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El País analiza el postchavismo en Venezuela


Manifestantes participan en una protesta contra el Gobierno de Nicolás Maduro
Manifestantes participan en una protesta contra el Gobierno de Nicolás Maduro

Maduro, apunta El País, ha tenido que lidiar con las apetencias de otras figuras del chavismo que encabezan, cada una, sus propias tribus.

El presidente socialista Nicolás Maduro ha repetido en distintas ocasiones que sus adversarios pensaban que, una vez muerto Hugo Chávez, se extinguiría la revolución bolivariana, publica hoy el diario español El País.

Sin embargo, a un año de ese deceso, quienes gobiernan Venezuela en nombre del chavismo siguen en el poder, no sin tropiezos. ¿Quería decir entonces que la presencia del líder no era tan decisiva? ¿Qué poco y cosmético sería lo que en definitiva iba a cambiar en la política venezolana con la muerte del Comandante Supremo?, se pregunta el diario.

“Pudiera decirse que estas últimas tres semanas de activación de la protesta en Venezuela es una muestra de que la sociedad también se está preguntando eso”, asoma como respuesta la psicóloga social y filósofa Colette Capriles, profesora de la Universidad Simón Bolívar (USB) de Caracas. “¿De verdad se murió Chávez? ¿Las cosas están iguales? Uno queda con la sensación de que nada de esto habría pasado con Chávez al mando. Es como si apenas ahora se estuviera poniendo a prueba qué fue lo que de verdad cambió aquí”.

El propio velatorio del exteniente coronel, ante cuyo féretro desfilaron cientos de miles de personas, lució como un anticipo de las dificultades que se asomaban. Ciertamente, el comandante había despejado los posibles pleitos de su sucesión al apuntar en público a Maduro como su delfín. Pero no sería fácil dejar la gestión de una franquicia tan fuertemente personalista como la del chavismo en manos de una burocracia que quizás no había cuajado lo suficiente.

Maduro en efecto ha hecho lo que ha podido en las circunstancias que sobrevinieron: hace tan poco como el reciente mes de diciembre, aparecía afianzado en el poder luego de las elecciones municipales. Y si por estos días enfrenta el desafío de una grave crisis de orden público, es en parte una situación incubada por su predecesor, sobre todo, en el campo de lo económico.

Mientras tanto, apunta El País, él ha tenido que lidiar con las apetencias de otras figuras del chavismo que encabezan, cada una, sus propias tribus. “Dentro del chavismo están funcionando las fórmulas personalistas, cada jefe está fortaleciéndose a la vez que mantiene una alianza táctica con las otras facciones”, describe Colette Capriles. Aún aceptado como un “primus inter pares”, Maduro habría sentido la necesidad de apoyarse en el ala izquierda del chavismo y de la asesoría cubana.

Maduro no tiene otra opción


“Por eso, si Maduro está haciendo cosas distintas a Chávez no es porque le provoque, sino porque no tiene otra opción. Al apoyarse en esos aliados, tiene que pagarle tributo al modelo cubano y a la izquierda política del chavismo. Ahora la gente, chavista o no, siente con claridad que estamos en una transición hacia un modelo que parece más calcado del régimen cubano. Maduro no puede darse ese lujo que Chávez sí se daba, el de ir y venir de una posición a otra sin nunca jugárselas todas, que le salía perfecto”.

Sin embargo, ya empiezan a hacerse visibles las primeras fracturas, manifestadas en los reclamos de un ala radical agrupada en el colectivo Un grano de Maíz, por ejemplo, o las críticas vertidas la semana pasada por el gobernador del estado de Táchira, José Vielma Mora, contra la gestión de las protestas por parte del Gobierno.

La atomización del archipiélago chavista también deja otro rastro, aunque menos visible: la parálisis. En muchos temas, fundamentalmente en el económico, la gestión actual de gobierno es un vaivén de órdenes y contraórdenes que refleja el equilibrio de pesos entre las distintas facciones oficialistas y que produce como sumatoria el inmovilismo.

La fragmentación, asegura el diario, es el signo de la política después de Chávez. Pues su ausencia también profundizó las brechas al interior del polo opositor hasta el punto en que, recomienda Colette Capriles, sería preferible “dejar de hablar de la oposición como un todo y referirse a un campo opositor donde coexisten distintas fuerzas”.
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