“Aquí lo único que tenemos el valor de decir es lo que pasa en otros países, como en Ecuador, por ejemplo, que los fallecidos duran tres o cuatro días y nadie los va a recoger: aquí está pasando lo mismo”.
El que habla mientras toma el video es Ismael Ávila Romero ante el cadáver envuelto en hielo de su amigo Boudé Morales, de 55 años, fallecido la mañana del jueves en el barrio de El Caney, en Santiago de Cuba.
“Quiero que todo el que tenga esto en sus manos lo diga y lo pase al mundo entero”, ruega enérgicamente Ávila Romero.
Lo peor no fue el tiempo que el cuerpo estuvo allí, protesta, desde la mañana hasta pasadas las 6 de la tarde, sino lo que hicieron con él cuando por fin lo llevaron al cementerio: fue sepultado antes de que llegaran los familiares.
“Aquí me encuentro en una casa cerca de mi casa: un amigo mío que ha fallecido desde las 9 de la mañana, y estas son las p… santas horas que este gobierno no ha venido a buscarlo, simplemente por una negligencia o no sé cómo llamarle”, clama Ávila Romero en el video rodeado de familiares de Morales.
“Casi como hermano mío, criado conmigo aquí, sí”, le dijo Ávila Romero el mediodía del viernes a la periodista de Radio Televisión Martí Ivette Pacheco refiriéndose a Morales, que padecía de cáncer en los riñones.
Fue él quien se encargó de llamar a la funeraria para que recogieran el cadáver, y dice haber entendido cuando le explicaron que un chofer de necrología había dado positivo a la prueba de COVID-19 y por eso estaban en cuarentena.
“Al final ya apareció un chofer, un carro, y a las tantas horas fue que vino, y [antes de que eso sucediera] se me ocurrió llenarlo de hielo para conservarlo, porque sus órganos estaban deteriorados y simplemente estaba ya hinchándose y no quería que se corrompiera tanto”, explicó Ávila Romero en la conversación con Pacheco.
ADVERTENCIA: EL VIDEO CONTIENE IMAGENES SENSIBLES Y PALABRAS OBSCENAS
Entre el dolor y la tristeza esa fue la idea que se le ocurrió, dice: hacer el video para ver si alguien le ayudaba, si alguien le daba respuesta; si alguien iba y recogía el cuerpo de su amigo.
“Todos me decían: voy pa’llá, vamos pa’llá, espere, vamos pa’llá, pero nada, eso es vamos pa’llá, ya tú sabes, eso [fue] cuando pudieron venir”, declaró. “Llegando al cementerio el carro fúnebre lo dejo bota’o allí: ya lo habían enterrado sin esperar a los familiares; una falta de ética, de respeto inmensa; son cosas que yo no entiendo”.
El y los familiares exigieron sacar el cadáver para despedirlo como se merece, como debe ser, dijo.
“Te quieren dar dos horas en la funeraria, entonces no vinieron a hacerle la prueba de COVID-19, porque estuvo en hospitales (…); son cosas que estuvieron mal hechas y yo me pregunto por qué suceden estas cosas si nos damos como potencia en medicina, no sé.
“No soy opositor, no lo hice con ninguna maldad, con ningún sentido: simplemente lo hice con el aquel de que me ayudaran y llevaran a descansar ese cuerpo, que bastante ha sufrido; simplemente ha sido todo”, declaró.
La familia de Morales le pidió que los ayudara, relata. “Por favor, Ismael, tú que sabes algo, y ya, fue todo lo que pude hacer y todo lo que hice”, dijo.
Tuvo ayuda de los vecinos, asegura, cuando decidió que era necesario ir a buscar el hielo para evitar la descomposición del cadáver mientras esperaban.
“Me apoyaron, fuimos a buscar [el hielo] a la fábrica, y nos prestaron un carro; todo el mundo me apoyó en eso”, manifiesta. “Entre todos logramos conservar el cuerpo hasta que pudiéramos; nos preparamos hasta incluso [para esperar] 24 horas”.
Lo enterraron a las “6 y pico, casi 7; entre dos luces”, dice.
“El carro fúnebre les dijo a los sepultureros que lo enterraran, que la familia no venía”, explica. “Al contrario, nosotros íbamos a pie porque no hay transporte. Ya lo habían enterrado e hicimos que lo desenterraran para darle la despedida que merece cada ser humano en este planeta, ¿me entiende?”.
Ávila Romero le contó a la reportera Ivette Pacheco que, llegado el carro fúnebre a la vivienda de Morales, fue él mismo quien se encargó de quitarle todo el hielo y secar el cuerpo.
