En una tarde de febrero en La Habana, el congresista Jim McGovern estaba paseando por los pasillos del Palacio de la Revolución con el gobernante cubano Raúl Castro. El representante demócrata por Massachusetts, había trabajado largamente para normalizar las relaciones entre Washington y La Habana e instó al líder cubano a aprovechar el momento para llegar a un acuerdo diplomático con el presidente Barack Obama.
Castro tenía otros asuntos en su mente. Hizo un sinfín de preguntas sobre un proyecto, con sede en Boston, para archivar miles de documentos que quedan en la antigua casa de Ernest Hemingway en La Habana. Y se indignó por el encarcelamiento de tres espías cubanos condenados en el 2001. Esto era lo típico: ningún funcionario estadounidense abandona Cuba, dice un ex funcionario de Obama, sin escuchar "una letanía de agravios históricos".
Aun así, McGovern percibió un tono claramente esperanzador de fondo. "Tenemos que hablar sobre el presente y el futuro", le dijo Castro. "Porque si hablamos del pasado, nunca podremos resolverlo".
"Pensé, 'Tal vez este es un tipo con el que podemos hacer negocios'", dice McGovern.
18 meses de diplomacia
Esa esperanza se hizo realidad el miércoles, cuando el presidente Obama anunció que iba a normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, más de 50 años después de que se convirtieran en una víctima de la revolución comunista de Fidel Castro y la geopolítica de la Guerra Fría. Casi sin avisar y en un momento en que la atención de Washington está fijada en el Medio Oriente y Rusia, el anuncio fue tan repentino como impresionante.
Pero fue algo que se trabajó por largo tiempo, un resultado de 18 meses de diplomacia furtiva para la que el presidente Obama designó un emisario improbable –su redactor de discursos de política exterior– para asistir a las reuniones secretas con funcionarios cubanos en Canadá y Roma.
Fue también el cumplimiento de la promesa hecha por Obama en el 2008, cuando dijo que podría, en condiciones adecuadas, involucrarse en la diplomacia directa con los dirigentes cubanos. Él podría haber actuado antes, pero por un puñado de prisioneros –incluyendo el contratista de USAID Alan Gross, quien fue secuestrado a menos de un año de la presidencia de Obama– hubiera sido al menos un fallido intento de diplomacia independiente.
"Los cambios son muy consistentes con el camino que hemos adoptado desde el principio", expresa Dan Restrepo, principal asesor de Obama para Asuntos Hemisféricos hasta mediados del 2012. "Se puede conectar una línea bastante directa desde aquí con un debate en Carolina del Sur [en 2007], donde el Presidente habló por primera vez sobre la práctica de la diplomacia directa con nuestros adversarios, incluyendo a Castro".
Los rivales de Obama lo ridiculizaron como ingenuo después de ese debate, en el que dijo iba a hablar directamente con los líderes de Irán, Corea del Norte y Cuba. Obama pudo haber modificado más tarde esa posición. Pero nunca se retractó de su opinión de que la diplomacia de Estados Unidos con sus enemigos tenía que ser renovada.
Decidido a avanzar
Una vez en el cargo, Obama tomó medidas discretas para liberalizar la política estadounidense hacia Cuba, incluyendo el relajamiento de la prohibición de viajar para los familiares de cubanos que viven en Estados Unidos.
Pero el arresto de Gross en diciembre del 2009, condenado luego a una pena de 15 años de cárcel por llevar equipos de computación a la comunidad judía de La Habana –fue acusado de ser un espía– congeló los planes grandiosos. Algunos altos funcionarios especularon de que la línea dura en La Habana había ordenado el arresto de Gross por esa misma razón.
Pero Obama estaba decidido a seguir adelante. Él citó la política hacia Cuba como un área donde los políticos "hacen las mismas promesas vacías año tras año", diciendo que "ellos vienen a Miami, hablan duro, regresan a Washington y nada cambia en Cuba".
La Casa Blanca vio la liberación de 52 presos políticos en Cuba en el 2010 como un importante signo de esperanza, a pesar de que el encarcelamiento de Gross seguía siendo un punto de conflicto.
El problema se vio agravado por la participación del ex embajador ante la ONU y gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, quien había negociado la liberación de algunos presos extranjeros de alto perfil en el pasado y se ofreció a sí mismo en un intento de liberar a Gross.
"Richardson decidió que iba a ir a resolver la situación", dice un ex funcionario de la administración. "Lo hizo por su cuenta".
Un fiasco colosal
Pero la visita del hombre de Nueva México fue un fiasco. Después de que Richardson llegó a La Habana en septiembre de 2011, viajando como un ciudadano privado, describió a Gross ante los medios internacionales como un prisionero político, lo que enfureció a los funcionarios cubanos, quienes le negaron una reunión con el contratista. Richardson salió de Cuba con las manos vacías, y recientemente reconoció a NewsmaxTV que su grandilocuencia había sido un error.
"Metí la pata", dijo Richardson. Funcionarios de Obama estuvieron de acuerdo ampliamente.
En mayo de este año, los defensores de un cambio en la política hacia Cuba se impacientaban. Gross estaba en contacto telefónico semanal con Washington a través de Tim Rieser, asesor del senador Patrick Leahy (D-Vt.), quien también tuvo un gran interés en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Su salud estaba fallando y tenía pensamientos suicidas. El secretario de Estado John Kerry saldría más tarde a advertirle a su homólogo cubano que si algo le pasaba a Gross "no habría nunca, nunca, un mejoramiento de la relación con Estados Unidos", según un funcionario de la administración.
