Hacía 28 años que un escritor en lengua rusa no era premiado con el Nobel de Literatura, pero como si fuera una ley (con sus excepciones), cada vez que anuncian al premiado, los escritores, críticos y "funcionarios de la cultura" en Moscú no se regocijan.
La entrega del premio Nobel de Literatura a la escritora bielorrusa Svetlana A. Aleksievich ha levantado muchas críticas en Rusia, que recuerdan las diatribas contra Alexander Solzhenitsyn, Boris Pasternak o Iosef Brodsky.
El primer laureado, Iván Bunin, no tenía ciudadanía al recibir el premio en 1933, pero era un exiliado blanco por lo que sobraron argumentos para descalificarlo en la URSS. En 1958 contra Pasternak se lanzó todo el aparato de propaganda del Kremlin; lo echaron de la Unión de Escritores y lo obligaron a renunciar al premio. Solzhenitsyn en 1970 no fue a Estocolmo a recibir el premio por temor a que no le permitieran regresar a la Unión Soviética; pero en 1974 lo expulsaron del país y le quitaron la ciudadanía. Brodsky ya vivía en Estados Unidos cuando lo premiaron en 1987, pero cuando residía en la URSS fue condenado a cinco años de trabajos forzados por "parasitismo social". El único premio correcto para el Kremlin fue el de Mijaíl Shólojov.
En los círculos políticos y culturales de Moscú sienten de nuevo que le han jugado una mala pasada a la cultura rusa. Dicen que ella no es rusa, que su padre es bielorruso y la madre ucraniana. Que aunque Svetlana escribe en ruso vive entre Bielorrusia, Italia, Francia y Alemania. También alegan que la producción literaria no es creación genuina, sino relatos periodísticos con contenido social y la calificaron de "periodista-documentalista".
La crítica a la premiada aparece lo mismo en el diario Izvestia, donde le llaman "la periodista Aleksievich" y consideran una broma que el Nobel de Literatura lo otorguen a una periodista y no a un escritor. Y no falta la diatriba desde los corredores del Ministerio de cultura y los columnistas críticos de arte. Estos últimos recuerdan que Nabokov nunca recibió el galardón, como tampoco Kafka ni Joyce. Aseguran los funcionarios de la cultura que en el espectro de la literatura rusa, ella es una "aparición profundamente periférica" y la catalogan de "una compiladora inteligente", otros dicen que es una buena persona, pero que la decisión de gratificarla "absurda".
El pronóstico de los rusos es que el próximo galardonado será un bloguero, por el camino que va tomando el Comité del Nobel.
En relación a su posición social, la ofensa de los rusos es por las críticas de Svetlana a Vladimir Putin, la condena al Kremlin por la ocupación de Crimea y su llanto en Kiev durante el Euromaidan ante los féretros de los caídos en febrero del 2014.
Svetlana Aleksievich ha venido exponiendo sistemáticamente instantes e imágenes de la historia soviética y postsoviética que incomodan mucho al Kremlin. Lo mismo cuando se trata de la historia de la Segunda Guerra Mundial que sobre la actualidad tanto rusa como de otras naciones que formaron la URSS.
En los inicios de la perestroika apareció la puesta en escena en el teatro Taganka de Moscú de su libro La guerra no tiene rostro de mujer (1985). El espectáculo fue todo un acontecimiento, al nivel de la película Arrepentimiento de Tengiz Abuladze o la novela Cadalso de Chingiz Aimatov. Como era el relato de las mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial, y sus reflexiones 40 años después, la censura soviética veía en aquellos recuerdos vestigios de "pacifismo y desacreditación del rol de la mujer soviética".
En Rusia ella ha tenido que afrontar demandas por sus libros, pues la acusaron de "difamación" cuando salió su libro Los chicos de zinc (1989). Es una recopilación del dolor de las madres, novias y esposas de los jóvenes enviados a la aventura soviética en Afganistán. Ninguna de las entrevistadas dio su nombre, por temor a represalias.
El libro Plegaria por Chernóbil (1997) fue traducida al castellano como Voces de Chernóbil y es el testimonio de los sobrevivientes de la tragedia nuclear en Ucrania, el relato de los bomberos y especialistas que estuvieron luchando por aplacar el fuego y las secuelas del accidente. El subtítulo de la obra es "Crónica del futuro", como una sentencia para el amplio espacio postsoviético.
Y más recientemente publicó Tiempos de segunda mano: fin del hombre rojo (2013) que en la edición alemana fue traducida como La vida en las ruinas del socialismo. Un epílogo para el experimento social que condenó a millones de personas en Asia, África, Europa y América Latina.