“Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies se extinguen”.
La cita es del discurso de Fidel Castro ante la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en junio de 1992, y se refiere al daño, según él, causado por el capitalismo al medio ambiente. Sin embargo, bien podría describir los resultados de los esfuerzos del joven Castro por derrotar y subyugar a la naturaleza.
Gran parte de los bosques que quedaban en Cuba en 1959 fueron borrados por intervención humana, gracias a una de las ideas faraónicas del jefe de la revolución: la Brigada Che Guevara, un contingente de 500 bulldózers y otros equipos pesados al que se le asignó la tarea de allanar las áreas de “monte” del país para convertirlas en tierras de cultivo.
Tras el desbroce de las del valle del río Cauto, Castro instó a los brigadistas a protagonizar una peculiar invasión, como en las guerras de independencia, de Oriente a Occidente, y llevar su misión de tierra arrasada hasta Pinar del Río, en el otro extremo del país.
Los desiertos se extendieron —Las Tunas y Guantánamo tienen hoy zonas desérticas que no existían en esas provincias— y las tierras se salinizaron, debido sobre todo a la Voluntad Hidráulica del máximo líder, un programa ideado por Fidel que bajo el lema de “Ni una gota de agua al mar” se dedicó a represar y embalsar prácticamente todas las corrientes fluviales y reservas pluviales del país.
El río Cauto, el más extenso de Cuba, terminó siendo en algunas partes un hilillo de agua; en otras, un paraje desolado, con la consiguiente desaparición de especies autóctonas, dijo a martinoticias.com el periodista independiente especializado en temas ecológicos Reynaldo Cosano Alén.
En 1968, en el acto de inauguración de una de esas represas, Castro pontificó: " El hombre debe luchar con la naturaleza para imponerle su voluntad, para imponerle sus leyes".
Avance rápido al presente. Por estos días una agencia acreditada en Cuba ha sacado a la luz otra de las consecuencias nefastas del programa Voluntad Hidráulica. Según un reportaje de Inter Press Service (IPS) “los manglares cubanos gritan de sed”.
Esa barrera protectora de las costas, que necesita para desarrollarse la confluencia del agua dulce y la del mar, está desapareciendo, debido a la interrupción de la circulación natural de las aguas, de la tierra hacia las costas, como le explicó a la reportera de IPS. Ivet González, la investigadora y bióloga Leda Menéndez:“Los embalses cortan la circulación natural del agua”.
El reportaje precisa, citando datos del estatal Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos que solamente las presas suman 969 en todo el país y muy pocos ríos (como el Toa, el más caudaloso de Cuba, afortunadamente) escaparon de ser represados.
Y mientras los manglares se mueren, el mar avanza. “Los mangles se deterioraron tanto que, en 2008, el huracán Ike empujó el mar un metro y medio costa adentro y ya no volvió a salir. Ha seguido avanzando”, le dijo a IPS Flora Yau, vecina de Surgidero de Batabanó, un pueblo en la costa sur de la actual provincia de Mayabeque que según González, está cansado de anegarse con cada viento que sopla del sur.
Con Castro retirado y ocupado con otras obsesiones ("La moringa: fuente inagotable de carne, huevo y leche"), la periodista establece la relación causa-efecto: “En la década de 1960, el gobierno de Cuba consideró que el almacenamiento de agua dulce para enfrentar sequías y huracanes era un asunto de seguridad nacional, y comenzó a represar ríos. Esa política tiene hoy una víctima impensada: los manglares, que ya no pueden atajar el avance de las marejadas”.
González también menciona otros factores agravantes del encogimiento de los manglares, una familia vegetal que además de evitar la erosión de las costas “permite el desarrollo de la fauna marina, y por tanto de la pesca, impide la intrusión salina en terrenos agrícolas y fuentes de agua, detiene el avance de las inundaciones y conserva la biodiversidad”.
El comunicador independiente Cosano Alén alertó sobre los efectos de las represas y otros factores destructores de los manglares desde la isla y hace más de diez años, cuando Castro aún gobernaba y el precio por decir en voz alta verdades inconvenientes era más alto que ahora.
Su reportaje para Cubanet titulado Peligra el mangle cubano todavía puede leerse en Internet. La fecha de publicación, 5 de marzo de 2003.
Compárense estos párrafos de González, en negritas, con los escritos por Cosano, en 2003, en cursivas:
“Además de la falta de agua dulce, estos ecosistemas que ocupan 4,8 por ciento del territorio cubano, se están transformando por la construcción de canales y diques, la tala, el sellado de los suelos y la contaminación industrial”.
