La Habana - A la salida del Túnel de la Bahía, el ómnibus de la ruta P-11 transita atestado de pasajeros. Mientras los pasajeros disfrutan de la vista del mar, el olor a salitre impregna sus narices.
En ese trozo de la geografía habanera, donde sobresale la Avenida Monumental, una vía de ocho carriles inaugurada en 1958 por el dictador Fulgencio Batista, se preveía edificar decenas de hoteles, casinos, condominios y barrios suburbanos hasta muy cerca del Puente de Bacunayagua, casi en la frontera con la provincia de Matanzas.
“Era un proyecto de rascacielos y diseños atrevidos para atraer el turismo y
también para que profesionales de clase media rentaran o compraran una casa al este de La Habana. Si la revolución hubiera triunfado en 2016, hubiera encontrado una ciudad maravillosa. Al estilo de Río de Janeiro. Y Miami no sería una competencia”, señala con énfasis Roberto, arquitecto jubilado de 75 años.
Hijo de un proyectista que trabajó en Govantes y Cabarrocas, firma de arquitectura dedicada a la proyección y construcción de obras que constituyeron hitos urbanísticos en La Habana, Roberto dice que Cuba necesitaba instaurar la democracia, detener la corrupción y crear estrategias gubernamentales que frenaran la pobreza, en particular en el campo. “Pero al margen de la situación política, La Habana y otras ciudades del interior eran una tacita de oro. Los servicios de transporte público, correos y acueducto, entre otros, funcionaban eficientemente. Sin chovinismo: en América Latina, a no ser Buenos Aires, no existía una urbe con tantas riquezas arquitectónicas y barrios funcionales”, señala Roberto y agrega: “En el centro y en la parte antigua de la capital encontrabas portales lineales soportados por columnas dóricas con diseños originales, tiendas de una o varias plantas, restaurantes, fondas, bares, librerías, bancos, oficinas... El Miami actual es lo que La Habana no llegó a ser”.
En 1940, Fulgencio Batista se presentó como candidato de la Coalición Socialista-Democrática en las elecciones de ese año y las ganó. Contaba entonces con gran respaldo popular y una de sus primeras medidas fue legalizar al partido comunista.
En 1940, en Cuba no solo se aprobó una formidable Constitución, también se inició la construcción de escuelas públicas, institutos técnicos, clínicas, hospitales y casas de socorro. Se inauguraron avenidas, edificios, repartos y mansiones.
Doce años después, el 10 de marzo de 1952, Batista se apropió del poder desenfundando la pistola y se convirtió en un sangriento gobernante. Pero incluso los dictadores más brutales siempre buscan dejar un legado urbanístico. Adolfo Hitler inauguró las mejores autopistas de Europa. Y Augusto Pinochet erigió una robusta economía en Chile.
Fidel Castro no asesinó a millones como Hitler (según María Werlau, directora del Archivo Cuba, los muertos de la revolución verde olivo multiplican por cinco los crímenes de Pinochet). Sus recursos represivos se basaron en la fórmula 'más temor y cárcel que sangre'.
En política, de lo que más presumen sus partidarios, sus éxitos se han exagerado. Fidel Castro, es cierto, fue un animal político. De raza. Astuto, cínico y capaz de cualquier cosa para lograr sus objetivos. Poseedor de un ego descomunal y una necesidad enfermiza de llamar la atención. Manipulador, mentiroso, carismático y con una loable capacidad de liderazgo.
Hechizó al pueblo con una combinación magistral de verborrea extensa, aderezada con una dosis de nacionalismo y justicia social. Ofreció populismo a chorros. Prometió rebajar los alquileres y la electricidad, universidad gratuita y una ley de reforma agraria. Casi todas esas promesas las cumplió en los primeros años de su revolución.
Luego se radicalizó. Polarizó la sociedad y gobernó para sus partidarios. Los adversarios eran marcados con letra escarlata. No eran personas: eran gusanos, escorias, mercenarios... Varios de sus trastornados proyectos solamente triunfaron en su cabeza. Desde desecar la Ciénaga de Zapata, sembrar miles de cafetales en los alrededores de La Habana hasta la construcción de cien mil viviendas anuales. Sus planes eran homéricos. Detengámonos en sus proyectos urbanísticos.
En febrero de 1959, al desaparecer la Renta de la Lotería Nacional, considerada corrupta por Fidel Castro, el barbudo nombró a Pastorita Núñez, ex cobradora de impuestos del movimiento insurreccional y ex combatiente de la Sierra Maestra, directora del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV). A partir de ese momento, Núñez decidió poner todo su empeño para que los cubanos de toda la Isla tuvieran una casa o un apartamento dignos.
