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El empobrecedor de Nicaragua


El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, saludan a sus seguidores en la celebración del 39 aniversario de la revolución sandinista.
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, saludan a sus seguidores en la celebración del 39 aniversario de la revolución sandinista.

Los nicas vuelven a marchar al exilio. Se escapan de la crueldad del gobierno y del hambre que se avizora

MADRID, España.- Al comienzo de la carnicería nica, Daniel Ortega habló con un alto funcionario del gobierno federal norteamericano. Parecía que estaba dispuesto a adelantar las elecciones, entregar el poder y largarse. Sólo pedía que no lo persiguieran a él ni a su familia. Luego cambió de parecer, o tal vez nunca lo pensó seriamente y su único objetivo era ganar tiempo. La tercera posibilidad es que el gringo, pese a su excelente dominio del español, hubiera equivocado las señas. No lo creo.

A estas alturas, poco importa. La única certeza que se puede obtener de Daniel Ortega es que asesina sin límites a sus oponentes y luego lo niega. Lo hizo en la cadena Fox durante una magnífica entrevista que le concedió a Bret Baier, calificada por el periodista Pedro Joaquín Chamorro en el diario La Prensa como un ejercicio total de cinismo. Ortega no tenía contactos con los paramilitares. Las relaciones con la Iglesia católica eran buenas. Nadie había muerto dentro de los templos. La rebelión ya estaba bajo control. Puras mentiras.

Ortega no suele conceder entrevistas, pero la única manera de llegarle a Donald Trump era por medio de Fox. Si el medio es el mensaje, como dejó dicho el canadiense Marshall McLuhan, el elegido no dejaba espacio a la duda. El mensaje implícito era “yo no soy peor que Putin o que Kim Jong-un. Soy la garantía de que los nicas no se convertirán en un problema migratorio para Estados Unidos. Fui elegido democráticamente y agotaré mi mandato. Pese a todo, podemos llevarnos bien”. Le respondió inmediatamente Mike Pence, el vicepresidente de Trump. Para Washington seguía siendo un asesino.

Nada de lo que decía Ortega era cierto. Los nicas vuelven a marchar al exilio. Se escapan de la crueldad del gobierno y del hambre que se avizora. Me lo explicó, consternado, el economista Juan Sebastián Chamorro, presidente de FUNIDES, el gran think–tank del país. El turismo ya desapareció. Los empresarios están desesperados. No hay inversiones domésticas o desde el exterior. La fuga de capitales está en marcha. Las reservas bajan, pero acabarán desapareciendo. Al córdoba le espera una devaluación-inflación como la de los años ochenta. Los banqueros nicas, acaso los más competentes de Centroamérica, saben que inexorablemente serán barridos por una crisis que se podía evitar.

¿Cómo se podía evitar? Dándole una respuesta política a un problema político. Hace poco más de 100 días, antes de la crisis, Nicaragua crecía al 4.5% anual. Existía confianza en el futuro del país y ya se sabe que la economía depende de las percepciones, y éstas, en gran medida, de la estabilidad y predictibilidad de la sociedad.

Si un pequeño país como Suiza, con apenas ocho millones y medio de habitantes y la mitad del tamaño de Nicaragua, es acaso la nación más próspera y mejor organizada del planeta, es la consecuencia de su racional estabilidad. Exactamente lo contrario de lo que hoy sucede en Nicaragua.

Lo grave es que el consejo que le llega a Daniel Ortega le viene de Cuba y Venezuela. Los dos gobernantes, Miguel Díaz-Canel (el presidente designado por Raúl Castro) y Nicolás Maduro, en el reciente Foro de Sao Paulo celebrado en La Habana le dieron la fórmula para mantenerse en el poder: resistir, matar sin contemplaciones, para lo cual pueden contar con el auxilio de ambos, porque las circunstancias internacionales cambian con el tiempo. La OEA, que hoy lo condena, dentro de una década le abrirá las puertas.

Es posible que sea cierto, pero lo que no cambia, sino se agrava, es la imagen del país como destino de las inversiones y los intercambios comerciales. Esas dictaduras asesinas, basadas en la represión, pueden durar tanto como estén dispuestos a defenderlas sus respectivos tiranos, pero lo que no conseguirán jamás es traerles la prosperidad y la felicidad a sus pueblos. Eso sólo se logra con instituciones democráticas, alternabilidad en el poder, circulación de las élites de gobierno, transparencia, movilidad social, imperio de la ley y el resto de los atributos de las naciones civilizadas y maduras.

¿Qué hará Daniel Ortega? ¿Elegirá seguir matando, lo que es sinónimo de continuar empobreciendo a los nicas? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que muera, hasta que le den un golpe militar o triunfe otra revolución? ¿Lo único que le importa es mantenerse en el poder a cualquier precio para demostrarles a Cuba y a Venezuela que sigue siendo un tipo duro como los que aplaudía Fidel Castro? Pobre Nicaragua. Continuará hundiéndose en la miseria hasta que amanezca nuevamente.

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