política (los mayorales) tiene la deshonrosa misión de perseguir a los que se rebelan (cimarrones) y son un mal ejemplo para la dotación formada por millones de esclavos.
Pero este 10 de diciembre fue mayúsculo por otros motivos, entre ellos la gran cantidad de manifestaciones y conatos subversivos que se produjeron en varias provincias, el notable aumento de cubanos dispuestos a enfrentarse a la represión acudiendo a las convocatorias de grupos opositores y de la sociedad civil, y el aparatoso despliegue de policías uniformados y de civil, que fueron movilizados para arrestar –e incluso arrastrar– a manifestantes y periodistas independientes que trataban de cubrir el acontecimiento.
El miedo de las autoridades a que cunda entre los cubanos el espíritu de libertad resulta ya inocultable; de ahí que la policía política responda puntual y masivamente a cada convocatoria de la oposición, desplegando "la técnica" y gastando los recursos en la inútil faena de evitar lo inevitable: más temprano que tarde alcanzaremos la democracia.
Las Damas de Blanco, una vez más, estuvieron en la mira de los ataques más furibundos de la jauría y de las habituales hordas de repudiantes, así que fueron literalmente cazadas y desterradas fuera de la ciudad o hundidas en los calabozos, mientras otros tantos Judas –dizque "opositores" devenidos agentes de la in-seguridad del Estado, váyase usted a saber bajo qué convincentes chantajes– se dedicaban a detectar y delatar a los periodistas independientes presentes entre el gentío.
Resulta difícil imaginar mayor cobardía que la de los sicarios, porque su prepotencia dimana de la impunidad. Tan espantadizos son que, a pesar de saberse los canes consentidos del régimen, se ocultan tras el anonimato o los nombres falsos para reprimir a ciudadanos con nombres y apellidos, con rostros y con historias, con familias y con hogares. Y en su desenfrenado pavor no paran mientes en utilizar como marionetas a la policía uniformada y a sus unidades, cómplices de bajo costo que no gozan de los mimos oficiales y de las prebendas de los "especialistas" de la represión política.
Por eso, cuando perdí contacto telefónico con mi hijo, y tras un primer instante de ansiedad, encontré la serenidad necesaria para aprestarme a lo que podía ser una prolongada espera. Primero, porque no conocía su paradero y lo único que podía hacer por él –e hice– fue reportar por varias vías su virtual desaparición y mis sospechas, que acabaron siendo confirmadas, de que había sido detenido por los sayones de siempre y conducido a la unidad policial de Aguilera, en Lawton. Segundo, porque sabía que mi presencia en aquel lugar probablemente solo prolongaría la detención de mi hijo o provocaría la mía, para mayor gozo de los verdugos. En mi lugar, mi hijo mayor fue a buscarlo y –en efecto–, se cumplió mi pronóstico y Víctor Ariel fue liberado transcurridas cinco horas de su arresto.
Uno de los homúnculos expertos en intimidación, un supuesto "teniente coronel" anónimo, cuyas señas más relevantes son su calvicie y un pulóver amarillo, le había dicho durante el "interrogatorio", con claras intenciones de crear divisiones, que no entendía cómo él se había arriesgado a asistir a la manifestación para reportar a 14ymedio.com, mientras Yoani planeaba otro viaje (¡vaya manía que tienen con los viajes, pobres tipos condenados al encierro insular y a las órdenes de los mandamases verde olivo!). Y añadió: "tu mamá, que es una 'mandá', le hubiera dicho a Yoani que fuera ella misma si quería fotos" (¿qué clase de perfil me habrán fabricado ellos y de dónde sacarán semejante diálogo imaginario entre Yoani Sánchez y yo?).
