En cualquier rincón de la aldea global, como los estudiosos llaman ahora al planeta Tierra, esta nota periodística será intrascendente; pero en la aldea real, Cuba, el anuncio habrá estremecido a una buena parte de la opinión pública: la feria de peloteros criollos está oficialmente abierta.
Citando palabras del federativo Higinio Vélez, en una reunión con cronistas deportivos en La Habana, el diario Granma ha soltado este jueves que “Cuba está en condiciones de contratar peloteros en cualquier certamen foráneo, para lo cual ha permitido que las autoridades y scouts de esos campeonatos vengan a ver a los jugadores en acción en nuestro país, como sucedió, ejemplificó, en el caso de Cepeda”.
Más allá de lo nebuloso de la redacción (en la gacetilla se debió escribir que Cuba está dispuesta a que sus jugadores sean los contratados), la decisión rasga definitivamente las vestiduras de la que, por medio siglo, y para diferenciarla de las ligas profesionales, se proclamó como pelota libre.
Se pasa así la página de un capítulo demasiado prolongado, aquel que cercenó las posibilidades de bienestar de varias generaciones de peloteros. Durante décadas, era imperioso romperle las narices al scout que se acercara a ofrecerle un cheque a un jugador de Cuba; una respuesta “menos revolucionaria” despertaría recelos y se saldaría, como mínimo, con la baja deshonrosa de la selección.
Apercibidos de que su integridad física corría peligro, los cazadores de talento comenzaron a apelar a las comunicaciones a larga distancia. Se empleaban entonces las llamadas telefónicas o el envío de notas manuscritas.
Fue así que las delegaciones de la Isla sumieron en dolores de cabeza a los organizadores de los torneos internacionales: se exigía desconectar los teléfonos de todas las habitaciones de los peloteros de Cuba y eliminar los asientos de los scouts en las inmediaciones de los dugouts de los antillanos.
Como cambian los tiempos, Vicente, decía una tonada criolla, y aquí tienen otro párrafo de Granma --que cita a Higinio Vélez-- y cuyo renqueante lenguaje me resisto a reparar:
“Solo se exceptúa, la relación con la MLB (Liga Mayores de Béisbol, de Estados Unidos o Grandes Ligas), no por una negativa nuestra, sino porque las propias leyes de ese país le niegan esa posibilidad a nuestros jugadores”, sentenció. (sic)
La noticia, sin embargo, llega como acompañante noticioso y no como el plato principal que es en realidad. El cintillo de Granma solo sentencia que Alfonso Urquiola dirigirá a la selección cubana durante el tope contra los universitarios de EE. UU. en el verano próximo.
Pero el golpe de timón ha sido tan dramático que me hace recordar el chiste de la cubana que, tras el éxodo de Mariel, se queda de una pieza ante los halagos que recibe al regresar de visita a su país natal. “Tu oíste mal, no te gritamos traidora, le aclaran en su cuadra: te gritamos ¡trae dólar…!”
Citando palabras del federativo Higinio Vélez, en una reunión con cronistas deportivos en La Habana, el diario Granma ha soltado este jueves que “Cuba está en condiciones de contratar peloteros en cualquier certamen foráneo, para lo cual ha permitido que las autoridades y scouts de esos campeonatos vengan a ver a los jugadores en acción en nuestro país, como sucedió, ejemplificó, en el caso de Cepeda”.
Más allá de lo nebuloso de la redacción (en la gacetilla se debió escribir que Cuba está dispuesta a que sus jugadores sean los contratados), la decisión rasga definitivamente las vestiduras de la que, por medio siglo, y para diferenciarla de las ligas profesionales, se proclamó como pelota libre.
Se pasa así la página de un capítulo demasiado prolongado, aquel que cercenó las posibilidades de bienestar de varias generaciones de peloteros. Durante décadas, era imperioso romperle las narices al scout que se acercara a ofrecerle un cheque a un jugador de Cuba; una respuesta “menos revolucionaria” despertaría recelos y se saldaría, como mínimo, con la baja deshonrosa de la selección.
Apercibidos de que su integridad física corría peligro, los cazadores de talento comenzaron a apelar a las comunicaciones a larga distancia. Se empleaban entonces las llamadas telefónicas o el envío de notas manuscritas.
Fue así que las delegaciones de la Isla sumieron en dolores de cabeza a los organizadores de los torneos internacionales: se exigía desconectar los teléfonos de todas las habitaciones de los peloteros de Cuba y eliminar los asientos de los scouts en las inmediaciones de los dugouts de los antillanos.
Como cambian los tiempos, Vicente, decía una tonada criolla, y aquí tienen otro párrafo de Granma --que cita a Higinio Vélez-- y cuyo renqueante lenguaje me resisto a reparar:
“Solo se exceptúa, la relación con la MLB (Liga Mayores de Béisbol, de Estados Unidos o Grandes Ligas), no por una negativa nuestra, sino porque las propias leyes de ese país le niegan esa posibilidad a nuestros jugadores”, sentenció. (sic)
La noticia, sin embargo, llega como acompañante noticioso y no como el plato principal que es en realidad. El cintillo de Granma solo sentencia que Alfonso Urquiola dirigirá a la selección cubana durante el tope contra los universitarios de EE. UU. en el verano próximo.
Pero el golpe de timón ha sido tan dramático que me hace recordar el chiste de la cubana que, tras el éxodo de Mariel, se queda de una pieza ante los halagos que recibe al regresar de visita a su país natal. “Tu oíste mal, no te gritamos traidora, le aclaran en su cuadra: te gritamos ¡trae dólar…!”