En su primera juventud, quizá por ese “conocimiento oscuro y silencioso” del que hablaba Don Juan en sus Enseñanzas, Gabriela de la Caridad Azcuy Labrador se dedicó a practicar el tiro con armas de fuego hasta alcanzar, dicen, la perfección y también, a cabalgar, durante horas, con el rifle en bandolera, por las tierras de “Ojo de Agua”, la finca familiar en San Cayetano, cercana al pinareño Valle de Viñales.
Allí había nacido, el 18 de marzo de1861, esta mujer ávida de conocimientos, aficionada a la poesía y ferozmente cubana. Adela, como se hacía llamar, era, además de hermosa, culta y excelente conversadora, lo cual la convertía en el centro de toda actividad social en la cual participaba.
Muy joven aún, se enamoró con la misma pasión que la caracterizaba en todas las esferas de su vida y contrajo matrimonio con Jorge Monzón Cosculluela, Licenciado en Farmacia y natural del Camagüey.
Durante esa etapa de su vida, trabajó junto a su esposo en la farmacia, dedicando ambos las horas libres a colaborar en la conspiración independentista liderada por Isabel Rubio y otros patriotas.
En 1886, el Doctor Monzón muere, víctima de la viruela. Pasado el luto, Adela volvió a casarse, esta vez con un ciudadano español, Castor del Moral, quien no resultó ser el consuelo que la joven viuda deseaba encontrar.
Del Moral tenía intereses muy distintos a los suyos, sobre todo, en cuanto a la independencia de Cuba se trataba y el matrimonio se desintegró, lo cual llevó a la joven a tomar la decisión más importante de su vida.
El 14 de febrero de 1896, Adela Azcuy se presentó ante Miguel Lórez, jefe de una tropa de insurrectos en la región de Gramales, donde operaba el brigadier Antonio Varona.
Como es lógico, lo primero que recibió la temeraria muchacha fue una negativa, pues, hasta ese momento, en el ejército mambí no acostumbraban a tener mujeres en las primeras líneas de combate.
Al final, Adela accedió a colaborar con el cuerpo de enfermería y, el 7 de marzo de ese mismo año, recibió el grado de subteniente, alternado sus labores de enfermera con los campos de batalla, a los que acudía a la primera oportunidad que se presentaba.
Era tal su destreza con las armas de fuego, que pronto se ganó la admiración de soldados y oficiales, lo que le valió, posteriormente, ser trasladada a las tropas del coronel Miguel Benegas, de quien, se dice, no más ver a la nueva combatiente, hizo un comentario del que renegaría poco tiempo después: “El valor de esta mujer es falso y vanidoso”.
Al armar sus tropas para un combate inminente, el coronel Benegas las dividió en dos: combatientes a un lado y la llamada impedimenta al otro. Ahí pretendió acomodar a Adela Azcuy, quien lo enfrentó:
“He venido a la guerra a pelear, y si tengo que morir, quiero morir como los valientes, peleando”.
Al coronel no le quedó más remedio que aceptar y tras la actuación en la batalla de quien él había evaluado como falsa y vanidosa, confesó poco tiempo después: “Yo no podía imaginarme una mujer tan valiente, desde ese momento he sentido admiración por ella".
Cuatro meses más tarde de incorporarse a las tropas insurrectas, Adela Azcuy Labrador fue ascendida al grado de Capitana del Ejército Libertador.
Son muchas las historias que han trascendido sobre el valeroso comportamiento de la Capitana Azcuy durante los combates como, por ejemplo, cuando, en el enfrentamiento en El Sumidero contra las tropas del coronel Ramón Pozo, Adela y dos insurrectos más quedaron aislados del resto de la tropa.
Sus dos acompañantes cayeron bajo el fuego español y Adela Azcuy, sola, les dio tal abatida, que logró escapar ilesa y reincorporarse al grueso de la tropa cuando ya la daban por perdida.
Algo que también destacan los testimonios de sus compañeros, es que nunca abandonaba su maletín de enfermera, y en medio del fragor de las balas, era capaz de saltar de su montura para atender a los heridos.
En el combate de Loma Blanca, Adela Azcuy estuvo bajo las órdenes del Mayor General Antonio Maceo. Este combate, cuentan, fue uno de los más importantes en la epopeya mambisa. Duró doce horas en las cuales, Adela Azcuy pasaba del frente de batalla, al auxilio de los caídos, alternativamente.
Se la recuerda por haber salvado la vida al corneta Cascabel, tan mal herido, que todos lo daban por desahuciado. Pero Adela no. Ella se dedicó a curarlo y cuidarlo con tenacidad durante cinco meses, hasta que el corneta se encontró fuera de peligro.
Cuarenta y nueve fueron en total los combates en los que participó la Capitana Adela Azcuy Labrador. Entre ellos, destacan los de Loma del Toro, 1 de abril de 1896; Cacarajícara, del 30 de abril al 1 de mayo de 1896; Montezuelo, 24 y 25 de septiembre de 1896 y Tumbas de Estorino, 26 de septiembre de 1896.
En todos estos enfrentamientos ocurridos en la región de Pinar del Río, era el Mayor General Antonio Maceo quien comandaba las tropas.
Azcuy sobrevivió a la guerra y fue miembro de la Junta Patriótica de La Habana, constituida el 10 de octubre de 1907 con el objetivo de oponerse a las intenciones anexionistas, nacidas al calor de la segunda intervención norteamericana a la isla.
El 21 de enero de 1911, de regreso a su Viñales natal, ocupó por primera vez un cargo público al aceptar ocuparse de la secretaría de la Junta de Educación en la región.
Avanzado el año 1913, se sintió enferma y decidió trasladarse a La Habana, donde moriría el 14 de enero de 1914.
Entre los más hermosos testimonios sobre la Capitana Azcuy, destaca este que transcribo a continuación, tomado de las memorias de Piotr Streltsov, Dos meses en la Isla de Cuba. Streltsov era un ciudadano ruso simpatizante con la causa de la independencia cubana y, junto a otros dos compatriotas, colaboró estrechamente con el Mayor General Maceo.
“Durante una de las paradas conocí a una mujer que era capitana del ejército insurgente. Era una cubana de apariencia intelectual, de unos treinta años de edad, con un rostro de rasgos simpáticos y grandes ojos. No goza de ninguno de los privilegios a que le da derecho su sexo. Posee su destacamento y lo dirige durante la batalla, pero también ayuda frecuentemente a a vendar y curar a los heridos, pues los insurgentes carecen de la necesaria atención médica. He conversado con ella durante más de una hora y quedé asombrado por los grandes conocimientos militares que posee. Además, me comunicó datos muy interesantes acerca de la vida y las costumbres de los cubanos. Esta mujer soldado goza del cariño y el respeto de todos, pero en especial la quieren los niños, a quienes presta una gran atención. La Prensa norteamericana la llama Juana de Arco, aunque ella no es la única mujer en las filas de los insurgentes y no tiene para éstos el significado que tenía la muchacha de Orleans para Francia”.
[Con información de ecured.cu y gestiopolis]