Con demasiada frecuencia se dice que alguien no necesita presentación. Con demasiada frecuencia ello no es cierto, o no completamente cierto. Raúl Rivero, Morón 1945, poeta, periodista y ex prisionero político del Grupo de los 75 en Cuba, es una de esas personalidades en que, efectivamente, la frase abandona todo vestigio de halago y lugar común para acceder a definir la realidad, al menos eso es así si nos atenemos al devenir del último medio siglo de historia de la literatura en Cuba y, por supuesto, a la más reciente historia del acontecer civilista en el mismo país.
Condenado a 20 años en la Primavera Negra de 2003 por el libre ejercicio del criterio, liberado un año y medio más tarde por presiones de la opinión pública internacional, cuenta con una extensa obra que incluye al menos nueve volúmenes de poesía, y cuatro de crónicas y reportajes, ha recibido numerosos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Mundial UNESCO - Guillermo Cano de Libertad de Prensa 2004. Exiliado en España desde el 2005, trabaja actualmente para el periódico El Mundo.
Por último, sólo recordar que Raúl Rivero, como auténtico escritor, no es sólo una obra escrita y unos posicionamientos como ciudadano ante la problemática de su país, sino un modo de comprometerse con la vida, una historia de familia, un modo de ver y sufrir las cosas, un estilo para ir por la existencia, un concepto de la amistad y un proverbial anecdotario que le sigue y define desde su juventud.
Armando de Armas entrevistó al poeta en exclusiva para MartiNoticias.
MN. ¿Es cierto que la cárcel, remedando lo que dijera Ernest Hemingway del escritor que sobrevive a un accidente aéreo, puede resultar positiva para el poeta, para su obra, o eso es pura retórica del que nunca ha estado tras las rejas?
RR. Lo que dijo el viejo Hemingway tiene una remisión al asombro, al reencuentro con la vida y a la cercanía de la muerte. Todo eso es pura materia de poesía o materia de poesía pura. La cárcel es otra cosa: agonía prevista. Suplicio programado y tedio a pulso. Comparto tu punto de vista sugerido en la pregunta. La prisión como experiencia positiva para el poeta es retórica preparada en libertad.
MN. ¿Cuál fue el momento más duro de su estancia en la prisión?
RR. Siempre recuerdo uno de especial intensidad, la llegada de golpe, desde La Habana, a una celda de castigo en la cárcel de Canaleta. Creo que, además del sitio mismo -una especie de barbacoa en el infierno- me asaltó la certeza de que comenzaba a cumplir 20 años (tenía 57) y de que de ahí ya no podría salir.
MN. ¿Cómo y a qué hora escribía en la cárcel?
RR. Escribía a la hora en que podía. Apuntes, versos sueltos. Después, poemas y notas para los libros de crónicas, en los que trabajo ahora.
MN. Usted ha dicho en alguno de sus escritos, citando a los viejos catedráticos de presidio, "vista larga y pasos cortos", ¿cómo pudiera aplicarse eso a la problemática cubana en el presente?, ¿cómo pudiera aplicarse al obrar de un escritor?
RR. Esa filosofía carcelaria es un simple llamado a la prudencia. A la observación de la realidad, a una realidad hostil y peligrosa, para poder actuar con eficacia. En la actualidad cubana -dura y riesgosa para los opositores y para todo el mundo- se aplica muy bien porque la dictadura tiene muchos caminos para la represión y muchos cómplices. Yo creo, por el contrario, que en la literatura hay que arriesgar algo todos los días. Escribir tiene que ver con cierta aventura, con excursiones y descubrimientos. A esas parroquias desconocidas hay que entrar a la velocidad que indique el talento y el estado de ánimo. Con la luz larga o con un quinqué. Hay que ir a buscar aunque, a veces, regreses vacío.
MN. ¿Cómo ha influido, si es que ha influido, en su escritura poética su accionar en la disidencia y cómo ha influido, si es que ha influido, en esa escritura el hecho de ser ahora un exiliado?
RR. Tanto la disidencia como el exilio tienen que ver con mi libertad como ciudadano y como escritor. En Cuba, en los años que trabajé en el periodismo independiente, en una atmósfera cerrada por el instrumental de una dictadura científica, comencé a aprender a ser libre por cuenta propia. En ese viaje tuve la amistad, el respaldo y la compañía de muchos amigos queridos algunos de los cuales están todavía en prisión. Otros siguen en la calle en su trabajo a favor de la democracia. Hombres y mujeres del periodismo y de la oposición. En el exilio he podido tocar esa libertad. He vivido las alternativas de una democracia que, con imperfecciones y todo, se puede tocar.
MN. ¿En el panteón de los poetas patrios cuál es su preferido?
