El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, tiene que estar encantado al haber logrado dividir la oposición a su régimen totalitario.
La verdad es que la jugada de llamar a un diálogo con lo oposición para ver si de esta forma lograba controlar las protestas callejeras que surgen a diario en ciudades y pueblos de todo el país fue una idea magistral. Las protestas que comenzaron en febrero y en las cuales ya han muerto 41 personas continúan, pero no con la fuerza de antes.
Algunos en la oposición, entre los cuales se encuentra Henrique Capriles Radonski, gobernador del Estado de Miranda, y muchos de los viejos políticos defienden su participación en el diálogo explicando que es un paso importante. Tanto Gobierno como la oposición que participa en esas conversaciones se han quejado de las cosas que ocurren en el país. Pero no han llegado a ninguna conclusión.
Por otra parte, otros en la oposición, entre ellos Leopoldo López, María Corina Machado (miembro de la Asamblea Nacional Bolivariana), y Antonio Ledezma están opuestos al diálogo. Ellos dicen que no pueden hablar con un Gobierno que ha encarcelado a cientos de los protestantes – entre los cuales está López, acusado de instigar a la violencia.
Pero el grupo más importante en la Venezuela de hoy son los estudiantes, que salen a la calle a diario en protesta por los desmanes del Gobierno de Maduro. Ellos sí cuentan. Salen a protestar el autoritarismo de Maduro, una inflación que en febrero subió un 57%, y donde a pesar de las riquezas petroleras del país, en las ciudades faltan casi todos los productos básicos de la canasta familiar.
Los estudiantes no aceptan que Maduro compre la lealtad de países en el hemisferio con petróleo venezolano mientras que en Venezuela falta de todo.
Desde el punto de vista de un cubano exiliado hace más de medio siglo, duele ver las divisiones en la oposición venezolana. Me recuerdan las divisiones estériles entre los primeros grupos de exiliados cubanos en los primeros años de la Revolución Castrista. En aquella época había más posibilidades de derrocar al gobierno comunista de Cuba, pero los exiliados estábamos divididos en decenas de organizaciones.
Cada cual tiene sus razones para explicar lo que hacen en Venezuela hoy día. Capriles, el gobernador de uno de los mayores estados del país, cree que su deber como funcionario público es dialogar con el Gobierno para buscar soluciones. El también pide que liberen a los presos políticos y en particular a López. Y exige que se respeten los derechos humanos.
Los otros oponentes al régimen de Maduro creen que Capriles está perdiendo su tiempo y que disminuye la intensidad de las protestas. Ellos creen que a un perro viejo no se le puede enseñar nuevas mañas.
Los que todavía se mantienen firmes en pie de lucha creen que Maduro sigue las instrucciones que de Cuba le manda Raúl Castro. Que la brutal represión de las fuerzas policíacas del gobierno obedece a órdenes y planes trazados en La Habana y ejecutadas bajo la dirección de instructores militares cubanos.
Pocos días antes de que comenzara el diálogo, parecía que el Gobierno de Maduro se tambaleaba. Las barricadas que construían los estudiantes impedían el libre tránsito en muchas ciudades y carreteras del país. A diario salían decenas de miles de venezolanos a las calles a protestar en contra de Maduro.
El Gobierno tuvo que recurrir al uso de gases lacrimógenos, a chorros de agua a presión y a tiros de escopetas con perdigones para dispersar a la oposición. En eso vino el diálogo y las vacaciones de Semana Santa y las protestas disminuyeron en intensidad.
Algunos de los más avezados analistas políticos del país están de acuerdo en pedir que por lo menos los grupos de la oposición no se critiquen los unos a los otros. Eso no es fácil, Capriles Radonski está en libertad para negociar, mientras López está en la cárcel, a Machado la han expulsado de la Asamblea Nacional y alcaldes de la oposición han sido destituidos de sus cargos.
En los próximos días veremos si Maduro pudo sobrellevar esta crisis, o si el movimiento estudiantil logra nuevamente motivar a la oposición a que vuelvan a las calles a protestar la ineficacia del Gobierno.
Las protestas hacen mucho daño porque también perjudican la economía, ya tambaleante, del país. Es muy difícil abastecer a las ciudades si en las mismas hay barricadas por todas partes y miles de manifestantes en las calles.
La meta de la oposición es debilitar aún más al Gobierno. Quieren ver si Maduro puede gobernar. Porque si Venezuela es ingobernable, entonces Maduro tendría que llamar a nuevas elecciones o al menos a un plebiscito para que el pueblo diga si quieren que siga en el Palacio de Miraflores, o quiere que se vaya. Pero lograr esto con una oposición dividida, no es difícil, es imposible.
