Este lunes Barack Obama inicia su gira por Europa. Asiste en La Haya, Holanda, a la cumbre de seguridad nuclear y a una reunión del G-7 que ha convocado, debido a la crisis ucraniana. Después viajará a Bruselas, Bélgica, para copresidir la cumbre EE. UU – UE. Luego, en Roma se reunirá con el Papa Francisco y las autoridades italianas. Antes de dejar Europa Obama debería ir a Kiev, la capital de Ucrania. Sería muy útil que se pasee por la Plaza de la Independencia o hable en la Rada.
En agosto de 1961, los comunistas de Alemania Oriental, asesorados por Moscú, levantaron un muro que dividió Berlín. El presidente Kennedy viajó en 1963 a la dividida capital para decir que él era berlinés, expresando solidaridad y apoyo a los residentes de Berlín Occidental.
En 1987, Ronald Reagan, a pesar de la negativa de sus asesores y miembros del gabinete, pidió al gobernante soviético Mijail Gorbachev que echara abajo aquella muralla en el corazón de Berlín. Los dos gobernantes infundieron esperanzas a los alemanes para ver un día unida la capital y el país.
La frase que debería decir Obama en Kiev es simple, Я українець (Soy ucraniano). Una visita a ese país, por muy corta que sea, es muestra de solidaridad, compromiso con la integridad territorial y con el proceso democrático en esa nación. Esas palabras traerían el aliento que necesitan los ucranianos para mantenerse férreos ante una invasión foránea superior en hombres y técnica.
En 1956, poco pudo hacer el presidente Eisenhower ante la invasión soviética que aplastó la revolución húngara. La ONU condenó la agresión, pero en el Consejo de Seguridad se impuso el veto de Moscú.
Al entrar los tanques soviéticos en Checoslovaquia en 1968, Johnson solo pudo reunir en una sola ocasión al Consejo de Seguridad y la URSS uso de nuevo el veto. En Hungría y la República Checa recuerdan la inacción de Occidente y EE.UU. Los alemanes no olvidan del apoyo de Kennedy y Reagan.
Para el bienestar de Europa Oriental, la tranquilidad de Ucrania y vecinos, y para que en el Kremlin comprendan que la invasión no es tolerable en el siglo XXI, el presidente de los Estados Unidos, sea quien sea, debe de expresar en Kiev el respaldo americano.
En agosto de 1961, los comunistas de Alemania Oriental, asesorados por Moscú, levantaron un muro que dividió Berlín. El presidente Kennedy viajó en 1963 a la dividida capital para decir que él era berlinés, expresando solidaridad y apoyo a los residentes de Berlín Occidental.
En 1987, Ronald Reagan, a pesar de la negativa de sus asesores y miembros del gabinete, pidió al gobernante soviético Mijail Gorbachev que echara abajo aquella muralla en el corazón de Berlín. Los dos gobernantes infundieron esperanzas a los alemanes para ver un día unida la capital y el país.
La frase que debería decir Obama en Kiev es simple, Я українець (Soy ucraniano). Una visita a ese país, por muy corta que sea, es muestra de solidaridad, compromiso con la integridad territorial y con el proceso democrático en esa nación. Esas palabras traerían el aliento que necesitan los ucranianos para mantenerse férreos ante una invasión foránea superior en hombres y técnica.
En 1956, poco pudo hacer el presidente Eisenhower ante la invasión soviética que aplastó la revolución húngara. La ONU condenó la agresión, pero en el Consejo de Seguridad se impuso el veto de Moscú.
Al entrar los tanques soviéticos en Checoslovaquia en 1968, Johnson solo pudo reunir en una sola ocasión al Consejo de Seguridad y la URSS uso de nuevo el veto. En Hungría y la República Checa recuerdan la inacción de Occidente y EE.UU. Los alemanes no olvidan del apoyo de Kennedy y Reagan.
Para el bienestar de Europa Oriental, la tranquilidad de Ucrania y vecinos, y para que en el Kremlin comprendan que la invasión no es tolerable en el siglo XXI, el presidente de los Estados Unidos, sea quien sea, debe de expresar en Kiev el respaldo americano.