La modelo y ¿actriz? Sissi Fleitas (al menos así la describen los medios de prensa), llegó de visita a Cuba según dice “de forma privada”. Una verdadera contradicción en términos, puesto que se apresuró a colgar fotos de su visita en Twitter, con comentarios tan políticamente sugestivos como el de que le encanta ver a su Habana “lista para recibir al mundo”. Por supuesto que le corresponde todo el derecho, pero cuando se emprenden acciones de este tipo la visita deja de ser personal para convertirse en pública, y por ende se abre la puerta a los comentarios, favorables o no, sobre el viaje de marras.
Con su viaje, y la autogestión propagandística que genera bien fundadas sospechas sobre la espontaneidad del hecho, Sissi se suma a la cohorte de celebridades que han visitado Cuba después del relanzamiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Conan, Beyonce, Naomi Campbell, y más reciente Rihanna, para en cierto sentido ayudar a propagar la imagen de que todo es diferente y ahora ir a Cuba es cool y seguro, en todo sentido del término. O un trending topic, como se dice en Twitter, precisamente el medio escogido por Sissi para promocionarse, de quien por cierto hacía tiempo no se escuchaba mucho, o nada.
Lo pernicioso de esto, más allá de las motivaciones personales de cada cual, es que la tendencia se inscribe dentro de todos los procesos desatados en los últimos seis meses, los cuales evidencian sostenidamente que el relanzamiento de relaciones Cuba-Estados Unidos es un evento con implicaciones globales, mucho más allá de las fronteras e intereses de los dos países como tal. Al terminar el estado de excepción entre Cuba y Estados Unidos, se abrió la puerta a la aceptación del régimen como una “normalidad” atípica en el continente y también en el mundo.
Se han relanzado las relaciones no sólo con EE. UU, sino también con la Unión Europea, amén de los tratados y acuerdos específicos con Francia, Inglaterra, Japón y un sinnúmero de países. El régimen aparece junto a Noruega como garante de acuerdos de paz para una guerra que alimentó con la creación, entrenamiento y apoyo logístico a las guerrillas en Colombia, y firma acuerdos de exención de visas con Rumania, bajo el engañoso presupuesto de cambios en la situación interna.
Este es precisamente el sofisma más grande creado a partir del 17 de diciembre. A pesar de que resulta totalmente ilógico asumir que las relaciones entre un gobierno y sus gobernados pueden ser transformadas a partir de un cambio en las relaciones de ese gobierno con otro gobierno extranjero, se promueve constantemente esta idea como el logro (aún no alcanzado) del mal llamado relanzamiento. Los lances y relances, según confesión de ambas partes, fueron fruto de una negociación secreta Castrismo-Vaticano-Estados Unidos que demoró la friolera de 18 meses. No hay mucho margen a la espontaneidad en una operación de semejantes proporciones.
La sicosis colectiva desatada como consecuencia de este fenómeno ha generado una auténtica carrera por la porción que corresponda del pastel cubano, ya sea política, económica, o artística, que en definitiva en el mundo moderno son cada vez más difusas las líneas divisorias entre esos campos.
Y así llegamos a Sissi, quien se cansó de decir que salió de Cuba porque quería hacer su carrera en libertad, regresa al mismo país sin libertad y contribuye a la trivialización del análisis de la realidad cubana tomándose fotos y mojitos en el Hotel Nacional, bajo el sofisma de que se trata de un asunto personal. Como diría el escritor japonés Kenzaburo Oé en su magistral novela del mismo nombre:
“Una vez que una persona ha sido envenenada por el autoengaño, no puede tomar decisiones sobre sí misma tan acertadamente como antes”.
El problema de Cuba es que no es sólo una persona la que se está tratando de envenenar por medio de un autoengaño, sino toda la opinión pública mundial. Se trata, mucho más allá de un asunto personal, de un asunto global. Y no la vida de una persona, sino de millones de personas, depende de esta falacia.