En todo caso, esos detalles no son relevantes. Ellos, que fabriquen perfiles y hagan cálculos sobre las finanzas –reales o no– de los demás, ya que no tienen las propias. Pueden seguir perdiendo miserablemente su tiempo, que en definitiva no tiene valor alguno, ni siquiera en pesos cubanos. La buena noticia es que las fotos que tomaron Víctor Ariel y Luzbely Escobar, otra de las detenidas de la jornada, llegaron a su destino y han sido divulgadas. Contra la tecnología nada pueden las huestes ciber-analfabetas.
Pero volviendo al punto inicial de este texto, creo haber salido solo medianamente airosa de la prueba porque, si bien he comprobado que puedo contenerme para no responder a las provocaciones de la policía política, y si puedo sobreponerme al desprecio y repugnancia que ese cuerpo de sub-humanos me inspira, lo cierto es que después de este 10 de diciembre me he radicalizado irremediablemente, solo que de otra manera:
Superando cualquier cuestión de simpatía o preferencias, a partir de ahora declaro mi apoyo total a todo aquel individuo, movimiento o grupo que dentro o fuera de Cuba se oponga de manera pacífica al régimen de los Castro. No me importa su filiación política o su proyecto, si son muchos o pocos, en qué perfil se desenvuelven, si reciben finanzas y recursos o no, ni de dónde proceden éstos. Todo enemigo de la dictadura es mi aliado desde hoy y hasta que alcancemos la democracia. ¿Que soy radical? Pues sí. Y estoy presta a afrontar las consecuencias.
Publicado por Miriam Celaya en el blog Sin Evasión.
Radicalización
Por muchos años he luchado a brazo partido contra mi propia natural tendencia a la radicalización. A medida que me adentraba en esa edad que, por discreción o por delicadeza, llaman “madurez”, logré aprender a controlar, hasta un punto razonable, mis impulsos más radicales. En consecuencia, he ganado en serenidad y discernimiento, y sobre todo he conseguido que mis adversarios no me coloquen en el punto que desean: aquel en el que los argumentos y la razón se diluyen bajo el torrente de las exaltaciones.
Este 10 de diciembre, día en que celebramos la declaración Universal de los Derechos Humanos, los asalariados de la dictadura cubana pusieron a prueba mi entrenamiento, al detener arbitrariamente y sin que mediara delito alguno, a Víctor Ariel González, periodista independiente, reportero de 14ymedio.com, colaborador de Cubanet, autor de dos blogs; y, por si todo eso no fuera suficiente, mi hijo menor.
Conducirlo a una unidad policial, retenerlo durante varias horas, amenazarlo y tratar de humillarlo, no fueron exactamente novedades. Son los métodos habituales de los patéticos esbirros, mercenarios al servicio de la longeva satrapía Castro. No necesariamente será la última vez que lo detengan ni será preciso fabricar justificación alguna para hacerlo: vivimos bajo el imperio del despotismo militar de la castrocracia y la policía política (los mayorales) tiene la deshonrosa misión de perseguir a los que se rebelan (cimarrones) y son un mal ejemplo para la dotación formada por millones de esclavos.
Pero este 10 de diciembre fue mayúsculo por otros motivos, entre ellos la gran cantidad de manifestaciones y conatos subversivos que se produjeron en varias provincias, el notable aumento de cubanos dispuestos a enfrentarse a la represión acudiendo a las convocatorias de grupos opositores y de la sociedad civil, y el aparatoso despliegue de policías uniformados y de civil, que fueron movilizados para arrestar –e incluso arrastrar– a manifestantes y periodistas independientes que trataban de cubrir el acontecimiento.
El miedo de las autoridades a que cunda entre los cubanos el espíritu de libertad resulta ya inocultable; de ahí que la policía política responda puntual y masivamente a cada convocatoria de la oposición, desplegando “la técnica” y gastando los recursos en la inútil faena de evitar lo inevitable: más temprano que tarde alcanzaremos la democracia.
Las Damas de Blanco, una vez más, estuvieron en la mira de los ataques más furibundos de la jauría y de las habituales hordas de repudiantes, así que fueron literalmente cazadas y desterradas fuera de la ciudad o hundidas en los calabozos, mientras otros tantos Judas –dizque “opositores” devenidos agentes de la in-seguridad del Estado, váyase usted a saber bajo qué convincentes chantajes– se dedicaban a detectar y delatar a los periodistas independientes presentes entre el gentío.
