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Cuba: la República aún espera


Niño cubano. Foto: Julia Rosa Pina.
Niño cubano. Foto: Julia Rosa Pina.

La fábula y el marketing revolucionario le han dado tantas estocadas a la verdad histórica, que ya no existe, o es casi un espejismo. Hemos malvivido en medio de una historia vulgarmente tergiversada y triste, manchada una y otra vez de sangre, separaciones, mitos, trampas, apariencias

Varias generaciones, la mía entre tantas, nacieron, crecieron, se educaron y también se mal formaron dentro de la llamada revolución cubana. Adoctrinados, miopes, temerosos, mucho más apaleados por la desinformación y la censura que por la miseria, llegamos a creer que nuestra maltratada independencia nació el 1ro de enero de 1959, y no el 20 de mayo de 1902, cuando los mambises canjearon el machete por la Constitución y Tomás Estrada Palma juró como primer presidente cubano elegido por el pueblo.

El diseño de la sublime estafa comenzaba en las escuelas y se completaba con los discursos del comandante en jefe en la televisión. Los libros de historia de Cuba que nos impartieron, pasaban casi directamente de las batallas mambisas a los guerrilleros barbudos de la Sierra Maestra: la etapa republicana prácticamente no existía.

Según la leyenda castrista: cuando Fidel Castro entró victorioso en La Habana y expropió a las mezquinas empresas privadas, que avasallaban a los trabajadores, fue que alcanzamos el carácter de República. Antes vivíamos en una seudo república, una vergüenza histórica que temíamos que aborrecer, escupir, enterrar. ¿Para qué mencionar aquél capítulo bochornoso si nos habían regalado una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, donde a pesar de la pobreza viviríamos felices para siempre? Asesinar la historia, condenar a un pueblo a vivir una mentiras forzada, es también un crimen de lesa humanidad.

La historia, reescrita desde el poder, no sólo había absuelto al caudillo sino que además le otorgaba el poder de incinerar toda la historia anterior. Le asistía el derecho de fusilar a sus contrarios mientras el gran público aplaudía enardecido. Era el elegido, el continuador de las ideas humanistas de otro revolucionario, José Martí, que más que el apóstol pasó a ser el autor intelectual del sangriento asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953.

La fábula y el marketing revolucionario le han dado tantas estocadas a la verdad histórica, que ya no existe, o es casi un espejismo. Hemos malvivido en medio de una historia vulgarmente tergiversada y triste, manchada una y otra vez de sangre, separaciones, mitos, trampas, apariencias.

Las invenciones y lagunas históricas, por más de medio siglo, parecieran infinitas. Desde la Primaria hasta la Universidad nos dictaron que la Enmienda Platt fue un latigazo imperialista, una muestra incuestionable de que jamás podemos confiar en Estados Unidos, ese engañoso enemigo que ambiciona conquistarnos, lo mismo con bombas nucleares que con Coca Cola, chicles o jamones.

Nos obligaron a repetir en los matutinos “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Nos mostraron la necesidad del Internacionalismo Proletario, el Trabajo Voluntario y la defensa de la Revolución por encima del amor y la familia. Nos hicieron creer que la educación y la medicina cubanas eran las mejores del mundo, totalmente gratis, como en ningún otro país.

Hasta crearon dibujos animados para demostrarnos que el Imperio es una amenaza real y no un enemigo necesario para el sostén de la dictadura. La causa de nuestras privaciones no ha sido la ineficacia del sistema sino el “embargo”. Nos contaron que en 1958 Cuba era una nación miserable, donde sólo los ricos podían ir a la escuela y atenderse en un hospital. Nos ocultaron que por entonces el país figuraba entre los primeros de América en varios indicadores socioeconómicos. Pero eso había que negarlo.

Borrar la historia ayudaba extraordinariamente a mantener el control sobre la granja. La dictadura del proletariado, ese sofisma inescrupuloso, era la mayor democracia. ¿Para qué hablar de libertades y derechos? Invenciblemente hambrientos, éramos capaces de convertir todos los reveses en victorias.

¿Qué ha sido de Cuba? 57 años habían transcurrido del 20 de mayo de 1902 al 1ro de enero de 1959, cuando Fidel Castro se adjudicó el poder en nombre del pueblo. Ya han pasado otros 59 años después de que un grupo de apoderó de la nación, y más que una República, Cuba se convirtió en un país sitiado por su propio Gobierno, una nación flotante, afligida, fragmentada, ausente.

Durante décadas, desde dentro y fuera de la isla, se ha intentado restablecer el orden democrático de diversas maneras. Pero atrapados en una Constitución antidemocrática, donde cualquier gesto de libertad puede ser fácilmente condenado, disentir se hace muy difícil y peligroso. De ahí el cansancio de las generaciones y el crecimiento desaforado de la diáspora.

Los cubanos de este tiempo, en su mayoría, no intentan restablecer su República. Apenas sueñan con escapar a como dé lugar. La República no existe. Destruir sus instituciones ha sido, sin duda, la gran jugada de los revolucionarios. Mientras tanto, la república espera.

(Publicado originalmente en Diario Las Américas)

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    Luis Leonel León

    Periodista, escritor, director de cine, radio y televisión. Columnista para medios de Estados Unidos (Diario las Américas, El Nuevo Herald, Infobae, HispanoPost), de América Latina (El Nacional, PanAm Post) y España (Disidentia). Entre sus documentales premiados están HabaneceresLa gracia de volver y Coro de ciudad. Para televisoras de Florida ha producido programas de entretenimiento, opinión y debate. Libros y revistas recogen sus textos. Fundó el proyecto editorial Colección Fugas dedicado a la escritura de la diáspora. Es miembro de la directiva de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio (AHCE) y del Interamerican Institute for Democracy (IID), para el que ha realizado documentales, reportajes y entrevistas sobre libertad, democracia e institucionalidad en las Américas. Su página web es luisleonelleon.com. Síguelo en Twitter: @LuisLeonelLeon.

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