RR. Ahora leo mucho a Emilio Ballagas y a Juan Clemente Zenea, y recuerdo, demasiado a menudo, un verso de Eliseo Diego que dice algo así como tápenme bien los espejos que la muerte presume. Otro de Nicolás Guillén que habla de una mujer angélica de ojos septentrionales. Uno de Gastón Baquero, que los lunes se llama de otro modo. Y algunos de Agustín Acosta, a quien veo pasar algunas tardes por el fondo de mi casa en Madrid, rumbo a Matanzas, con la camisa blanca que su madre ha zurcido.
MN. Piensa que José Julián Martí Pérez pudiera, final y paradójicamente, resultar más grande como prosista que como poeta?
RR. No. A pesar de que su periodismo todavía se podría firmar mañana.
MN. ¿Qué salud tiene a su entender la poesía cubana actual?
RR. A estas alturas de mi vida, cada vez encuentro más poetas buenos (desde mi punto de vista) en la literatura cubana. Muchos jóvenes que viven fuera y dentro de Cuba. Tengo una inclinación particular por las nuevas promociones de autores del exilio. Poetas y prosistas que hacen sus obras, abren espacios editoriales (en Miami en particular) y dan una visión de un país diferente y libre.
También observo con serenidad y comprensión a los mediocres de siempre forcejear desesperados y en vano para que sus extravíos aparezcan en la foto. Eso está en el guión con una hojuela de fragilidades y otra de odio con hache.
MN. ¿Cómo definiría la felicidad?
RR. Tengo tres hijas y una nieta. Vivo con la mujer que quiero. Punto y aparte. Lo demás, lejanías, amigos presos y en peligro, asuntos de esencias diferentes.
MN. ¿Regresaría a vivir en Cuba? ¿Qué es lo primero que haría al desembarcar en La Habana?, y en Morón. ¿Qué es lo primero que haría al desembarcar en Morón?
RR. Sí, me iría a vivir en Cuba enseguida. Lo primero que haría al desembarcar en La Habana sería fundar un periódico. Y esa misma noche me iría con Ricardo González Alfonso, Víctor Rolando Arroyo, Normando Hernández, Pedro Argüelles, Pablito Pacheco, Héctor Maseda, Regis Iglesias y otros fundadores a celebrarlo en la noche alta y fresca de esa ciudad que va con uno a todas partes.
Ahora, desde que estoy tan lejos, las calles de Morón, la ciudad donde nací, algunas casas y algunos amigos de la infancia, aparecen con frecuencia en mis sueños. Son pasajes extraños en una geografía imposible, pero que me hacen despertar con cierta alegría por el viaje ilegal, la visita robada y la memoria -uno mismo- en el aire. De la inocencia a la vejez, de un amor a otro, del juguete al dolor sin anestesia. Unos segundos en un país al que se entra sin pasaporte.
Condenado a 20 años en la Primavera Negra de 2003 por el libre ejercicio del criterio, liberado un año y medio más tarde por presiones de la opinión pública internacional, cuenta con una extensa obra que incluye al menos nueve volúmenes de poesía, y cuatro de crónicas y reportajes, ha recibido numerosos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Mundial UNESCO - Guillermo Cano de Libertad de Prensa 2004. Exiliado en España desde el 2005, trabaja actualmente para el periódico El Mundo.
Por último, sólo recordar que Raúl Rivero, como auténtico escritor, no es sólo una obra escrita y unos posicionamientos como ciudadano ante la problemática de su país, sino un modo de comprometerse con la vida, una historia de familia, un modo de ver y sufrir las cosas, un estilo para ir por la existencia, un concepto de la amistad y un proverbial anecdotario que le sigue y define desde su juventud.
Armando de Armas entrevistó al poeta en exclusiva para MartiNoticias.
MN. ¿Es cierto que la cárcel, remedando lo que dijera Ernest Hemingway del escritor que sobrevive a un accidente aéreo, puede resultar positiva para el poeta, para su obra, o eso es pura retórica del que nunca ha estado tras las rejas?
RR. Lo que dijo el viejo Hemingway tiene una remisión al asombro, al reencuentro con la vida y a la cercanía de la muerte. Todo eso es pura materia de poesía o materia de poesía pura. La cárcel es otra cosa: agonía prevista. Suplicio programado y tedio a pulso. Comparto tu punto de vista sugerido en la pregunta. La prisión como experiencia positiva para el poeta es retórica preparada en libertad.
MN. ¿Cuál fue el momento más duro de su estancia en la prisión?
RR. Siempre recuerdo uno de especial intensidad, la llegada de golpe, desde La Habana, a una celda de castigo en la cárcel de Canaleta. Creo que, además del sitio mismo -una especie de barbacoa en el infierno- me asaltó la certeza de que comenzaba a cumplir 20 años (tenía 57) y de que de ahí ya no podría salir.
MN. ¿Cómo y a qué hora escribía en la cárcel?
