LA HABANA, Cuba.- Ibrahim fue director económico de una empresa porcina de Artemisa. Después de 15 años en su puesto de trabajo y sin haber cumplido la edad de jubilación decidió pedir la liberación de su cargo para convertirse en trabajador “por cuenta propia”, que es como se le llama en Cuba al incipiente “sector privado”.
La empresa de Ibrahim, aunque fundada en los años 70, jamás fue demasiado rentable. Aunque a veces cumplía con los planes de producción de carne, destinada fundamentalmente a escuelas, hospitales y otras instancias estatales, rara vez logró ingresos anuales por encima de los 30 000 dólares. En consecuencia, los salarios de trabajadores y directivos nunca superaron el equivalente en moneda nacional a unos 30 dólares mensuales. Una cantidad que los sitúa a todos, según los estándares internacionales, en los niveles de pobreza extrema.
No obstante, Ibrahim, así como el director general de la granja porcina, en menos de 15 años acumuló capital suficiente como para independizarse del trabajo estatal, comprar una finca apropiada para la cría de ganado, contratar trabajadores, adquirir tecnología y, por tanto, clasificar, según los estándares de prosperidad en la isla, como exitoso productor de carnes destinadas fundamentalmente al turismo.
Aunque Ibrahim dice ser “fiel a la revolución” y apoyar el proceso de actualización económica de Raúl Castro, quienes lo conocen saben que el capital inicial de su empresa privada salió del sostenido robo de recursos a la empresa estatal y que los influyentes contactos que al parecer cultivó durante sus años de dirigente, le han servido para esquivar acusaciones y sentirse como tocado por la mano de Dios.
Pero hay que tener en cuenta que a Ibrahim, como a otros “astutos”, los ampara más la realidad político-económica actual de la isla que las redes de influencia que supo crear.
La profunda corrupción que nos afecta, más allá del déficit de petróleo o el decrecimiento de las inversiones extranjeras, pudiera constituir la variable más determinante en los resultados negativos que, de manera cíclica, muestran los informes oficiales sobre la economía cubana.
Incluso, basados en opiniones de algunos empresarios extranjeros establecidos en la isla, sería la corrupción el motivo principal del fracaso de un buen número de pequeños y grandes negocios.
Pietro Grande, italiano con inversiones en el sector turístico, dice no haber encontrado dificultades con la legislación actual a la hora de establecer su empresa, sin embargo, confiesa que tuvo que enfrentarse a fenómenos de robo, extorsión y chantaje en numerosas ocasiones:
“Son increíbles las formas que han adquirido, las áreas que abarcan. A veces me daba la impresión que no había otro modo de resolver las cosas que no fuera acudiendo al soborno. (…) Sin embargo, creo que el sistema se vendría abajo si esos mecanismos no existieran, como si robar, engañar fuera un proceso natural (…). Muy pocas cosas fluyen como debieran y es mejor que no te dé demasiados detalles de cómo hice para navegar con suerte porque tengo amigos que pudieran sentirse muy ofendidos”.
Patricia fue económica de una planta de producción de lácteos en Camagüey. Llevaba solo dos meses en su cargo cuando decidió librarse de sus responsabilidades. Las peripecias que debió realizar para enmascarar la ineficiencia de su empresa en informes de producción que no traducían la realidad, más los fenómenos de corrupción que debió esconder tras sucesivos fraudes la hicieron sentirse en peligro.
“Uno piensa que puede hacer las cosas según las reglas pero a cada paso que das te encuentras que las verdaderas reglas son otras, y estas te obligan a cometer un delito tras otro, lo cual es lo normal. (…) Los jefes te piden que ocultes información o que la alteres para que parezca que todo marcha bien, y al final la empresa solo es rentable en cifras. (…) Las pérdidas son millonarias, la producción es desastrosa, sin embargo, el nivel de vida de los jefes cada día aumenta porque la empresa existe y funciona para beneficio personal. (…) Viajan al extranjero, vacacionan en hoteles, compran casas y es a la vista de todos. Eso te da una idea de lo que pasa, sin embargo, nadie se detiene a pensar cómo y por qué suceden esas cosas. (…) En las empresas (estatales) se compra combustible en el mercado negro, se compran piezas para los carros y a la vez se suministra todo eso y más. Es un círculo que comienza en las empresas estatales y termina en ellas. (…) No hablamos de un mercado negro que existe fuera y como competencia a las empresas estatales, es un mercado negro que surge en la empresa estatal, y existe por esta, es un verdadero monstruo incontrolable debido a la empresa estatal y la corrupción que hay. (…) Nadie va a querer que la empresa estatal desaparezca ni que la economía socialista desaparezca mientras esta sea imprescindible para sostener el nivel de vida capitalista que se dan los propios jefes de estas empresas”.
Pareciera que en el fracaso perpetuo de la economía cubana reside la fuente de prosperidad de miles y miles de personas que hoy son dirigentes, directores de empresas o simples funcionarios que han aprendido a sacar provecho del caos.
Habría que plantearse si el fin del embargo económico de los Estados Unidos no sería visto como un verdadero desastre para muchos “revolucionarios” y “fidelistas” simplemente porque cambiaría las reglas en ese juego de corrupción del que todos participamos en menor o mayor medida, consciente o inconscientemente.
Los expertos en la economía cubana, lo mismo dentro que fuera de la isla, discrepan en cuanto a las causas de los indicadores negativos anunciados este diciembre, pero si en algo coinciden es en ignorar o minimizar el impacto negativo de la corrupción, una palabra que a duras penas es mencionada en los informes oficiales y solo como un factor colateral, no como un componente esencial de ese agujero negro donde se desintegran todos los planes que se han diseñado para hacer reflotar el país de una vez y por todas.
[Este artículo fue publicado originalmente en CubaNet]