Durante los meses finales de 1960 y hasta 1975, Ramiro Valdés dispuso el desplazamiento forzoso de miles de campesinos de diferentes zonas rurales de Cuba, particularmente de la región montañosa del Escambray.
Estas personas fueron trasladadas contra su voluntad a cientos de kilómetros de sus lugares de nacimiento, separadas de la mayor parte de sus familiares, generándose así los tristemente célebres "pueblos cautivos".
La Seguridad del Estado o G-2 que dirigió Valdés, tenía licencia para arrestar y matar, condenar sin juicios y fusilar sin pruebas.
No faltaron masacres como la de "La Ceiba", Escambray, donde fueron ejecutados con una ametralladora calibre 30, 19 hombres. Para el Ministro y sus discípulos la convicción de que un indiciado era culpable hacía posible cualquier condena.
Ramiro creó campos de concentración en todo el país, "La Sierrita", "Arroyo Blanco", "El Condado", y muchas más. Estas instalaciones fueron establecidas en zonas rurales y quienes más las sufrieron fueron los campesinos.
Fue quien aplicó las órdenes de Fidel Castro de destituir y encarcelar a los dirigentes sindicales que en su mayoría habían sido miembros destacados del Movimiento 26 de Julio. Fue uno de los artífices, junto a Ernesto Guevara, de la llamada "Operación de las Tres P", en la que fueron arrestados y enviados a campos de trabajos forzados, sin que mediara un proceso judicial, pederastas, prostitutas y proxenetas y cualquier otro individuo que fuera considerado ajeno al proceso revolucionario.
Años más tarde, colaboró estrechamente con el Ministerio de las Fuerzas Armadas para poner en función las sádicas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), una de las pocas ocasiones en las que Raúl Castro y Valdés superaron sus supuestas diferencias y trabajaron juntos.
Esta dependencia era la encargada de investigar y determinar, así como ubicar el lugar de residencia, trabajo o estudio de todos aquellos individuos considerados CR, o sea contrarrevolucionarios. Posteriormente, las Fuerzas Armadas llamaban al individuo a servicio y lo situaban en el lugar que más les convenía.
Ostentaba el poder de confinar a hombres y mujeres en sitios insalubres por el tiempo que decidiera el investigador encargado del caso.
Bajo la dirección de este individuo se introdujeron en los interrogatorios torturas muy sofisticadas. La aplicación del pentotal sódico (conocido como el suero de la verdad), cambios de temperaturas, aislamiento prolongado y métodos sicológicos muy agresivos para desestabilizar al preso, entre ellos el electroshock, pero también se continuaron aplicando golpizas brutales. Numerosos presos recluidos en el hospital de Topes de Collantes, transformado en cárcel, fueron lanzados atados a una laguna situada cerca del antiguo centro hospitalario. Esta tortura también se realizó en otros lagos y pantanos de la isla.
El Ministro promovió unas asambleas en las que los oficiales del MININT eran instados a hablar con plena libertad, incluyendo críticas al propio Ministro, con la garantía de que no se tomarían represalias. Los que se atrevieron a ejercer el derecho que les había sido concedido fueron reprimidos y muchos sancionados.
Cuenta Manuel de Beunza, ex oficial de Inteligencia Naval, que estaba presente cuando Valdés le dijo a un individuo que quería dejarse la barba y el bigote, que el único que podía hacerlo era él, porque era el ministro del Interior.
Otro detalle del carácter de Ramiro Valdés que destaca De Beunza, es su sadismo. Dice que gustaba visitar las prisiones, en particular las menos conocidas, como unas que estaban a disposición exclusiva del Departamento Técnico de Investigaciones, en las que el detenido podía estar siete u ocho meses sin ser presentado ante autoridad judicial.
Estas visitas las disfrutaban y las comentaba como si fuera una hazaña tener hombres encerrados sin derecho a un juicio. Otra particularidad de Valdés es que le gusta que le teman. Aprecia que la gente sienta miedo por su sola presencia.
Las condiciones carcelarias bajo la dirección de Valdés no solo eran difíciles sino que podían generar un genocidio, si en el país se producía alguna circunstancia que pusiera en peligro la permanencia del régimen.
El Ministro tomó todas las medidas necesarias para lograr ese objetivo y el ejemplo más contundente fue lo que aconteció en el Reclusorio Nacional para Varones de Isla de Pinos, cuando miles de libras de TNT fueron colocadas en los túneles de las cuatro circulares y el comedor, que también es un edificio circular, con la orden de hacer detonar los explosivos si se producía una sublevación o un ataque del exterior. Durante más de 20 meses 5.000 presos políticos durmieron sobre un virtual colchón de explosivos.
Manuel de Beunza tiene la convicción de que la primera vez que removieron a Ramiro Valdés de su alto cargo fue consecuencia de una decisión de Fidel Castro, porque al parecer quería cambiar en alguna medida la imagen que tenía en el país el Ministerio del Interior, pero como la persona que nombraron, el comandante Sergio del Valle, demostró no estar capacitado para tan compleja posición en un régimen policíaco, Ramiro tuvo que regresar a su oficio predilecto, el de represor.
La segunda vez que destituyeron a Valdés fue por decisión de Raúl Castro, que en su condición de Segundo Secretario del Partido Comunista de Cuba, tenía autoridad para decidirlo, siempre y cuando la medida contara con el respaldo de su hermano.
Especulación aparte, hay una verdad histórica que no se puede obviar: Valdés por encima de todas las diferencias que pueda haber tenido con Raúl, ha demostrado ser fiel a Fidel y al Proyecto que este representa, aunque algunos dicen que la dinastía de los Castros vería con agrado que "Ramirito" tuviera el final, feliz para sus intereses, de Guevara o Camilo Cienfuegos.
Los funcionarios del Minint y los agentes del G-2, Seguridad del Estado, eran una élite dentro del régimen. Disfrutaban de prerrogativas y privilegios que jerarcas de otras estructuras gubernamentales no disponían. Un oficial del G-2 era mucho más importante que su par de las Fuerzas Armadas, por otra parte la condición de sacerdotes del totalitarismo, les permitía intimidar, detener y eliminar a cualquier hereje sin mayores consecuencias, y ese es el verdadero poder en un régimen como el de los Castro.