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Una visión del conflicto sirio desde Washington


Fotografía de archivo tomada el 7 de febrero de 2013 que muestra al jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense, Martin Dempsey, testificando ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado en el Capitolio, en Washington (Estados Unidos).
Fotografía de archivo tomada el 7 de febrero de 2013 que muestra al jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense, Martin Dempsey, testificando ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado en el Capitolio, en Washington (Estados Unidos).

La oposición siria es débil y está sumamente dividida, en tanto que los diversos grupos y grupúsculos políticos carecen de programas políticos coherentes.

En su informe al Senado, el jefe del Estado Mayor estadounidense – general Martin Dempsey – lo dijo con la abrumadora claridad de las cifras : una intervención militar en Siria sería ruinosa. El mero establecimiento de un área de exclusión del tráfico aéreo sobre parte de ese país le costaría al Pentágono nada menos que mil millones de dólares al mes.

Y esta era, según el informe de Dempsey, una de las opciones militares más baratas que se le plantean a Washington. Las otras cuatro serían : 1, formación y asistencia militar a las los opositores moderados; 2, ataques con misiles contra las fuerzas gubernamentales; 3, establecer zonas neutrales en las fronteras sirias con Turquía y Jordania; y 4, el envío de fuerzas armadas norteamericanas para intervenir en los combates. Todas estas alternativas no sólo serían más caras que el establecimiento de la zona de exclusión aérea, sino que además causaría más pronto o más tarde la pérdida de vidas de soldados y técnicos estadounidenses.

Pero por abrumadoramente abstencionista que resulte este informe económico-militar sobre una posible intervención armada de EEUU en Siria, el argumento decisivo pro mantenimiento de la neutralidad no es militar, sino político.

Porque la oposición siria es débil y está sumamente dividida. Sus contingentes armados parecen más agrupaciones folklóricas que militares (con la excepción de los mercenarios djijadistas), en tanto que los diversos grupos y grupúsculos políticos carecen de programas políticos coherentes, de cuadros de mandos que puedan hacerse cargo de la Administración pública en caso de victoria y también carecen de una o dos figuras con carisma que puedan movilizar a la población civil en pro de un cambio.

Este deplorable panorama de la alternativa al Gobierno de Assad se parece demasiado a las recientes experiencias político-militares recientes de Estados Unidos en Libia, Irak y Afganistán, países que han quedado tan mal o peor después de los derrocamientos con ayuda occidental de los respectivos regimenes opresores. Es probable que ante semejante perspectiva Washington sienta la menor tentación de comprometerse a fondo con la revolución siria.
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