Leahy y varios otros miembros del Congreso visitaron Obama en la Oficina Oval, donde se les unió Joe Biden, en lo que McGovern describe como "una reunión muy franca". Él y sus colegas presionaron a Obama para avanzar más rápido.
"¡Dijiste que ibas a hacer esto!', le dijo McGovern al Presidente. "¡Hagámoslo!".
Pieza clave
Obama dijo que estaba trabajando en ello. De hecho, él había comenzado su ofensiva final y decisiva desde un año antes. Obama había hablado de la importancia de una nueva política hacia Cuba cuando se planteó por primera vez el trabajo de la Secretaría de Estado a Kerry. En la primavera del 2013, Obama autorizó las conversaciones directas entre los principales asesores de la Casa Blanca y funcionarios cubanos.
Uno de los miembros del personal era Ben Rhodes, asesor adjunto de Seguridad Nacional con poco más de 30 años y quien ha trabajado con Obama desde 2007. La experiencia de Rhodes se halla en la redacción de discursos y la gestión con los medios de prensa, pero él se ha movido constantemente a un nivel más profundo dentro del círculo asesor interno de Obama. Ex estudiante de Escritura Creativa, Rhodes no tiene experiencia diplomática formal, pero un ex colega de la Casa Blanca dice que tenía sentido enviarlo como emisario a un país donde Estados Unidos no tiene embajada o embajador: "Todo lo que se necesita es una búsqueda en Google para que esta gente sepa que Ben habla con el Presidente, y tiene acceso diario, y puede ser un confiable canal secreto".
Acompañado por el principal miembro del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) para América Latina, Ricardo Zúñiga, Rhodes viajó a Canadá en junio del 2013 para reunirse con funcionarios cubanos en el primero de varios encuentros para discutir un acuerdo que liberaría a Gross y allanar el camino para un deshielo diplomático mayor.
Exigencias de Cuba
Como condición para la liberación de Gross, los cubanos habían exigido inicialmente el fin a los programas estadounidenses a favor de la democracia en su país, según un ex funcionario. Sin embargo, su interés se desplazó a los tres miembros restantes de los Cuban Five, quienes fueron convictos de espionaje en Miami en 2001. Uno de ellos, Gerardo Hernández, fue condenado en el 2001 por conspiración para cometer asesinato, vinculado al derribo en 1996 de dos avionetas privadas que lanzaban panfletos contra el régimen.
McGovern cuenta que Castro estaba particularmente incómodo por la sentencia de Hernández. "Yo di la orden. Yo soy el responsable", dijo.
Las autoridades estadounidenses se negaron a cambiar los espías cubanos presos por Gross, quien insistió en que no había sido un espía como ellos. Pero una solución apareció en la forma de un espía estadounidense que permanecía encarcelado en Cuba desde mediados de la década de 1990. Un plan surgió para negociar a los cubanos por el innombrado estadounidense. La liberación de Gross sería técnicamente un gesto de buena voluntad sin relación con el canje.
Las conversaciones tomaron un poderoso impulso por la intervención del papa Francisco, argentino y una figura influyente en una Cuba abrumadoramente católica. Francisco envió cartas a Obama y Castro a principios del verano, instando a un intercambio de prisioneros y a mejorar las relaciones diplomáticas. Un alto funcionario gubernamental llamó la intervención del Papa "muy rara", y agregó: "No hemos recibido [otras] comunicaciones como esta del Papa, que yo sepa".
Francisco también fue anfitrión de un encuentro decisivo en el Vaticano este otoño –asistieron Rhodes y Zúñiga– en la que las dos partes discutieron los arreglos finales.
Misión cumplida
Pero el intercambio de prisioneros no sería suficiente. Obama había prometido a los votantes que no cambiaría su política hacia Cuba a menos que el régimen de Castro emprendiera reformas más amplias.
"Si usted [Castro] toma pasos significativos hacia la democracia, empezando por la liberación de todos los presos políticos, tomaremos las medidas necesarias para comenzar la normalización de relaciones", dijo Obama en un viaje de campaña por la Florida en mayo del 2008.
Como parte del acuerdo final, el régimen de Castro accedió a liberar a otros 53 presos políticos. También se ha comprometido a aumentar la conectividad a Internet y permitir que proveedores de telecomunicaciones de Estados Unidos operen en el país vecino.
Pero Castro no se ha comprometido a reformas democráticas específicas, y los críticos de Obama –incluyendo algunos demócratas– han denigrado el anuncio como una capitulación ante un dictador.
Para Obama, sin embargo, fue el cumplimiento de una misión que declaró por primera vez hace más de siete años. Y fue una oportunidad para dar forma a un legado de política exterior que mayormente se ha definido por las crisis alrededor del mundo.
Pero fue un secreto hasta el final. Incluso McGovern, conocido en Washington como uno de los mejores amigos de Cuba, no tenía idea de que el gran avance era inminente hasta que su teléfono sonó la noche del martes.
Era el vicepresidente Joe Biden. "Me gustaría que vinieras a Andrews [Air Force Base] para estar allí cuando Alan aterrice", le dijo.
* Michael Crowley es un veterano reportero de política exterior en el sitio digital POLITICO, donde apareció originalmente este artículo.
Traducción: CaféFuerte.