La exposición de arte Bienal de La Habana, que concluye el lunes, se ha llevado a cabo 12 veces desde la década de 1980. Pero esta es la primera desde que los esfuerzos por mejorar las relaciones de Estados Unidos con Cuba comenzaron hace seis meses, lo que provocó una gran concurrencia de visitantes estadounidenses.
Aquí están algunas de las observaciones de los coleccionistas de arte de Estados Unidos y sus representantes sobre cómo la escena artística de La Habana se ha desarrollado y el impacto de la distensión.
Artistas consagrados venden su obra en medio millón
Janda Wetherington, cuya galería Pan American Art Projects en Miami se especializa en arte cubano, dice que los precios aumentaron desde la última bienal. Wetherington, que dirigió un tour de coleccionistas durante el evento, dijo que obras de artistas maduros cuyos precios oscilaban entre 1.000 y 5.000 dólares en la última bienal están en el rango de los 5.000-20.000 dólares, mientras que artistas consagrados venden su obra en medio millón.
Pero por lo menos una artista joven, una estudiante de la prestigiosa secundaria para artes de La Habana, sobreestimó el bombo publicitario de la Bienal. Perdió una venta al fijar el precio de una copia de un video en 3.500 dólares. La obra utilizaba el baño de la escuela como su galería, al proyectar imágenes en video que hacía parecer que el lavabo estaba lleno de peces nadando.
"Era una pieza brillante, un fabuloso trompe-l'oeil", dijo Louise Martorano, directora ejecutiva de RedLine, un centro de arte contemporáneo de Denver que organizó el tour en donde un potencial comprador vio el video. El precio -fijado al consultarlo con un profesor- calculó mal lo que un visitante estadounidense pagaría por una unidad de memoria USB con la obra.
Pero para los que tienen plata para gastar, los precios son "ridículos" de tan bajos, dijo Howard Farber, que dice que ha gastado "muchos millones" en arte cubano desde su primer viaje a La Habana en 2001. "Si ves los precios del arte contemporáneo de Estados Unidos, podrías tener una gran colección cubana por lo que pagas en impuestos por la compra de obras comparables en Estados Unidos".
Farber, un neoyorkino que planea comprar seis obras que vio durante la Bienal, hizo una fortuna al comprar y vender arte modernista estadounidense y arte contemporáneo chino. Dice que Cuba ofrece "la mayor oportunidad para que un coleccionista de arte comience una colección. Se podría decir que lo digo para aumentar el valor de mi propia colección, pero no puedo comprarlo todo, y aún sigo comprando".
El Malecón
Muchos asistentes a la Bienal dijeron que el evento más memorable fue en el malecón de La Habana.
"Uno de los elementos más emocionantes de la Bienal fue ver al público interactuar con obras de arte al exterior junto al Malecón", dijo Sara Reisman, curadora para Shelley y Donald Rubin, quienes poseen 1.000 piezas de arte cubano además de arte himalayo exhibido en el Museo Rubin de Nueva York. "Locales y turistas por igual interactuaban con la obra a todas horas del día y la noche".
Entre lo más destacado se incluye un mural de Emilio Pérez, mecedoras enganchadas de Rubén Hernández Varenes, y una pista de hielo artificial.
La variedad de sedes alrededor de La Habana fue otra diferencia entre esta Bienal y las anteriores.
"En el pasado un grupo de artistas no sería aceptado en el programa de la Bienal si no estaba en un lugar oficialmente aprobado", dijo Wetherington. En esta ocasión, las salas iban desde grandes espacios alternativos como La Fábrica, un híbrido de galería y club nocturno, hasta hogares privados en donde los artistas viven y trabajan juntos.
"No podías ver eso hace 10 años. El gobierno no lo habría permitido", coincidió Patricia Hanna, la curadora de Jorge Perez, fundador del museo en Miami que porta su nombre. Los nuevos lugares ofrecen "muchas más oportunidades" para que los artistas vendan afuera de un sistema formal de galerías y muestren su obra tanto a coleccionistas como a cubanos comunes.
Muchas obras de la Bienal caen cómodamente en el minimalismo contemporáneo, como una absorbente instalación de espejos con una escala de color por Rachel Valdés Camejo, una de las piezas favoritas de Martorano.
Otras piezas tienen temas políticos, como un camino de ladrillos amarillos hecho de madera que se vuelca desde el malecón de La Habana, hasta el Atlántico, y una destrozada bandera de Estados Unidos hecha de palillos de colores.
"Mucha gente está sorprendida por la libertad que parecen gozar (los artistas)", dijo Wetherington. "Pero hasta cierto punto, los artistas son una especie de peones en el mundo político". Dijo que el gobierno cubano puede parecer liberal al permitir que los artistas viajen y creen piezas con mensajes que pueden o pueden no ser subversivos, según cómo se interpreten.
Louis Varela Nevaer, que colecciona arte cubano pero no compró nada durante esta Bienal, piensa que en realidad "hay mucho control" en lo que el artista puede hacer adentro de Cuba. "El arte más controversial se exhibe fuera de Cuba: en México, Francia y España especialmente", dijo Nevaer, quien radica en Nueva York.
Dan Pappalardo, fundador y director general de Troika, una empresa de marketing, gastó 100.000 dólares en un viaje previo a Cuba y compró más durante la Bienal. El arte "realmente resonó", dijo, sobre todo los temas relacionados con el aislamiento y seres queridos que se van. "Hay una autenticidad que viene de un lugar tan arraigado, con menos influencia de las tendencias mundiales", dijo.
También se maravilló por el interés que muestran los cubanos comunes. "Los artistas son parte de la cultura", dijo. "Son venerados como los artistas de cine entre nosotros. Se convierten en héroes".