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Ernesto Lecuona fue el autor secreto de la música del Himno del A.B.C., movimiento revolucionario que a principios de los años treinta se propuso derrocar a Gerardo Machado diseminando propaganda contra el gobierno y recurriendo a actos de violencia. El compositor no era indiferente a la realidad política de su patria. Tampoco lo sería después: en 1959 ofreció sus últimas presentaciones en la isla y el 6 de enero de 1960 abordó un barco que lo alejaría definitivamente de ella. Rehusó contribuir con su presencia a la legitimidad del nuevo régimen: supo que sería fatal para Cuba.
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Ernesto Lecuona, cuyo genio para el piano y la composición podía haberlo alejado de toda afición al deporte, fue un fanático del béisbol. Seguía los juegos a través de la radio y la televisión, y el campeonato nacional le interesaba tanto como la Serie Mundial. En Cuba era "almendarista" pero en las Grandes Ligas pasó de los Gigantes de Nueva York a los Dodgers de Brooklyn (hoy de Los Ángeles), y finalmente a los Medias Blancas de Chicago. El periodista Arturo Ramírez lo recuerda censurando "apasionadamente la mala estrategia del manager o la ceguera incorregible del umpire" y observa que hasta en eso fue cubano.*
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El tercer párrafo del testamento de Ernesto Lecuona revela su deseo de que sus restos mortales no sean devueltos a Cuba en el caso de que el gobierno responsable de su ausencia de la isla continúe en el poder. Este deseo, por sí solo, constituía una afrenta a ese gobierno, siendo Lecuona el compositor cubano de mayor renombre dentro y fuera del país.
No satisfecho con ello, tan seguro de la mala cepa de ese gobierno como de que su deseo se haría público, y contribuyendo así al descrédito de la farsa victoriosa, Lecuona señala por su nombre y apellido al principal culpable de la calamidad en curso, como asestándole el golpe más contundente de que es capaz, seguro también de que la posteridad sabrá juzgar a ambos por sus frutos:
"deseo que mi entierro tenga lugar en Nueva York en el caso de que Fidel Castro o cualquier otro gobernante de Cuba sea comunista o represente alguna facción, grupo o clase que sea gobernada, dominada o inspirada por doctrinas extrañas provenientes del extranjero. Por otra parte, en el caso de que Cuba sea libre al momento de mi muerte, deseo ser enterrado allí..."
No debe pasarse por alto la precaución de Lecuona al referirse a la posibilidad de que un gobernante posterior al susodicho prorrogue, lejos de ponerles fin, los desmanes al uso. Las sucesiones recientes confirman su clarividencia.
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La música de Ernesto Lecuona no tardó en llegar al cine norteamericano, se escucha en varias películas filmadas en los años treinta, cuarenta y cincuenta; entre ellas, "Susan Lennox", estrenada en 1931 y protagonizada Greta Garbo y Clark Gable. La famosa actriz sueca encarna un personaje de vida turbulenta que huye de su casa, se enamora de Gable, se separa de él, vuelve a buscarlo desesperadamente y viaja a un puerto de Sudamérica donde tiene que ganarse la vida en una sala de baile de dudosa reputación. Y allí lo ve llegar un día mientras se escucha, de fondo, la música de la romanza de "María la O": "Mulata infeliz, tu vida acabó; / de risa y guaracha / se ha roto el bongó". La sueca se mestizaba.
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Es posible que nadie haya descrito mejor la música de Ernesto Lecuona que Agustín Lara. Hay una foto de ambos vestidos de guayabera en la finca La Comparsa, en Cuba. Lara declaró, refiriéndose a Lecuona: "Cuba es su música. Cuba es Lecuona. O mejor dicho: la música de Lecuona es una síntesis de su patria". En 1931, un diario de su país había señalado: "El maestro Lecuona está en México. Es decir, está en su casa. Porque este excelso artista es de los nuestros, de nuestra raza, de nuestro espíritu; un hombre que ha llevado a los Estados Unidos y Europa, con su música netamente cubana, la señal inequívoca del genio hispanoamericano".
Tengo ante mí una copia fotostática de la página número 7 de la edición del periódico "Revolución", correspondiente al 30 de noviembre de 1963, donde se lee la noticia de la muerte de Ernesto Lecuona: la noticia aparece en la parte inferior de la página y su texto consta de nueve líneas a una sola columna. Ésa es la importancia que el gobierno cubano dio al fallecimiento de Ernesto Lecuona: el compositor cubano más admirado y célebre de todos los tiempos mereció nueve líneas en la página número 7 de la prensa de su país. Había hecho algo imperdonable: morir en el exilio. No prestigiar, con su cadáver, una dictadura.
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Hay más de un dato curioso relacionado con las canciones de Ernesto Lecuona. No son pocos los cubanos que pueden cantar de memoria "Como arrullo de palmas". La grabación de Benny Moré la convirtió en una predilecta de varias generaciones. Pero hay una frase de su letra que nadie dice como debería decirse: "Eres tú flor carnal / de mi jardín ideal, / trigueña y hermosa..." ¿Cuál qué? Hay quienes dicen cual rosa; otros, cual moza: "cual moza gentil de cálida tierra tropical". Pero no es rosa ni moza sino musa, una de esas deidades que, según la mitología griega --no taína ni siboney-- inspiran a los poetas.