“Los manglares representan el 26 por ciento de toda la flora del país [González actualiza la cifra: 20 por ciento]. Pero esos ecosistemas se encuentran entre los más dañados por una política anárquica que incluye dragados, canalizaciones, represas, viales asfálticos, vertimientos de basuras, escombros y sustancias químicas venenosas”.
“Los vertimientos del proceso productivo del mineral en las minas de níquel y cobalto de Moa y de Lengua de Pájaro, al norte de la oriental provincia de Holguín, han tenido un impacto tremendo sobre el mangle de esas costas”.
“Cuatro especies, el rojo (Rhizophora mangle), el negro (Avicennia germinans), el patabán (Laguncularia racemosa) y el pseudomangle yana (Conocarpus erectus) se han explotado en Cuba para hacer carbón, durmientes para el ferrocarril o tanino para curtir cueros”.
“Una población yugulada por la pobreza, que reside en zonas apartadas donde se da el mangle, ha tenido que recurrir a la rolliza madera para la construcción de sus viviendas o como fuente energética en forma de leña o carbón, al no disponer por lo general de otro tipo de combustible”.
“El cambio climático ha sido el disparador del interés por conservar los manglares”, dice Menéndez. “Los seres humanos los necesitamos para salvaguardar los lugares donde se desarrolla la vida y la economía”, cuando se eleven el nivel del mar, la salinidad y la ocurrencia de eventos extremos”.
“El mangle puede proteger las costas de la isla, que por su configuración estrecha y alargada, está a merced de los grandes desastres naturales. De continuar el deshielo polar y aumentar el nivel de mares y océanos, el mangle podría actuar como amortiguador de la avalancha de mar”.
En un artículo publicado en el portal Encuentro en la Red, antecesor de Cubaencuentro, el ecologista cubano Eudel Cepero caracterizaba así los daños infligidos por la política fidelista al entorno natural en Cuba:
“Todo lo anterior coincide con la llamada ecomoral neolítica de la nueva edad de piedra ambiental, caracterizada por la ideología de la conquista de la naturaleza; sostenida en el pensamiento y el esquema desarrollista del régimen cubano, empecinado en lograr resultados económicos inmediatos, utilizando un diseño militar de producción sin importar el costo social o ecológico a largo plazo”.
A largo plazo, aquellas presas trajeron estos costos.
La cita es del discurso de Fidel Castro ante la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en junio de 1992, y se refiere al daño, según él, causado por el capitalismo al medio ambiente. Sin embargo, bien podría describir los resultados de los esfuerzos del joven Castro por derrotar y subyugar a la naturaleza.
Gran parte de los bosques que quedaban en Cuba en 1959 fueron borrados por intervención humana, gracias a una de las ideas faraónicas del jefe de la revolución: la Brigada Che Guevara, un contingente de 500 bulldózers y otros equipos pesados al que se le asignó la tarea de allanar las áreas de “monte” del país para convertirlas en tierras de cultivo.
Tras el desbroce de las del valle del río Cauto, Castro instó a los brigadistas a protagonizar una peculiar invasión, como en las guerras de independencia, de Oriente a Occidente, y llevar su misión de tierra arrasada hasta Pinar del Río, en el otro extremo del país.
Los desiertos se extendieron —Las Tunas y Guantánamo tienen hoy zonas desérticas que no existían en esas provincias— y las tierras se salinizaron, debido sobre todo a la Voluntad Hidráulica del máximo líder, un programa ideado por Fidel que bajo el lema de “Ni una gota de agua al mar” se dedicó a represar y embalsar prácticamente todas las corrientes fluviales y reservas pluviales del país.
El río Cauto, el más extenso de Cuba, terminó siendo en algunas partes un hilillo de agua; en otras, un paraje desolado, con la consiguiente desaparición de especies autóctonas, dijo a martinoticias.com el periodista independiente especializado en temas ecológicos Reynaldo Cosano Alén.
En 1968, en el acto de inauguración de una de esas represas, Castro pontificó: " El hombre debe luchar con la naturaleza para imponerle su voluntad, para imponerle sus leyes".
Avance rápido al presente. Por estos días una agencia acreditada en Cuba ha sacado a la luz otra de las consecuencias nefastas del programa Voluntad Hidráulica. Según un reportaje de Inter Press Service (IPS) “los manglares cubanos gritan de sed”.
Esa barrera protectora de las costas, que necesita para desarrollarse la confluencia del agua dulce y la del mar, está desapareciendo, debido a la interrupción de la circulación natural de las aguas, de la tierra hacia las costas, como le explicó a la reportera de IPS. Ivet González, la investigadora y bióloga Leda Menéndez:“Los embalses cortan la circulación natural del agua”.
