Con la muerte de Nelson Rodríguez Zurbarán a los 81 años, el cine cubano pierde no solo a su editor más venerado, con una carrera en la que destacan Lucía, de Humberto Solás, y Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, ambas de 1968; Tránsito, de Eduardo Manet (1964), y La primera carga al machete, de Manuel Octavio Gómez (1969).
Pierde también a uno de sus grandes cineastas.
“Yo trabajé con él y no entendía cómo lo hacía”, dijo el jueves en Miami Jorge Abello (Tuti), editor a su vez de La Bella del Alhambra (1989), Alicia en el pueblo de Maravillas (1991), Clandestinos (1987) y Los pájaros tirándole a la escopeta (1984). “Nelson tenía un sentido espectacular de la edición; tenía su propio método”.
A su talento inmenso, Rodríguez Zurbarán unía la condición de ser en sí mismo una escuela. Jorge Luis Borges decía que el hecho capital de su vida era la biblioteca de su padre, y subrayaba la importancia de leer para escribir. No sé si alguna vez lo dijo, pero Nelson Rodríguez encarnaba la variante cinematográfica de esa verdad: para hacer cine –y para hablar de cine-- hay que ver mucho, mucho cine.
A veces me parecía que él era una de las pocas personas que habían visto todo el cine.
“No cortaba como nosotros, que cogíamos el celuloide pa’lante y pa’trás”, relata Abello. “Como que cortaba el guión, le ponía números; iba mirando las tomas buenas y les ponía números: 5, 7, 15, 3… Después ponía en orden todos esos cortes y el resultado era casi la película hecha en el primer corte. Él casi no tocaba el celuloide, fumando todo el tiempo”.
En cine, el “primer corte” de una película es la primera versión terminada por el editor, normalmente sujeta a variaciones.
Para entender mejor el testimonio de Abello le pido que explique con más detalles a qué se refiere cuando habla de que Rodríguez Zurbarán les ponía números a los cortes.
Menciona entonces los criss-cross, las escenas de diálogos de dos personajes que en cine se filman primero desde la perspectiva de uno y luego desde la perspectiva del otro, a veces con la espalda de alguno de los dos dentro del plano, para más tarde seleccionar en el montaje los mejores cortes y armar la secuencia.
“El veía que este diálogo era mejor en esta cámara; veía que la toma 3 de este actor era la mejor, y la marcaba en el guión, porque trabajaba con el guión en una mano y un lapicero en la otra", detalla Abello. “Marcaba una cara del corte 5 y la otra del corte 7, y cuando pegabas eso era el criss-cross perfecto; tenía la habilidad de ver el diálogo. Era un creador”.
El oficio de editor de cine suele ser complicado, recuerda Abello, porque los directores llegan al cuarto de edición con una idea preconcebida de la película que no necesariamente fue la que consiguieron en los rodajes.
“Cuando estás filmando lo ves y lo sientes todo en el set: si había un día bonito, cómo olían las flores”, explica Abello. “El editor no: el editor lo que ve es lo que le llega al cuarto de edición. Por eso hay una lucha siempre entre el director y el editor. Nelson era un editor que sentía la imagen. Él lograba poner en perspectiva el verdadero valor de la imagen en función de lo que quería el director”.
Porque, después de todo, el editor es quien tiene en sus manos el proyecto entero, añade.
“Le das la intensidad y el ritmo a la película”, comenta Abello. “Mira The Irishman [el más reciente largometraje de ficción de Martin Scorsese], que no tiene ritmo ninguno. El editor es el que le da el tempo; el que comprime todas las artes en una; el que debe tener visión de artista y de público”.
Nelson era un tipo muy culto que tenía su propio método para hacer eso, indica Abello.
Cuando el cineasta Carlos Lechuga le preguntó a Rodríguez Zurbarán por “una actriz de toda la vida”, Nelson no vaciló: “Bette Davis, la más grande”. “¿Cómo vives ahora alejado de la sala de montaje?”, vino después, y la respuesta fue: “Viviendo”. Su consejo para los jóvenes cineastas: “Aprendan a vivir”.
“¿Marcelino?”, preguntó Lechuga refiriéndose a su pareja. “Marce es lo mejor de mi vida, 30 años together”.
Nelson fue durante muchos años profesor de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, al suroeste de La Habana.
“Del talento de Nelson Rodríguez Zurbarán, de su capacidad creadora, de su sentido del ritmo y la buena estructura en la edición, de su amor a sus alumnos y sus clases, y de la pasión con que asumía cualquier proyecto, ya todos sabemos, es público”, escribió en Facebook el cineasta cubano Mario Crespo. “Pero para los que no lo conocieron personalmente, me gustaría decir que fue el mejor amigo que se puede desear, sincero hasta herir y a la vez solidario, con unas ganas de vivir inmensas. Un fiel colaborador de todos los que empezamos cuando ya él era un gurú”.
Le sobrevive su pareja, Marcelino Pérez Hernández. Sus restos serán cremados y las cenizas echadas al mar.