Con Todos se van se cumple el proverbio de que uno no sabe para quién trabaja. Leer la novela de Wendy Guerra en el exilio es la confirmación de que un día hicimos bien en salir del país o, mejor dicho, hicimos bien en escapar. Una vez alguien en Barcelona me preguntó que cómo yo había escapado de la isla y rápido le respondí que no escapé, que salí en avión. Para mí escapar era solo tarea de balseros. Sin embargo, el tiempo, los viajes astrales y la propia novela biográfica de Wendy Guerra me demostraron que de Cuba se escapa.
En efecto: Para salir tuve que mentir. Inventarme un plan y construirme mi propia película. También, escribir este libro es escapar. Escapar de los fantasmas de la infancia, que inevitablemente están relacionados con eso que llamaron y aún llaman "revolución".
El volumen, que obtuvo el Premio Bruguera de Novela en 2006, está escrito como un diario y eso no quita que sea novela. Ya sabemos que hoy los géneros están mezclados, por suerte. Cuando lo leí en Barcelona, escribí una crónica o crítica en mi blog.
Ahora la retomo ante la inminencia de volver a ella en formato de película, ya que se anuncia que vendrá el filme de Sergio Cabrera al Festival de Cine de Miami, el mes entrante.
Si bien la gran mayoría de los que vivimos fuera tuvimos que escapar, el director colombiano, que se enamoró profundamente de la novela, tuvo que asumir que no podía rodar en Cuba. Una historia cubana, una más, que no pudo filmarse dentro de su escenario natural. Aquí se confirma la teoría de que se trata de un país cerrado. Cabrera rodó su versión de Todos se van en Santa Marta, Ciénaga, Colombia.
Según hemos podido leer en internet, el director, muy conocido por su película La estrategia del caracol, ya estaba retirado, pero el libro de Wendy Guerra fue más fuerte y lo llevó de vuelta a un plató.
"Las páginas del diario de Wendy", escribí en 2007 en mi blog, "se basan también en la desestructura familiar. Ese ámbito es el primer círculo de referencia de un niño, y ella lo utiliza descarnadamente en su narración como eje paralelo de la asfixia provocada por el Estado. Afortunadamente, no cae en el morbo, lo cual es bastante difícil de lograr. Su narración utiliza el estilo cortado y ahí está su carta de triunfo: que el interlineado vaya diciendo lo que todos suponemos pero que, escrito, desbordaría el lenguaje".
"Un libro autobiográfico engancha por el cuello al que vivió esos años en aquella isla y no la suelta (a la isla), pero este diario es mucho más que una nación y que un contexto histórico: es la memoria existencialista de una niña, primero, y una joven, luego, cuya sensibilidad la atormenta. Es un clásico femenino universal que aquí está matizado por una fina ironía que se burla, sin ofender, de todo y de todos".
"... El libro es una bofetada elegante a la represión. Se sirve de la aparente ingenuidad para denunciar el acoso político. Hay muchos nombres que me recuerdan momentos, nombres que incluso cualquiera de nosotros que somos de la segunda generación afectada conocemos de cerca. Wendy sabe eludir la chismografía. Creo que por razones estéticas –y, de paso, éticas–, y se lo agradezco inmensamente. Un nombre mal puesto o puesto con pelos y señales sería venganza, y creo que no se trata de eso, por mucho que los episodios la provoquen… Lo que (la autora) ha procesado en Todos se van es el dolor de la adolescencia que a todos nos pesó tanto, por imaginar que escapábamos desde fechas tan tempranas. Escapar fue un juego que terminó siendo verdad".
Wendy Guerra, que también es blogger y vive en Cuba, ha dicho que "cuando hablamos sobre los derechos para el cine de este libro, nunca imaginé que Sergio terminara por volver universal una historia que yo sentía endémica, mía, cubanísima". Pero, como uno nunca sabe para quién trabaja, un director de cine jubilado podría reenganchar. Y este es el caso, con un argumento que va mucho más allá de la isla. Un argumento que escapó del libro.