Dicen que nadie escarmienta por cabeza ajena, que repetimos los errores de otros y tropezamos –una y otra vez- con la misma piedra. Los escépticos aseguran que los pueblos olvidan, que cierran los ojos al pasado y vuelven a cometer idénticos descuidos. Venezuela, sin embargo, ha comenzado a desmentir esa fatalidad. En medio de una realidad marcada por la inseguridad, el desabastecimiento y la inflación, los venezolanos tratan de enmendar un desliz que ha durado demasiado tiempo.
Tomada por la inteligencia cubana, monitoreada desde la Plaza de la Revolución y gobernada por un hombre que azuza la violencia contra los diferentes, esta nación suramericana se encuentra ahora ante el dilema más importante de su historia contemporánea. Totalitarismo o democracia son las opciones. Lo que se decide en sus calles, no es sólo la permanencia de Nicolás Maduro en el poder, sino la existencia misma de un eje de autoritarismo y personalismo que atraviesa a toda Latinoamérica. Un sistema que se disfrazó con palabrería hueca, al estilo de “socialismo del siglo XXI”, “revolución de los humildes”, “sueños de Bolívar” y “nueva izquierda”, pero cuyas características fundamentales son la ambición de poder de sus líderes, la ineficiencia económica y el recorte de libertades.
Los estudiantes venezolanos le han dado, no obstante, una dosis de su propia medicina al chavismo. El sector juvenil y universitario ha sido en este caso el motor impulsor de las protestas. Lo cual evidencia que Miraflores ha perdido la parte más rebelde y dinámica de una sociedad. Aunque los titulares oficialistas hablen de conspiración fomentada desde el extranjero, basta mirar las imágenes de policías y comandos armados golpeando a los manifestantes, para comprender de dónde viene la violencia.
Venezuela vive momentos difíciles, como todo despertar. Los oligarcas de rojo no abandonaran voluntariamente el poder y Raúl Castro no se dejará arrebatar tan fácilmente “la gallina de los huevos de oro”. Pero al menos ya sabemos que los venezolanos no transitarán el mismo camino que nos impusieron en Cuba. La mansedumbre, el miedo, la complicidad, el escapar como única salida… han sido nuestros errores. Venezuela no quiere repetirlos, no puede repetirlos.
Publicado el 2 de marzo en el blog Generación Y
Tomada por la inteligencia cubana, monitoreada desde la Plaza de la Revolución y gobernada por un hombre que azuza la violencia contra los diferentes, esta nación suramericana se encuentra ahora ante el dilema más importante de su historia contemporánea. Totalitarismo o democracia son las opciones. Lo que se decide en sus calles, no es sólo la permanencia de Nicolás Maduro en el poder, sino la existencia misma de un eje de autoritarismo y personalismo que atraviesa a toda Latinoamérica. Un sistema que se disfrazó con palabrería hueca, al estilo de “socialismo del siglo XXI”, “revolución de los humildes”, “sueños de Bolívar” y “nueva izquierda”, pero cuyas características fundamentales son la ambición de poder de sus líderes, la ineficiencia económica y el recorte de libertades.
Los estudiantes venezolanos le han dado, no obstante, una dosis de su propia medicina al chavismo. El sector juvenil y universitario ha sido en este caso el motor impulsor de las protestas. Lo cual evidencia que Miraflores ha perdido la parte más rebelde y dinámica de una sociedad. Aunque los titulares oficialistas hablen de conspiración fomentada desde el extranjero, basta mirar las imágenes de policías y comandos armados golpeando a los manifestantes, para comprender de dónde viene la violencia.
Venezuela vive momentos difíciles, como todo despertar. Los oligarcas de rojo no abandonaran voluntariamente el poder y Raúl Castro no se dejará arrebatar tan fácilmente “la gallina de los huevos de oro”. Pero al menos ya sabemos que los venezolanos no transitarán el mismo camino que nos impusieron en Cuba. La mansedumbre, el miedo, la complicidad, el escapar como única salida… han sido nuestros errores. Venezuela no quiere repetirlos, no puede repetirlos.
Publicado el 2 de marzo en el blog Generación Y