Miraba el otro día la muy inglesa inauguración de los Juegos Olímpicos y recordé que ésta hubiera sido la olimpiada de La Habana si en un acto de locura colectiva el Comité OIímpico Internacional (COI) nos hubiera otorgado la sede.
De no perder el derecho por incumplimiento del plazo para finalizar las obras, pues hubiéramos tenido que hacer sedes nuevas para todo, el país ahora estaría patas arriba, detenido todo en función de la “tarea de choque”.
Pero no voy a seguir por ese camino de la ficción que daría infinitas versiones. Casi todos los deportes me gustan, disfruto muchísimo las competencias de natación que tienen lugar estos primeros días y desde ya espero el atletismo.
Si no disfruto más es por culpa de los narradores deportivos que la televisión cubana ha llevado a Londres. Me sacan de quicio. En especial Reinier González, a quien admiraba por sus conocimientos sobre deporte que lo hacen destacar entre sus colegas, los que fuera de béisbol, boxeo o volibol, se quedan sin ideas a la hora de narrar, salvo el sobrio Sergio Ortega y el nuevo Evián Guerra. Pues Reinier, que se destacó por mucho tiempo sin conocer las mieles del avión, ahora no se pierde uno, apelando al peor chovinismo. Y no solo con los competidores cubanos, lo que podría resultar lógico. Si hay venezolanos y hasta chinos, la parcialidad se hace presente, sobre todo para minimizar a otro país que tiene representantes en casi todas las modalidades deportivas.
Ayer en la natación por poco apago el televisor, y eso que estaba contentísima con la clasificación del librista Hansel García para la final de 200 metros. El comentarista Reinier, poco menos que histérico, no hacía más que elogiar el resultado del cubano, encomiable sin dudas, pero no dedicó tiempo a hablar del norteamericano que ganó con el mejor tiempo de las semifinales. En la propia natación, en la reñida final de los 200 mariposa, a este señor no se le ocurrió mejor comentario que ¡fin de la era Phelps!, al ser superado el rey de Beijing en los últimos metros por un sudafricano.
Si uno no está pendiente de la imagen –un débil visual o alguien atareado, digamos—se haría una idea distorsionada de lo que ocurrió con el arquero Juan Carlos Stevens o con Andy Pereira en tenis de mesa. Nuestros atletas para él no son superados: “no tuvo un buen día”, “no se vio bien”, “estuvo impreciso”, “fue sorprendido”. Me revienta que se repita que nuestros deportistas compiten por la dignidad de Cuba.
Todo atleta compite por ganar, en Londres compite por la gloria olímpica.
Otra cosa es cuando a los cubanos les ponen el micrófono delante y les preguntan a quién dedican su triunfo. Durante muchos años esas medallas fueron dedicadas en solitario, luego aparecieron la familia, los entrenadores y el pueblo, pero en su corazoncito, cada atleta sabe que se lo debe a sí mismo.
Seguiré pendiente del tv que me aleja del calor infernal y el transporte ídem, y si los comentaristas deportivos rizan el rizo, apretaré mute. Aunque sospecho –sin alegría, lo confieso– que no me perderé el himno nacional.
Publicado el 2 de agosto en el blog "La mala letra" de Regina Coyula.
De no perder el derecho por incumplimiento del plazo para finalizar las obras, pues hubiéramos tenido que hacer sedes nuevas para todo, el país ahora estaría patas arriba, detenido todo en función de la “tarea de choque”.
Pero no voy a seguir por ese camino de la ficción que daría infinitas versiones. Casi todos los deportes me gustan, disfruto muchísimo las competencias de natación que tienen lugar estos primeros días y desde ya espero el atletismo.
Si no disfruto más es por culpa de los narradores deportivos que la televisión cubana ha llevado a Londres. Me sacan de quicio. En especial Reinier González, a quien admiraba por sus conocimientos sobre deporte que lo hacen destacar entre sus colegas, los que fuera de béisbol, boxeo o volibol, se quedan sin ideas a la hora de narrar, salvo el sobrio Sergio Ortega y el nuevo Evián Guerra. Pues Reinier, que se destacó por mucho tiempo sin conocer las mieles del avión, ahora no se pierde uno, apelando al peor chovinismo. Y no solo con los competidores cubanos, lo que podría resultar lógico. Si hay venezolanos y hasta chinos, la parcialidad se hace presente, sobre todo para minimizar a otro país que tiene representantes en casi todas las modalidades deportivas.
Ayer en la natación por poco apago el televisor, y eso que estaba contentísima con la clasificación del librista Hansel García para la final de 200 metros. El comentarista Reinier, poco menos que histérico, no hacía más que elogiar el resultado del cubano, encomiable sin dudas, pero no dedicó tiempo a hablar del norteamericano que ganó con el mejor tiempo de las semifinales. En la propia natación, en la reñida final de los 200 mariposa, a este señor no se le ocurrió mejor comentario que ¡fin de la era Phelps!, al ser superado el rey de Beijing en los últimos metros por un sudafricano.
Si uno no está pendiente de la imagen –un débil visual o alguien atareado, digamos—se haría una idea distorsionada de lo que ocurrió con el arquero Juan Carlos Stevens o con Andy Pereira en tenis de mesa. Nuestros atletas para él no son superados: “no tuvo un buen día”, “no se vio bien”, “estuvo impreciso”, “fue sorprendido”. Me revienta que se repita que nuestros deportistas compiten por la dignidad de Cuba.
Todo atleta compite por ganar, en Londres compite por la gloria olímpica.
Otra cosa es cuando a los cubanos les ponen el micrófono delante y les preguntan a quién dedican su triunfo. Durante muchos años esas medallas fueron dedicadas en solitario, luego aparecieron la familia, los entrenadores y el pueblo, pero en su corazoncito, cada atleta sabe que se lo debe a sí mismo.
Seguiré pendiente del tv que me aleja del calor infernal y el transporte ídem, y si los comentaristas deportivos rizan el rizo, apretaré mute. Aunque sospecho –sin alegría, lo confieso– que no me perderé el himno nacional.
Publicado el 2 de agosto en el blog "La mala letra" de Regina Coyula.