RR. Escribía a la hora en que podía. Apuntes, versos sueltos. Después, poemas y notas para los libros de crónicas, en los que trabajo ahora.
MN. Usted ha dicho en alguno de sus escritos, citando a los viejos catedráticos de presidio, "vista larga y pasos cortos", ¿cómo pudiera aplicarse eso a la problemática cubana en el presente?, ¿cómo pudiera aplicarse al obrar de un escritor?
RR. Esa filosofía carcelaria es un simple llamado a la prudencia. A la observación de la realidad, a una realidad hostil y peligrosa, para poder actuar con eficacia. En la actualidad cubana -dura y riesgosa para los opositores y para todo el mundo- se aplica muy bien porque la dictadura tiene muchos caminos para la represión y muchos cómplices. Yo creo, por el contrario, que en la literatura hay que arriesgar algo todos los días. Escribir tiene que ver con cierta aventura, con excursiones y descubrimientos. A esas parroquias desconocidas hay que entrar a la velocidad que indique el talento y el estado de ánimo. Con la luz larga o con un quinqué. Hay que ir a buscar aunque, a veces, regreses vacío.
MN. ¿Cómo ha influido, si es que ha influido, en su escritura poética su accionar en la disidencia y cómo ha influido, si es que ha influido, en esa escritura el hecho de ser ahora un exiliado?
RR. Tanto la disidencia como el exilio tienen que ver con mi libertad como ciudadano y como escritor. En Cuba, en los años que trabajé en el periodismo independiente, en una atmósfera cerrada por el instrumental de una dictadura científica, comencé a aprender a ser libre por cuenta propia. En ese viaje tuve la amistad, el respaldo y la compañía de muchos amigos queridos algunos de los cuales están todavía en prisión. Otros siguen en la calle en su trabajo a favor de la democracia. Hombres y mujeres del periodismo y de la oposición. En el exilio he podido tocar esa libertad. He vivido las alternativas de una democracia que, con imperfecciones y todo, se puede tocar.
MN. ¿En el panteón de los poetas patrios cuál es su preferido?
RR. Ahora leo mucho a Emilio Ballagas y a Juan Clemente Zenea, y recuerdo, demasiado a menudo, un verso de Eliseo Diego que dice algo así como tápenme bien los espejos que la muerte presume. Otro de Nicolás Guillén que habla de una mujer angélica de ojos septentrionales. Uno de Gastón Baquero, que los lunes se llama de otro modo. Y algunos de Agustín Acosta, a quien veo pasar algunas tardes por el fondo de mi casa en Madrid, rumbo a Matanzas, con la camisa blanca que su madre ha zurcido.
MN. Piensa que José Julián Martí Pérez pudiera, final y paradójicamente, resultar más grande como prosista que como poeta?
RR. No. A pesar de que su periodismo todavía se podría firmar mañana.
MN. ¿Qué salud tiene a su entender la poesía cubana actual?
RR. A estas alturas de mi vida, cada vez encuentro más poetas buenos (desde mi punto de vista) en la literatura cubana. Muchos jóvenes que viven fuera y dentro de Cuba. Tengo una inclinación particular por las nuevas promociones de autores del exilio. Poetas y prosistas que hacen sus obras, abren espacios editoriales (en Miami en particular) y dan una visión de un país diferente y libre.
También observo con serenidad y comprensión a los mediocres de siempre forcejear desesperados y en vano para que sus extravíos aparezcan en la foto. Eso está en el guión con una hojuela de fragilidades y otra de odio con hache.
MN. ¿Cómo definiría la felicidad?
RR. Tengo tres hijas y una nieta. Vivo con la mujer que quiero. Punto y aparte. Lo demás, lejanías, amigos presos y en peligro, asuntos de esencias diferentes.
MN. ¿Regresaría a vivir en Cuba? ¿Qué es lo primero que haría al desembarcar en La Habana?, y en Morón. ¿Qué es lo primero que haría al desembarcar en Morón?
RR. Sí, me iría a vivir en Cuba enseguida. Lo primero que haría al desembarcar en La Habana sería fundar un periódico. Y esa misma noche me iría con Ricardo González Alfonso, Víctor Rolando Arroyo, Normando Hernández, Pedro Argüelles, Pablito Pacheco, Héctor Maseda, Regis Iglesias y otros fundadores a celebrarlo en la noche alta y fresca de esa ciudad que va con uno a todas partes.
Ahora, desde que estoy tan lejos, las calles de Morón, la ciudad donde nací, algunas casas y algunos amigos de la infancia, aparecen con frecuencia en mis sueños. Son pasajes extraños en una geografía imposible, pero que me hacen despertar con cierta alegría por el viaje ilegal, la visita robada y la memoria -uno mismo- en el aire. De la inocencia a la vejez, de un amor a otro, del juguete al dolor sin anestesia. Unos segundos en un país al que se entra sin pasaporte.