Una vez más, el político español José Luis Rodríguez Zapatero me defrauda en particular, como ciudadano español, y también decepciona al exilio cubano. Su visita a Cuba en estos días, subrepticia y súper puntual, dejó boquiabiertos a no pocos de los que seguimos el tema de las negociaciones con Estados Unidos que hoy mismo continúan en Washington, con una petición de la dictadura de la isla sobre la mesa: Que eliminen a Cuba del listado de países patrocinadores del terrorismo.
Con esta visita, el ex presidente socialista –que se hizo acompañar por su leal escudero y ex canciller Miguel Ángel Moratinos– se suma claramente a la lista de aliados que el castrismo busca desesperadamente. No lo hizo cuando era presidente por razones obvias –en diplomacia no es conveniente remover la alfombra–, pero ahora no pudo aguantar más y se dio el salto a La Habana, inconsultamente, como le reclama el actual ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo.
Margallo debe estar insultadísimo porque a él no lo recibió Raúl Castro, quien sí tuvo a bien hacerlo con Zapatero. Ahí falló Margallo o fallaron sus asesores. Los Castro son especialistas en humillaciones en política exterior. Son especialistas en maniobras y campañas de marketing para hacerle ver al mundo que los americanos son "malvados".
Decir que el Estado cubano ayuda al español a desmantelar la organización terrorista ETA es, cuanto menos, un golpe bajo. Zapatero lo ha dicho en La Habana como si la memoria, las evidencias y las víctimas directas no existieran. Etarras protegidos en Cuba hubo siempre, que hacían vida normal e incluso tenían negocios cuando Castro despenalizó el dólar. Es una ofensa elogiar a quien ayuda al desmantelamiento cuando éste mismo ayudó a sostener el crimen, no solo en España, sino en toda la América Latina y África.
Pero bien, es posible que este tema del terrorismo sea "pan comido" para los intereses de La Habana. El otro, su verdadero dolor de cabeza, es la llamada Posición Común de la Comunidad Económica Europea contra Cuba, que en su día propuso el ex presidente Aznar y fue tan efectiva que el régimen de La Habana se encontró pegado a una pared.
La combinación de la Posición Común con el embargo norteamericano es la mayor camisa de fuerza que han tenido los Castro hasta ahora. A Zapatero le importa un bledo un proceso democrático en la isla. Su objetivo es ir contra el Partido Popular español y hará todo cuanto sea conveniente.
Es muy probable que, en medio de una crisis absoluta del Partido Socialista Obrero Español, Zapatero sea un enviado del PSOE a La Habana, como siempre hacen los altos ejecutivos españoles, para asegurar negocios del empresariado ibérico y ahora, de paso, para hablar sobre el avance del grupo Podemos, neocomunistas, que se perfilan como ganadores de unas elecciones generales.
Zapatero no volverá a postularse como presidente –ni lo quiere él mismo ni lo aceptaría el electorado–, pero necesita garantizar un puesto en la nomenclatura política de España, que deja buenos dividendos. (Véase el retiro más que oneroso de Felipe González).
Sencillo de apariencia, flemático y con el récord de haber modernizado socialmente su país, con leyes como la del matrimonio homosexual, estaríamos frente a un político que guarda silencio y reaparece intempestivamente. Con un cansancio infinito en el rostro, pero con puntos de giros insospechados. Es por eso que me alarma muchísimo la visita suya a Cuba.
Si bien me alegré de sus leyes sociales (muchas de éstas terminaron siendo claramente electoralistas, como los famosos 400 euros adelantados a los españoles sin decir por lo claro que eran en calidad de préstamo), durante sus dos legislaturas, que viví íntegramente en España, el tema Cuba me pareció tan mezquinamente llevado que terminó sobrepasando aquel beneplácito por el cambio social.
Moratinos y Zapatero son los responsables de que se aflojara la Posición Común europea con respecto a Cuba; son los responsables del abandono en las calles españolas de cientos de familiares de ex presos políticos que fueron excarcelados a cambio del destierro y luego no se les dio protección, ni siquiera cuando el Partido Popular volvió al poder.
Zapatero llegó a la Presidencia española en medio de un grave atentado terrorista que dejó cientos de muertos y otro tanto de heridos en trenes metropolitanos de Madrid, en 2004. En este sentido, su entrada como presidente fue malparida. Ese año, según encuestas, ganaría las elecciones el PP, y de pronto, debido a la masacre de los trenes, hubo un punto de giro.
Yo en su lugar no hubiera aceptado la Presidencia en ese contexto, pero Zapatero sí lo hizo. Cuatro años más tarde fue a segunda vuelta y resultó reelegido.
Dejó una España arruinada económicamente y un alto número de familias en desahucio o al borde del desahucio por no saber gestionar correctamente la llamada burbuja inmobiliaria. Dejó una España raída que ni el alternante partido opositor, su eterno PP, ha podido o sabido arreglar.
Dejó un Partido Socialista tan desprestigiado –una vez más, porque al salir Felipe González sucedió lo mismo–, que ni siquiera un líder tan sólido como Alfredo Pérez Rubalcaba pudo manejar. Y con respecto a Cuba, dejó el camino asfaltado para que el proyecto comunista-bolivariano actuara por detrás y llegara a España a través de Podemos.
Sumando, con dolor en el alma, han sido muchas las decepciones de los políticos españoles con respecto a Cuba (no todos los políticos pero sí la gran mayoría). Y ese es el ánimo de lo que sienten muchos en España con respecto a la isla caribeña: Una gran pérdida colonial, un paraíso de la música, unas mulatas exuberantes y un lugar donde invertir dinero. Nada más.
Da pena.