Resulta difícil imaginar mayor cobardía que la de los sicarios, porque su prepotencia dimana de la impunidad. Tan espantadizos son que, a pesar de saberse los canes consentidos del régimen, se ocultan tras el anonimato o los nombres falsos para reprimir a ciudadanos con nombres y apellidos, con rostros y con historias, con familias y con hogares. Y en su desenfrenado pavor no paran mientes en utilizar como marionetas a la policía uniformada y a sus unidades, cómplices de bajo costo que no gozan de los mimos oficiales y de las prebendas de los “especialistas” de la represión política.
Por eso, cuando perdí contacto telefónico con mi hijo, y tras un primer instante de ansiedad, encontré la serenidad necesaria para aprestarme a lo que podía ser una prolongada espera. Primero, porque no conocía su paradero y lo único que podía hacer por él –e hice– fue reportar por varias vías su virtual desaparición y mis sospechas, que acabaron siendo confirmadas, de que había sido detenido por los sayones de siempre y conducido a la unidad policial de Aguilera, en Lawton. Segundo, porque sabía que mi presencia en aquel lugar probablemente solo prolongaría la detención de mi hijo o provocaría la mía, para mayor gozo de los verdugos. En mi lugar, mi hijo mayor fue a buscarlo y –en efecto–, se cumplió mi pronóstico y Víctor Ariel fue liberado transcurridas cinco horas de su arresto.
Uno de los homúnculos expertos en intimidación, un supuesto “teniente coronel” anónimo, cuyas señas más relevantes son su calvicie y un pulóver amarillo, le había dicho durante el “interrogatorio”, con claras intenciones de crear divisiones, que no entendía cómo él se había arriesgado a asistir a la manifestación para reportar a 14ymedio.com, mientras Yoani planeaba otro viaje (¡vaya manía que tienen con los viajes, pobres tipos condenados al encierro insular y a las órdenes de los mandamases verde olivo!). Y añadió: “tu mamá, que es una ‘mandá’, le hubiera dicho a Yoani que fuera ella misma si quería fotos” (¿qué clase de perfil me habrán fabricado ellos y de dónde sacarán semejante diálogo imaginario entre Yoani Sánchez y yo?).
En todo caso, esos detalles no son relevantes. Ellos, que fabriquen perfiles y hagan cálculos sobre las finanzas –reales o no– de los demás, ya que no tienen las propias. Pueden seguir perdiendo miserablemente su tiempo, que en definitiva no tiene valor alguno, ni siquiera en pesos cubanos. La buena noticia es que las fotos que tomaron Víctor Ariel y Luzbely Escobar, otra de las detenidas de la jornada, llegaron a su destino y han sido divulgadas. Contra la tecnología nada pueden las huestes ciber-analfabetas.
Pero volviendo al punto inicial de este texto, creo haber salido solo medianamente airosa de la prueba, porque, si bien he comprobado que puedo contenerme para no responder a las provocaciones de la policía política, y si puedo sobreponerme al desprecio y repugnancia que ese cuerpo de sub-humanos me inspira, lo cierto es que después de este 10 de diciembre me he radicalizado irremediablemente, solo que de otra manera: superando cualquier cuestión de simpatía o preferencias, a partir de ahora declaro mi apoyo total a todo aquel individuo, movimiento o grupo que dentro o fuera de Cuba se oponga de manera pacífica al régimen de los Castro. No me importa su filiación política o su proyecto, si son muchos o pocos, en qué perfil se desenvuelven, si reciben finanzas y recursos o no, ni de dónde proceden éstos. Todo enemigo de la dictadura es mi aliado desde hoy y hasta que alcancemos la democracia. ¿Que soy radical? Pues sí. Y estoy presta a afrontar las consecuencias.