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Ernesto Lecuona compuso una "Plegaria a la Virgen de la Caridad del Cobre" donde, además de llamarla "morena y mambí" y de hablarle de sus propios desvelos, le pide que la libertad reine en Cuba. En 1952, la parroquia de Santa Fe carecía de órgano. El compositor residía allí y no sólo decidió donar a la iglesia ese instrumento sino componer esa plegaria para estrenarlo. Era tan devoto de la Virgen que cuando el gobierno de Málaga le rindió homenaje, declarándolo hijo adoptivo y obsequiándole una casa, Lecuona, en reciprocidad, le regaló a la ciudad una imagen de la Virgen cubana.
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Si una obra musical recrea el espíritu de Estados Unidos es la "Rapsodia en azul" de George Gershwin, estrenada en Nueva York el 12 de febrero de 1924. La iniciativa de estrenarla en Cuba, cuatro años después, fue de Ernesto Lecuona. Volvería a tocarla en California en 1931, en presencia del propio Gershwin, que en medio de una ovación fue al escenario a felicitarlo.
El diario Los Ángeles Times señaló: "Lecuona es un prodigioso técnico del piano. Favorece la música moderna, con su don de ejecutante, interpretando la "Rapsodia en azul" de Gershwin, que nadie puede tocar como él". No es poca cosa que un diario norteamericano considerara a un extranjero el máximo intérprete de esa obra. Lecuona vino a bailar en casa del trompo y bailó mejor que él.
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Entre los poemas musicalizados por Ernesto Lecuona se encuentran varios escritos por dos hombres que sufrieron prisión política, destierro y murieron buscando un destino mejor para Cuba: Juan Clemente Zenea y José Martí. Zenea fue fusilado en el Foso de los Laureles de La Cabaña en 1871; Martí murió baleado en plena campiña cubana en 1895.
El poema de Zenea musicalizado por Lecuona fue escrito en la cárcel, en el umbral de la muerte, como el propio autor reconoce; los poemas de Martí fueron escritos en las afueras de Nueva York, ciudad donde Lecuona, desterrado, está sepultado.
Versos, canciones, cárceles, destierro, muerte... Así se ha escrito la historia de Cuba.
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El acierto de mezclar algunas estrofas del libro "Versos sencillos" de José Martí con música campesina no fue de aquéllos a quienes suele atribuírseles sino de Ernesto Lecuona, que el 28 de enero de 1935 estrenó en el Lyceum de La Habana un álbum de poemas de ese libro musicalizados por él en ritmo de guajira y dedicados a Esther Borja, la primera en cantarlos. Entre ellos se encontraban "Una rosa blanca" y "De cara al sol".
Basta de equívocos: la "Guantanamera" no es una guajira sino una canción de tema guajiro, que es algo muy distinto. Guajiras son las canciones de Ernesto Lecuona basadas en los "Versos sencillos" de José Martí. Un crédito que hay que devolverle.
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Si prescindiéramos de todas las canciones populares de Ernesto Lecuona bastaría su música para piano para situarlo en un lugar aparte del resto de los compositores cubanos. Si, por el contrario, prescindiéramos de toda su música para piano, bastarían sus canciones para que sucediera lo mismo. Si prescindiéramos de todas esas canciones y de su música para piano aún quedaría su teatro lírico: "María la O", "Rosa la China", "El cafetal", "Lola Cruz", etc., y ese teatro le garantizaría a Lecuona un lugar destacado en la música cubana del siglo XX.
No exageró quien dijo que Lecuona no era un autor sino una sociedad de ellos. Ocupa el lugar que ocupa porque nadie como él supo quintaesenciar a Cuba de tantas maneras.
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Entre las composiciones más populares de Ernesto Lecuona se encuentra el vals "Damisela encantadora". Su popularidad en la Argentina fue tal que surgieron, según el periodista Arturo Ramírez, además de una tienda y un modelo de zapatos de mujer llamados "Damisela encantadora", un establecimiento de artículos para damas y hasta muñecas y adornos con ese nombre. No me extrañaría que a algún argentino le hubiera tentado convertirlo en tango.
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Los Festivales Ernesto Lecuona que se presentaron en Miami durante las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del actual concluían con una canción cuya letra intentaba reflejar el sentir de los creadores de esos eventos y de los asistentes, exiliados como ellos:
"Quiero darle las gracias, maestro Lecuona,
por estar con nosotros dondequiera que estemos.
Porque pasan los años, es decir las hojas,
es decir los hombres, es decir los sueños,
y usted no se marcha, usted es la roca
donde se hacen trizas las olas del tiempo.
Queremos darle las gracias
por llevarnos siempre a Cuba,
que más que un trozo de tierra,
más que la paz y la guerra,
es su música".
Por donde quiera que vamos
hay un arrullo de palmas,
y las noches son azules,
y se escucha "La comparsa".
Gracias, maestro Lecuona,
porque, pensándolo bien,
nadie está lejos de Cuba
esté uno donde esté.
Cuba, maestro, es su música.
Cuba es usted.
*Algunos de los datos recogidos en estas anotaciones figuran en un extenso reportaje biográfico escrito por Arturo Ramírez, sobrino político de Ernesto Lecuona. El reportaje permanece inédito. Debía haberse publicado con un caudal de fotos extraídas de los archivos del propio compositor, que estuvo muy al tanto de la labor de Ramírez y conservaba una copia encuadernada del documento.