La Virgen de Regla y Yemayá, Editorial Unos & Otros, del escritor cubano Miguel Ángel Sabater Reyes, es un documentado estudio sobre dos advocaciones de lo numinoso femenino devenidas una y la misma, opuestas y complementadas en el devenir de lo sincrético religioso que es, en definitiva, lo sincrético nacional.
El libro se inicia ─como ha de ser si con lo divino nos relacionamos─ con una irrupción de lo onírico que Sabater interpreta como un pedido de la Virgen para que escribiera sobre ella: "En 1995 soñé que yo estaba en el templo del santuario de Nuestra Señora de Regla en La Habana, cuando vi que su imagen descendía desde el techo hasta que se detuvo frente a mí. Yo miraba a sus ojos y me daba la impresión de que ella me miraba inquisitivamente… parecía la revelación de que la Virgen quería que escribiera sobre ella"…
Pero parece que a San Agustín de Hipona también sucedió un sueño que lo lleva a colocar una imagen morena de la Virgen en su oratorio y que, inspirado en esa imagen, redactó sus Reglas monásticas. De ahí quizá la advocación de Virgen de Regla.
Así, Sabater nos traza el itinerario en el tiempo de la Virgen de Regla desde sus orígenes norafricanos a Sevilla (tras la reconquista de los Reyes Católicos), Tenerife y La Habana, plaza esta donde no sólo alcanza su súmmum sino que se sincretiza en el caldaje cultural de los orígenes mismos de la nacionalidad isleña.
Lo sincrético religioso universal
Pero el sincretismo religioso no es sólo asunto de lo cubano, o al menos no empieza en lo cubano, sino que empieza en otros espacios y tiempos para reencontrarse en lo cubano. De manera que hubo un dios danzador, dueño del trueno, que venido de la isla de Creta a las márgenes del Nilo descendió luego al sur del continente de la mano de los cobradores de impuestos y los ejércitos faraónicos, para ser adoptado con entusiasmo sin par por los oscuros tribales como una divinidad regente, guerrera y seductora. Ese dios que los africanos nombraron Shangó, viril entre viriles, en Cuba, sin embargo, terminó asimilándose nada menos que con Santa Bárbara.
Del mismo modo el marítimo Poseidón pasaría en algún momento de Creta a Egipto, y de allí a las regiones subsaharianas donde empezó a nombrarse Olokum, la parte profunda del mar, y Yemayá, la parte superficial del mar que, en Cuba, se identificó con la Virgen de Regla. Misma que vía San Agustín de Hipona surge no por casualidad en el norte africano.
Hubo también entre los griegos un dios Elégbara que en África fue Elegguá y en Cuba se nombró, además, Santo Niño de Atocha.
Así, en la isla parecen reencontrarse elementos de la religiosidad occidental que un día migraron al continente africano para fusionarse allí con los cultos animistas locales. Quiere decir que los dioses que donó el panteón griego vía el imperio faraónico a los tribales africanos, y que entre ellos se conservaron mientras desaparecían en el mundo occidental, por obra del cristianismo, venían a reaparecer para occidente siglos después, vivitos y coleando, justo en Cuba, y en otras partes de América, por obra de la trata negrera.
Las complejidades, paradojas y sinuosidades de lo sincrético religioso se ha pretendido explicar mediante el enmascaramiento o la asimilación de los dioses del vencido frente a los dioses del vencedor. Ambos serían posicionamientos racionalistas para entender lo irracional. Aproximaciones a la ilógica en términos de la Lógica. Una manera errada de analizar el mundo de lo numinoso.
Porque desde el punto de vista de la lógica, qué podría relacionar a Santa Bárbara ─la impúber muchacha que se negó a casarse para consagrarse a Cristo Rey, y que por lo mismo fue encerrada en una torre y entregada a los tribunales por su padre Dióscoro, oficial de legionarios al servicio del Imperio Romano, y luego decapitada y devenida santa─ con el dios del rayo, la música y la masculinidad ─revoltoso, ostentoso, orgiástico y mujeriego, que baja con el hacha bipene en alto y danza con la mano en la entrepierna, en desmesurado alarde de sus poderes priápicos─ al que se conoce por Shangó. Obviamente, nada.
