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La convención de Hillary Clinton


Hillary Clinton, en el último día de la convención demócrata.
Hillary Clinton, en el último día de la convención demócrata.

A estas alturas de los comicios, más del 80% de los electores ya ha decidido por quién va a sufragar y, salvo una revelación estremecedora, la batalla se limita a conquistar a un puñado de indecisos.

El día previo a la convención demócrata, Hillary Clinton viajó a la Florida para revelar quién era su candidato a vicepresidente: Tim Kaine, senador por Virginia y exgobernador del estado. Un demócrata moderado, amistoso, con fama de ser una persona decente, que aprendió español como misionero en Honduras de la mano de los jesuitas. Les enseñaba a los jóvenes a trabajar como carpinteros o soldadores, mientras debatía internamente si se convertía en sacerdote o en político. Optó por el servicio público y desde entonces no ha perdido una elección en Estados Unidos.

La convención tenía cuatro objetivos principales:

  • Lanzar la candidatura de Hillary Clinton, portadora de un mensaje optimista y positivo sobre Estados Unidos (en contraste con el país sombrío y decadente dibujado por Trump), al frente de un Partido Demócrata unido, y presentar, de paso, su perfil humano.
  • Aplacar a una parte sustancial de los votantes de Bernie Sanders, casi todos jóvenes radicales partidarios del socialismo vegetariano, desconfiados de los lazos de Hillary con Wall Street y con el establishment, a quien ni siquiera le perdonan que hace medio siglo se asomara a la política como una “Goldwater girl” dentro de los “Young Republican”, aunque en elecciones posteriores apoyara a Eugene McCarthy y a George McGovern, los Bernie Sanders de aquella época tumultuosa de hippies y melenas desaliñadas.
  • Demoler la imagen de Donald Trump, persuadiendo a los electores de que se trata, en realidad, de un estafador (Bloomberg le llamó “con man”), megalómano, narcisista, ignorante, inexperto, e hipócrita, a quien sería una locura entregarle los códigos nucleares porque podría incendiar el planeta.
  • Convencer a los votantes de que Hillary es una persona confiable, y reducir ese altísimo porcentaje de norteamericanos (55%) que tiene, a priori, una opinión negativa de ella. Para esos fines le fueron muy útiles los magníficos discursos de Michelle y Barack Obama. La enfática declaración del Presidente, asegurando que nadie ha intentado llegar a la Casa Blanca con tantos méritos ni experiencia, incluidos Bill Clinton y él mismo, resultó ser un fuerte espaldarazo.

En cierta medida, Hillary logró esos cuatro objetivos, pero no de una manera definitiva. A estas alturas de los comicios, más del 80% de los electores ya ha decidido por quién va a sufragar y, salvo una revelación estremecedora, la batalla se limita a conquistar a un puñado de indecisos e independientes que inclinarán la balanza en una u otra dirección.

Antes de la Convención, Hillary estaba tres puntos por debajo de Trump en la encuesta de CNN, pero luego se colocó un punto por encima en el Rasmussen Report. Todo, dentro del margen de error de este tipo de indagación. Es decir, nadie puede asegurar el resultado.

Curiosamente, el triunfo de Hillary puede venir del bando republicano inconforme con la candidatura de Trump, más o menos como los “demócratas pro Reagan”, núcleo fundamental de los neocons, encabezados por Norman Podhoretz y Jeanne Kirkpatrick, ambos procedentes de la izquierda en los años cincuenta, contribuyeron decisivamente a la victoria republicana de 1980 frente a Jimmy Carter.

Primero se desafilió del partido el periodista George Will, luego lo hizo el historiador conservador y gurú republicano Daniel Pipes, quien renunciara tras 44 años de militancia porque se siente en las antípodas de Trump. Lo dijo en un artículo publicado en el Philadelphia Inquirer el 21 de julio: a los republicanos les conviene la derrota de Trump en noviembre, eliminar su influencia dentro de la organización, y reconstruirla desde dentro.

Estos republicanos no olvidan que Ronald Reagan, en lugar de fabricar un muro, llevó a cabo una amnistía migratoria que regularizó la presencia en el país de millones de inmigrantes indocumentados, casi todos procedentes de México. O que fue George Bush (padre), convencido de la importancia del comercio libre, quien primero se comprometió con el Tratado de Libre Comercio que vinculaba al país a Canadá y México. O que George Bush (hijo) fortaleció los lazos con la OTAN y lanzó el concepto de “conservadores compasivos”, porque el mercado no está reñido con la solidaridad con los más necesitados.

Algo de esto intuyó Barack Obama en su notable discurso ante la Convención. Les dijo a los republicanos que el Partido de Lincoln en esta época era el demócrata. Era el que estaba abierto a los afroamericanos, a las mujeres, a las minorías, y los invitó a votar por Hillary.

No creo que muchos lo hagan, pero ya Pipes anunció que tal vez escogería al libertario Gary Johnson, ex republicano y ex gobernador de Nuevo México, que se cansó de un partido que coqueteaba con el aislacionismo, el proteccionismo y el racismo, tres anatemas para cualquier persona convencida de los valores de la libertad.

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