El reportaje precisa, citando datos del estatal Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos que solamente las presas suman 969 en todo el país y muy pocos ríos (como el Toa, el más caudaloso de Cuba, afortunadamente) escaparon de ser represados.
Y mientras los manglares se mueren, el mar avanza. “Los mangles se deterioraron tanto que, en 2008, el huracán Ike empujó el mar un metro y medio costa adentro y ya no volvió a salir. Ha seguido avanzando”, le dijo a IPS Flora Yau, vecina de Surgidero de Batabanó, un pueblo en la costa sur de la actual provincia de Mayabeque que según González, está cansado de anegarse con cada viento que sopla del sur.
Con Castro retirado y ocupado con otras obsesiones ("La moringa: fuente inagotable de carne, huevo y leche"), la periodista establece la relación causa-efecto: “En la década de 1960, el gobierno de Cuba consideró que el almacenamiento de agua dulce para enfrentar sequías y huracanes era un asunto de seguridad nacional, y comenzó a represar ríos. Esa política tiene hoy una víctima impensada: los manglares, que ya no pueden atajar el avance de las marejadas”.
González también menciona otros factores agravantes del encogimiento de los manglares, una familia vegetal que además de evitar la erosión de las costas “permite el desarrollo de la fauna marina, y por tanto de la pesca, impide la intrusión salina en terrenos agrícolas y fuentes de agua, detiene el avance de las inundaciones y conserva la biodiversidad”.
El comunicador independiente Cosano Alén alertó sobre los efectos de las represas y otros factores destructores de los manglares desde la isla y hace más de diez años, cuando Castro aún gobernaba y el precio por decir en voz alta verdades inconvenientes era más alto que ahora.
Su reportaje para Cubanet titulado Peligra el mangle cubano todavía puede leerse en Internet. La fecha de publicación, 5 de marzo de 2003.
Compárense estos párrafos de González, en negritas, con los escritos por Cosano, en 2003, en cursivas:
“Además de la falta de agua dulce, estos ecosistemas que ocupan 4,8 por ciento del territorio cubano, se están transformando por la construcción de canales y diques, la tala, el sellado de los suelos y la contaminación industrial”.
“Los manglares representan el 26 por ciento de toda la flora del país [González actualiza la cifra: 20 por ciento]. Pero esos ecosistemas se encuentran entre los más dañados por una política anárquica que incluye dragados, canalizaciones, represas, viales asfálticos, vertimientos de basuras, escombros y sustancias químicas venenosas”.
“Los vertimientos del proceso productivo del mineral en las minas de níquel y cobalto de Moa y de Lengua de Pájaro, al norte de la oriental provincia de Holguín, han tenido un impacto tremendo sobre el mangle de esas costas”.
“Cuatro especies, el rojo (Rhizophora mangle), el negro (Avicennia germinans), el patabán (Laguncularia racemosa) y el pseudomangle yana (Conocarpus erectus) se han explotado en Cuba para hacer carbón, durmientes para el ferrocarril o tanino para curtir cueros”.
“Una población yugulada por la pobreza, que reside en zonas apartadas donde se da el mangle, ha tenido que recurrir a la rolliza madera para la construcción de sus viviendas o como fuente energética en forma de leña o carbón, al no disponer por lo general de otro tipo de combustible”.
“El cambio climático ha sido el disparador del interés por conservar los manglares”, dice Menéndez. “Los seres humanos los necesitamos para salvaguardar los lugares donde se desarrolla la vida y la economía”, cuando se eleven el nivel del mar, la salinidad y la ocurrencia de eventos extremos”.
“El mangle puede proteger las costas de la isla, que por su configuración estrecha y alargada, está a merced de los grandes desastres naturales. De continuar el deshielo polar y aumentar el nivel de mares y océanos, el mangle podría actuar como amortiguador de la avalancha de mar”.
En un artículo publicado en el portal Encuentro en la Red, antecesor de Cubaencuentro, el ecologista cubano Eudel Cepero caracterizaba así los daños infligidos por la política fidelista al entorno natural en Cuba:
“Todo lo anterior coincide con la llamada ecomoral neolítica de la nueva edad de piedra ambiental, caracterizada por la ideología de la conquista de la naturaleza; sostenida en el pensamiento y el esquema desarrollista del régimen cubano, empecinado en lograr resultados económicos inmediatos, utilizando un diseño militar de producción sin importar el costo social o ecológico a largo plazo”.
A largo plazo, aquellas presas trajeron estos costos.