William Navarrete es un poeta cubano que apoya su fuerza creativa en la persistencia, en esa respiración que necesitan todos los armadores de palabras que lucen el largo aliento.
Recién acababa de publicar Animal en vilo, (Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2016) y han sonado los cuernos del frente de batalla: es un buen libro, su poesía es de una sinceridad y limpiezas dignas de saborear despacio.
Son poemas que no necesitan un alarde del lenguaje para explotar ante el lector.
En este tramo en que Navarrete ha andado los caminos de la novela, el ensayo y el periodismo, su libro está limpio de esas basurillas que a veces estorban una buena lectura.
La misma postura que tiene este poeta sobre el género, es uno de sus resortes para seguir desbrozando palabras. Radicado en Francia desde inicios de los años ’90 y con una sostenida carrera como docente, William Navarrete sabe de los peligros y de las mofas a que está expuesta la poesía en estos tiempos. En una reciente entrevista para el programa Contacto Cuba, de Radio Martí expuso parte de su ‘poética’.
“Es cierto que es un género que ha sido un poco ninguneado en los últimos tiempos, se dice que se lee menos, pero eso depende también del país, pero hay lugares y pequeños pueblos son impresionantes”, argumenta.
Este Animal en vilo que nos presenta hoy Navarrete está estructurado en cuatro partes (‘Piemontanos’, ‘Pigalle’, ‘Biscayne’ y ‘Azureños’) y cada una responde a las estaciones del tiempo.
Sura callejero: “A Farid la religión no le deja/ aceptar la cerveza que le brindo./ Me lo dice quitándose la ropa/ como quien sopla sobre un ojo/ alguna inoportuna basurilla./ Tiene tanta prisa en soltar/ el peso acrecentado entre sus piernas/ que se olvida de esto, de lo otro/ y de los suras punitivos del Corán.// No sé cómo logra creer que complace a una mujer/ si mi sexo le flagela el vientre/ y a veces le pasa cerquita de los labios./ Al disponer de mí en juegos malabares/ es el gimnasta con que sueñan las muchachas/ y huele a pieles de camellos,/ a azahar en una plaza tugurienta,/ a canela en rama, a zoco aturdido de canciones./ (…)”.
Navarrete se vuelve irremediablemente un narrador del París retratado de otras formas en los diarios europeos. La dama del pub: “Marie Duplessis se escurre entre las rejas/ del cementerio de Montmartre (…)/El tipo que sirve unas Guinness tras otras/ a una partida de borrachos asiduos/ quiere comerle con los ojos el entreseno/ pero le pone una jarra desbordante de espuma,/ un platico con chips y cacahuetes,/ y cuando la oye toser se cubre el rostro/ y le promete, tartamudo, avisar a los guardianes./ Entonces Marie Duplessis da media vuelta,/ sin hacer ni puto caso a la cerveza/ y se dice que su mal no tiene cura”.
Este es un poeta siempre en vigilia, alerta al amanecer de todas las palabras, y su libro una brújula para andar seguros en medio de quienes aseguran la muerte de la poesía: William Navarrete mantiene vivo ese pabilo.