“Ese trabajo me tocó a mí: lo vestí, lo cargué, lo puse en la caja fúnebre, lo llevé directo al carro y el carro se fue sin pedir una explicación: quiénes van, nada”, relata. “Lo más lógico sería que un familiar se montara en el carro para que cuidara el sarcófago hasta que llegaran los demás familiares y de ahí enterrarlo nosotros, sus familiares y amigos, ¿me entiende?”.
No lo hicieron, asegura. Alguien interceptó el carro fúnebre en el camino y le preguntó al chofer dónde estaba el fallecido. La respuesta fue, según Ávila Romero: “Lo dejé en el cementerio esperando por ustedes”. Pero cuando llegaron allí los sepultureros dijeron haber recibido la orden de que lo enterraran porque la familia no iba a ir allí a buscar nada.
“Nosotros, por supuesto, dolidos, y al darnos esta respuesta que no era convincente, no era la verdadera, no era la lógica, hicimos que desenterraran el cuerpo, nos lo entregaran y nosotros mismos entonces fuimos los que lo enterramos”, declara. “Oramos por él, hicimos una despedida de duelo a nuestra forma y a nuestra manera, con mucha fe y cariño y amor, y ya, que en paz descanse”.
No lo habían sepultado en la tierra, responde a una pregunta de la periodista.
“Aquí nadie tiene terreno: aquí son bóvedas colectivas; lo habían puesto en una gaveta que incluso no habían cerrado: nada más le habían puesto la tapa arriba”, refiere.
Morales era trabajador de mantenimiento en la fábrica de yogur, la pasteurizadora local, y era una persona muy humilde sin antecedentes penales, parte de una familia “bastante numerosa”, asegura su amigo. Llevaba entre seis y ocho meses con lo que al principio se pensaba que eran cálculos renales y resultó ser un tumor “inmenso”.
Empeoró después que le extirparon un riñón, explica. La víspera de su muerte había ido al hospital, y lo más lógico en las actuales condiciones es que si recibió tratamiento allí, antes de enterrarlo le hicieran la prueba de COVID-19, indica.
Durante la entrevista con Pacheco, Ávila Romero le confiesa a la periodista que su madre está nerviosa “porque fue la que [respondió] el teléfono y me está diciendo que a quién yo le di el número en Miami”. Le respondió que no se lo había dado a nadie.
“A nadie le he dado mi número: simplemente ella tiene miedo de que vengan a tomar represalias como han hecho con todas las personas que dicen la verdad y se declaran libres […]; entonces ella tiene miedo porque aquí todo es represalia, amenaza, y usted sabe cómo es esto, y si no lo sabe venga pa’ca un ratico y se dará cuenta de cómo son los temas”.
No han sido capaces de ir a fumigar la casa y el cuarto donde el cadáver estuvo tantas horas ni de hacer un pesquisaje, protesta Ávila Romero.
“Yo me pregunto si los que actuamos mal somos los que subimos un video, o son ellos los que no hacen las cosas siempre en forma”, manifiesta. “Son las cosas que yo me pregunto, y se las voy a decir ahora mismo al que venga: a Díaz-Canel, el que más presuma, el que más suene, el que más me amenace o el que más crea que me va a impresionar.
“A ese yo quiero decirle la verdad detalladamente, con la educación que lleva”, declara, “porque sé hablar, sé coordinar mis ideas y sé decirle la verdad --sin ofender a nadie-- a cualquiera”.
Insiste en que esas son las preguntas que él se hace y quisiera saber qué está pasando.
“Se están olvidando de quiénes, ¿de los humildes?”, protesta. “¿Porque hasta cuándo? Y como lo dije lo voy a decir. Nadie acepta, y está bueno ya de vivir callados, porque estamos cansados de lo mismo. No queremos más nada que comprensión, ayuda y análisis profundo”.
Ávila Romero, de 44 años, es soldador en la base de mantenimiento del Centro de Acopio del Caney, a seis kilómetros del centro de la ciudad de Santiago de Cuba.
“Cómo no voy a estar golpeado [si era] un amigo que se crió conmigo desde niño, era un poco mayor que yo, pero […], todos éramos una sola historia: jugábamos pelota, boxeo, deportes", rememora. "Na’, la cubanía: el cubano no es hipócrita, el cubano va a visitar al que tiene y al que no tiene; el cubano anda descalzo; el cubano va a un río con el más grande, con el más chiquito; el cubano puede comer del mismo plato en casa ajena. El cubano es así, ese es el cubano.
“Solo me interesan mis hijos, mi familia y que mi país cada vez mejore: pero con verdades, no con mentiras”, dice.