La República Popular China parece aplicar el mismo modus operandi que se apreció en la extinta Unión Soviética con el desastre nuclear de Chernobyl y en Cuba con el SIDA.
El secretismo soviético acerca de la catástrofe en Ucrania en 1986, permitió que tras el accidente entre 600 000 y 800 000 voluntarios se presentaran para aislar el núcleo del reactor, sin saber la verdad sobre lo que les podía suceder después, tentados por ofertas de dinero y hasta por ser eximidos del servicio militar en Afganistán.
Se llegó a decir en el inmenso terrirtorio de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), mito probablemente inducido por el mismo régimen, que los efectos tóxicos de la radiación en Ucrania podían neutralizarse tomando vodka, vino o copiosas cantidades de cerveza.
El secretismo isleño acerca del SIDA y las medidas policiacas (las personas sospechosas de estar infectadas, sobre todo homosexuales, eran aparatosamente atrapadas en público o en su casa y metidas dentro de un saco amarillo y llevadas en una ambulancia hacia un centro de internamiento nombrado Los cocos en calidad de detenidos), fomentaron una falsa sensación de seguridad entre la población joven que seguía con su desordenada vida sexual sin usar siquiera preservativos porque la versión oficial era que "los sidosos" están encerrados y, por otro lado, los extranjeros continuaban viajando a la isla como a un paraíso impune ante la epidemia.
Con aproximadamente tres mil muertos hasta el momento, la pandemia del coronavirus que enfrenta China nos viene a mostrar por si las dudas los peligros de la población inerme ante la modernidad globalizada: una ola en el mar de la China arriba sin más y en un santiamén a Nueva York o París.
China ha registrado 427 casos nuevos de coronavirus y ha declarado que 47 personas han muerto este viernes último de febrero a causa del brote en el país. De estas muertes, 45 han tenido efecto en la provincia Hubei, donde se encuentra Wuhan, epicentro del virus. A fines del mes de febrero se registraron también otros 248 casos sospechosos de coronavirus y 2 885 personas se han recuperado de la infección. Mientras, siempre según las autoridades, el número de casos graves ha disminuido en 288, hasta los 7 664. El Ministerio de Sanidad informó dijo que 1 418 personas son sospechosas de estar infectadas por el virus. Hasta el viernes 29 de febrero, 39 002 personas recibieron el alta médica de diferentes hospitales tras recuperarse del coronavirus.
Tan aterrador como el mismo coronavirus es que el país asiático, como antes la URSS y Cuba, parece ahora más empeñado en controlar y manipular la información acerca de la realidad de la pandemia, de cara a al interior y el exterior del país, que en frenar sus efectos en la desprevenida población y el extranjero.
La idea de que las tasas de infección en China están bajando debe verse con sumo escepticismo, mientras que la noción de que el virus se originó fuera de China no está respaldada por datos confiables. Todo lo que responde a las conveniencias políticas del régimen y es tan peligroso como la enfermedad misma porque dificultan los esfuerzos imprescindibles y apremiantes para comprender cómo es que comenzó el virus y cómo hay que detenerlo.
Desde que empezó la pandemia, la principal preocupación de China no ha sido la población sino silenciar a los críticos y minimizar los informes sobre la magnitud de la tragedia. Así, en enero, como si no bastara ya con el terror de la pandemia el régimen comunista utilizó la coacción de la fuerza gubernamental contra la población para procurar contener la propagación interna de la pandemia. Lo importante para China no es tanto impedir la expansión de la pandemia como vender la imagen de que todo está bajo control y reactivar su economía.
El siete de febrero pasado, el diario The New York Times informaba que las autoridades en China tomaron medidas drásticas contra aquellos medios informativos con el fin de controlar la narrativa sobre la crisis. Y los diarios, revistas, periódicos, y cuanto canal de televisión existe en el país asiático, recibían, afirma el rotativo neoyorquino, instrucciones para que se dedicaran a relatar historias positivas sobre "los esfuerzos de las autoridades por contener el virus".
Destacan además que "las plataformas de internet han tenido que eliminar una variedad de artículos que sugieren la existencia de deficiencias en el enfrentamiento gubernamental a la pandemia".
Ahora Cuba, y su adlátere Venezuela -a instancias de China quizá-, andan en las de aseverar que el coronavirus es un arma biotecnológica creada por la CIA para dañar esa jauja, casi una jaula, de felicidad que sería la nación asiática.