En La Habana del Este, a poco más de dos kilómetros del centro de la ciudad, a tiro de piedra del Túnel de la Bahía, en un terreno baldío de 320 mil metros, que limitaba al norte con el litoral costero y el Oceáno Atlántico y al sur con la Avenida Monumental, bajo la dirección de Pastorita Núñez y el INAV, surgía la Ciudad Camilo Cienfuegos, el mejor conjunto residencial construido hasta la fecha por el castrismo, declarado Monumento Nacional en 1996.
Para una población de 7,836 personas se levantaron 1,306 apartamentos, distribuidos en 51 edificios de cuatro plantas y veinte modelos diferentes y 7 edificios de once plantas de tres modelos distintos. El equipo de arquitectos estuvo formado por Roberto Carrazana, Hugo D'Acosta Calheiros, Mercedes Álvarez, Ana Vega, Manuel Rubio, Mario González Sedeño y Reinaldo Estévez. A ellos se sumaron varios estudiantes de Arquitectura, entre éstos Mario Coyula.
La Ciudad o Reparto Camilo Cienfuegos se comenzó a construir en abril de 1959 y se terminó en noviembre de 1961. En 667 días, a un ritmo de dos casas por día, se logró un equilibrio entre edificios altos y bajos, zonas verdes, vías peatonales y de circulación de vehículos, áreas comerciales y recreativas. Y con una excelente calidad constructiva. La mano de obra especializada procedía de La Habana y de otras provincias. Fue el caso de Angelito, pariente nuestro que en su Sancti Spiritus natal era un albañil de primera.
Aunque los arquitectos tuvieron en cuenta las tendencias vigentes en los años 50 a nivel mundial, y habían estudiado experiencias internacionales como la unidad vecinal de Clarence Perry en Estados Unidos, las New Towns británicas y las ciudades satelitales de los países escandinavos, entre otras, lo cierto es que el diseño de los edificios más altos se asemejan al Focsa, en 17 y M, Vedado, inaugurado en 1956 y que con sus 36 pisos -el de mayor altura del país- es considerado una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana.
Después de Pastorita Núñez y el INAV llegó la debacle arquitectónica. “Voy
hablar de La Habana, que es lo que mejor conozco. Sin temor a equivocarme, luego del reparto Camilo Cienfuegos, en la capital no se ha construido nada que valga la pena en materia de viviendas”, dice Roberto, arquitecto jubilado.
Y hace una lista de los múltiples disparates. “Al triunfar la revolución, en 1959,en La Habana existían dos grandes barrios marginales, Las Yaguas y Llega y Pon. En los municipios no había el hacinamiento actual y a nadie se le ocurrió construir barbacoas para convertir en dos una habitación. El 90 por ciento de las casas estaban en buen estado técnico”, y añade: “Ahora hay un centenar de barriadas marginales y el 50 por ciento de las
viviendas se encuentran en regular o mal estado. Al igual que en los antiguospaíses socialistas de Europa del Este, habrá que demoler o reformar decenas de ciudades-dormitorios como Alamar, San Agustín o Bahía, edificados con materiales de baja calidad y construidos por gente neófita en el oficio. Las microbrigadas, formadas por obreros y profesionales que se convertían en constructores por necesidad, provocó un colosal caos arquitectónico en La Habana. Ubicar los chapuceros edificios de microbrigadas cercanos a inmuebles o zonas residenciales de evidente calidad constructiva es un crimen urbanístico”, sentencia Roberto.
Para el arquitecto jubilado, “los sistemas constructivos adoptados eran
prefabricados y de mal gusto. Unos importados de Yugoslavia, como el IMS. Otros fueron diseñados en Cuba, pero en su conjunto eran feos y uniformes. Al no tener las manzanas las medidas de cien metros de las manzanas españolas, se amontonan edificios sin alcantarillados, parques, escuelas y otras obras sociales. Un absurdo urbanístico”.
En opinión de Roberto, el legado de Fidel Castro en materia arquitectónica es
bastante pobre. “Las excepciones son la Ciudad Camilo Cienfuegos, la heladería Coppelia de Julio Girona y las Escuelas Nacionales de Arte de Ricardo Porro en colaboración con los arquitectos italianos Roberto Gottardi y Vittorio Garatti. De Antonio Quintana mencionaría La Casa de los Cosmonautas en Varadero, el Palacio de las Convenciones en Cubanacán, el Parque Lenin y un edificio experimental de doce plantas en Malecón y F, actualmente en estado deplorable por falta de mantenimiento. Puede que se me escape alguna otra obra importante. Pero no hay muchas más”.
Solo basta recorrer La Habana para percatarse del naufragio urbanístico. La mayoría de las edificaciones del siglo XX con valores arquitectónicos se erigieron en la etapa republicana (1902-1958).
Un detalle: los fundadores de la revolución de Fidel Castro hoy residen en casas construidas antes de 1959, expropiadas a la próspera burguesía local. Los fidelistas no son bobos ni tienen mal gusto.