¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
Nací yéndome. Fue una suerte (más que una desgracia). Mi destino estaba decidido por mis padres. Querían irse del país y aún no sabían cómo. De hecho, mi madre quiso abortarme porque en los planes no estaba parir con 43 años, mientras cumplía castigo en la agricultura, por querer irse.
Entonces ella cargaba las cestas más pesadas y pujaba en los surcos bajo el sol para soltarme, maldiciendo a Fidel Castro por ser el responsable de todas las desgracias, del daño que le había caído al país. Es una historia familiar de horror, como tantas.
Fuimos denostados socialmente porque éramos abiertamente gusanos y religiosos; pero también éramos libres, desenmascarados en un país donde se cultiva la moral múltiple. Durante la década de los 70, en medio de la imposición política, éramos sinceros. Y en el caso de mi madre, peligrosamente perretuda y contestataria.
De manera que nos fuimos cuando pudimos. Primero mis padres, luego, después de cinco años, las niñas, que se habían quedado solas. Suena horroroso y me gusta el tono porque ilustra, mucho más que mi travesía personal, la desgracia de un pueblo.
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
La tierra prometida. La idealización era inevitable. En Cuba olíamos las cartas porque el papel nos resultaba perfumado; coleccionábamos los sellos de correo, enmarcábamos las postales que llegaban de Nueva York, Paris.
Escuchábamos música norteamericana y francesa, veíamos cine norteamericano y francés, exclusivamente. Los muñequitos norteamericanos y el catecismo fueron mi formación primaria. (Muñequitos rusos, de mala gana.) Nada del bloque socialista por bueno que fuera. Gusaneo radical, de pura cepa.
¿Qué encontraste?
Vine a reintegrarme al drama familiar y estas son penurias que trascienden el contexto sociopolítico, y no. Vine acribillada de traumas y tuve que aprender a sobrevivir.
¿Qué es para ti La libertad?
Comprendo que la libertad total es la locura, y que la voluntad nos permite ser libres sí, a instancias. Una está supeditada al orden social, a un cuerpo, a un inconsciente h de p. Supongo que soy (si algo soy), predeterminista con pespuntes voluntaristas.
Pero tal vez tu pregunta viene por otro lado menos existencial. La libertad de la que carecimos en Cuba, la que nos fue espoliada. La libertad de desarrollar nuestros potenciales en tierra propia, lo que sin duda tiene sus ventajas.
La libertad de crear. Hay algo muy (agri)dulce en imaginar cómo hubiera sido nuestra vida en otra Cuba libre: quizás yo hubiera sido una cómica a lo Lucille Ball o a lo Carol Burnett, con mi propio show de TV, en la tradición de nuestra Rita Montaner; o tal vez hubiera dejado una huella en el cine; o hubiera enseñado literatura en la Universidad de la Habana (aún plausible, pero no me hago esperanzas).
¿Qué has aprendido durante el proceso?
Cuando llegué a Miami aprendí a ser libre. Exiliada, consumo mi cuota de libertad con gratitud y compromiso. Tarea puesta a prueba todos los días -lo que no quiere decir que no arrastre mis cadenas. He sido prisionera de mis afectos fundamentales: primero de mi madre y luego de mi marido. Supongo que sufro de síndrome de abandono (risas).
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
Mucho. Aunque no fue siempre así. Ser gusano de nacimiento quiere decir que desde siempre rechacé furiosamente todo lo cubano. Pero son 35 años de exilio y la patria ahora son unas calles habaneras, unos olores, mis dos madrinas, la iglesia de San Antonio, la costa de Miramar, el mar entrando por la entrecalle.
He escrito sobre ello. El timbre de unas voces. Ciertas páginas. Una música que me supera. He regresado cuatro veces a sentírmela. Como un rubor en las entrañas. De manera que sí, dile que sí, María Elena. Pienso en ella, aunque no piense en mí.