Guillermo I. Martínez reside en el sur de la Florida. Su dirección electrónica es:
Guimar123@gmail.com
La verdad es que la jugada de llamar a un diálogo con lo oposición para ver si de esta forma lograba controlar las protestas callejeras que surgen a diario en ciudades y pueblos de todo el país fue una idea magistral. Las protestas que comenzaron en febrero y en las cuales ya han muerto 41 personas continúan, pero no con la fuerza de antes.
Algunos en la oposición, entre los cuales se encuentra Henrique Capriles Radonski, gobernador del Estado de Miranda, y muchos de los viejos políticos defienden su participación en el diálogo explicando que es un paso importante. Tanto Gobierno como la oposición que participa en esas conversaciones se han quejado de las cosas que ocurren en el país. Pero no han llegado a ninguna conclusión.
Por otra parte, otros en la oposición, entre ellos Leopoldo López, María Corina Machado (miembro de la Asamblea Nacional Bolivariana), y Antonio Ledezma están opuestos al diálogo. Ellos dicen que no pueden hablar con un Gobierno que ha encarcelado a cientos de los protestantes – entre los cuales está López, acusado de instigar a la violencia.
Pero el grupo más importante en la Venezuela de hoy son los estudiantes, que salen a la calle a diario en protesta por los desmanes del Gobierno de Maduro. Ellos sí cuentan. Salen a protestar el autoritarismo de Maduro, una inflación que en febrero subió un 57%, y donde a pesar de las riquezas petroleras del país, en las ciudades faltan casi todos los productos básicos de la canasta familiar.
Los estudiantes no aceptan que Maduro compre la lealtad de países en el hemisferio con petróleo venezolano mientras que en Venezuela falta de todo.
Desde el punto de vista de un cubano exiliado hace más de medio siglo, duele ver las divisiones en la oposición venezolana. Me recuerdan las divisiones estériles entre los primeros grupos de exiliados cubanos en los primeros años de la Revolución Castrista. En aquella época había más posibilidades de derrocar al gobierno comunista de Cuba, pero los exiliados estábamos divididos en decenas de organizaciones.
Cada cual tiene sus razones para explicar lo que hacen en Venezuela hoy día. Capriles, el gobernador de uno de los mayores estados del país, cree que su deber como funcionario público es dialogar con el Gobierno para buscar soluciones. El también pide que liberen a los presos políticos y en particular a López. Y exige que se respeten los derechos humanos.
Los otros oponentes al régimen de Maduro creen que Capriles está perdiendo su tiempo y que disminuye la intensidad de las protestas. Ellos creen que a un perro viejo no se le puede enseñar nuevas mañas.
Los que todavía se mantienen firmes en pie de lucha creen que Maduro sigue las instrucciones que de Cuba le manda Raúl Castro. Que la brutal represión de las fuerzas policíacas del gobierno obedece a órdenes y planes trazados en La Habana y ejecutadas bajo la dirección de instructores militares cubanos.
Pocos días antes de que comenzara el diálogo, parecía que el Gobierno de Maduro se tambaleaba. Las barricadas que construían los estudiantes impedían el libre tránsito en muchas ciudades y carreteras del país. A diario salían decenas de miles de venezolanos a las calles a protestar en contra de Maduro.
El Gobierno tuvo que recurrir al uso de gases lacrimógenos, a chorros de agua a presión y a tiros de escopetas con perdigones para dispersar a la oposición. En eso vino el diálogo y las vacaciones de Semana Santa y las protestas disminuyeron en intensidad.
Algunos de los más avezados analistas políticos del país están de acuerdo en pedir que por lo menos los grupos de la oposición no se critiquen los unos a los otros. Eso no es fácil, Capriles Radonski está en libertad para negociar, mientras López está en la cárcel, a Machado la han expulsado de la Asamblea Nacional y alcaldes de la oposición han sido destituidos de sus cargos.
En los próximos días veremos si Maduro pudo sobrellevar esta crisis, o si el movimiento estudiantil logra nuevamente motivar a la oposición a que vuelvan a las calles a protestar la ineficacia del Gobierno.
Las protestas hacen mucho daño porque también perjudican la economía, ya tambaleante, del país. Es muy difícil abastecer a las ciudades si en las mismas hay barricadas por todas partes y miles de manifestantes en las calles.
La meta de la oposición es debilitar aún más al Gobierno. Quieren ver si Maduro puede gobernar. Porque si Venezuela es ingobernable, entonces Maduro tendría que llamar a nuevas elecciones o al menos a un plebiscito para que el pueblo diga si quieren que siga en el Palacio de Miraflores, o quiere que se vaya. Pero lograr esto con una oposición dividida, no es difícil, es imposible.
Guillermo I. Martínez reside en el sur de la Florida. Su dirección electrónica es:
Guimar123@gmail.com