Pero, una cosa es lo obvió fenoménico y otra lo profundo espiritual. Y es que el Espíritu se manifiesta siempre y en todo lugar de los más disimiles modos, siendo una y la misma esencia. Quizá por ello todas las religiones sean monoteístas aun siendo politeístas.
Dios habla al hombre en sueños, pero se manifiesta y manda mediante los mitos o, para decirlo en forma racionalmente potable, mediante los arquetipos. No importa que el hombre moderno niegue lo mítico-arquetípico, lo mítico-arquetípico encontrará siempre manera de manifestarse y, va de suyo, con más se manifestará entre más se le niegue. Los dioses no desaparecen por más que se decrete su muerte. Se les puede prohibir o desatender pero ellos resurgirán con más poder en el momento y lugar menos esperado, con otra forma pero en la misma esencia.
Lo católico y lo pagano
Quizá en el entendimiento de eso, en algún punto y en algún nivel, esté el secreto de la sobrevivencia de la Santa Iglesia Católica por más de dos mil años. No hay nada similar en la historia humana. Por ello habría iglesias protestantes, pero no una Iglesia Protestante. Por ello tal vez el mundo occidental será católico, o no será. Es algo que tendría que ver con el misterio de la Santísima Trinidad que se expande, y se complementa, con el misterio de la Virgen asumido en la declaración del Concilio Vaticano I como expresión, según Carl Gustav Jung, del cuaternario en tanto totalidad.
El catolicismo no habría que verlo como una ruptura con el panteón del paganismo greco-latino, sino como una continuidad por otras vías del paganismo greco-latino en que se incorporan, sobre todo, nuevos elementos de la índole de la dignificación de los más bajos estratos sociales, la misericordia y el amor en tanto modos de ascensión o iluminación.
Así, el summum de la cristiandad no sería la Reforma, ni siquiera la Contrarreforma, una y la misma cosa en el camino de la modernidad y la razón en el distanciamiento de Dios. El súmmum de la cristiandad estaría en el Sacro Imperio Romano Germánico de Carlomagno. Momento en que parece repetirse en occidente el Imperio Romano de la época pagana. Momento de la centralidad, de la monarquía y el sacerdocio al mando mancomunados por derecho de lo divino. Momento del rey como un santo o un dios.
Sabater Reyes apunta acertadamente al final del libro que "sería erróneo hablar de una asimilación de Yemayá por María, pues esta es la madre de Dios, que es pura, inmaculada, virgen y santa... En cambio Yemayá es la deidad del mar, madre de los orishas, por lo que no existe compatibilidad entre ambas en el nivel objetivo ni doctrinal. Sin embargo, arquetípicamente la polaridad entre María−Yemayá es aceptable si consideramos que constituyen una manifestación del culto de la gran madre, tales como Afrodita, Isis, Artemis, Deméter y Astarté".
Como también, decimos nosotros, sería erróneo hablar de una asimilación de la yoruba Yemayá con la conga Madre de Agua. Pues mientas la primera es un orisha dentro de la Regla de Ocha, la segunda es un mpungo o una fuerza anímica dentro de la Regla de Palo Monte. Pero ambas estarían relacionadas a un nivel más sutil, en tanto divinidades de lo femenino-maternal. Mismo nivel en el que se relacionarían ellas con la Virgen de Regla y esta, a su vez, con la Virgen María.
Por lo que acá estaríamos hablando de un sincretismo dentro de otro sincretismo, ese que bajo el manto del catolicismo ocurrió en la isla entre deidades de diferentes denominaciones. Una prueba más, por si las dudas, de que el Espíritu no entiende de las limitaciones impuestas por las fronteras espacio-temporales.