La Feria del Libro de La Habana, que comienza este jueves 11, continúa con su rescate de “viejos” asuntos aparentemente olvidados. No solo títulos como 1984, de George Orwell, cuya reciente edición por Arte y Literatura comentamos en estas mismas páginas, sino también figuras claves de la narrativa nacional que durante años estuvieron enterradas o directamente censuradas.
Ya Virgilio Piñera fue sacado hace algún tiempo de ese cajón de sastre donde había de todo y nadie tocaba, por miedo a molestar a ciertos funcionarios de Cultura. Lezama Lima, luego de ser marginado por el oficialismo, sirvió como excusa “aperturista” en 1991 para hacer de la nueva edición de Paradiso una fiesta de la cultura popular: hubo empujones, patadas y tirones de pelo para alcanzar un ejemplar, a cargo de la editorial Letras Cubanas. Los presentadores no pudieron hablar y el libro tuvo que venderse a través de una reja del Palacio del Segundo Cabo. Por cierto, ¡vaya año de crisis económica para reeditar a un defenestrado!
Ahora corresponde el turno al gran novelista y dramaturgo santiaguero José Soler Puig, que en 1960 ganara el primer premio Casa de las Américas de Novela con Bertillón 166. Después de eso, Soler Puig vivió prácticamente olvidado en su ciudad natal, apartado de la política. Aunque continúo publicando, casi nadie se acordaba de él, con la excepción, entre otros pocos homenajes, de la cineasta Rebeca Chávez que, en el 2009, se inspiró en Bertillón 166 para su filme Ciudad en Rojo.
Soler Puig es considerado por la crítica literaria, junto a Carpentier y Lezama Lima, parte de la tríada esencial de novelistas cubanos del siglo XX. La Feria del Libro de La Habana, en su edición 25, homenajeará al autor santiaguero coincidiendo con su centenario. Su obra narrativa engloba títulos como El caserón, 1964; El pan dormido, 1975, y Un mundo de cosas, 1982.
Martí Noticias se puso en contacto con el periodista cubano Armando Chávez Rivera, que vive en Texas e imparte clases de literatura hispanoamericana en la Universidad de Houston-Victoria. Chávez Rivera, que trabajaba entonces en medios nacionales, obtuvo la última entrevista a José Soler Puig, en 1996. Sobre aquel encuentro, el entrevistador ofrece sus recuerdos para nuestros lectores. Valga aclarar que la entrevista de personalidad es el subgénero favorito de Chávez Rivera, a juzgar por su volumen Cuba per se. Cartas de la diáspora, compilación de entrevistas a escritores exiliados, realizada por él y publicada por Ediciones Universal en 2009.
¿Cómo se te ocurrió entrevistar a Soler Puig? ¿En qué situación lo encontraste?
-Visité Santiago de Cuba en julio de 1996 durante el Festival del Caribe. Iba con la intuición de que me toparía con José Soler Puig en algún sitio público. Sin embargo, el personaje que acaparaba la atención de la ciudad en aquellos días, con homenajes y exposiciones, era Gabriel García Márquez y una noche lo encontré presenciando una ceremonia que incluía hasta el sacrificio de un chivo. “¿Qué le parece?”, le pregunté. “Brutal”, me respondió García Márquez, que, más allá de algunos comentarios, se mantuvo reacio a conceder una entrevista. Esa noche, allí mismo, en la Casa del Caribe, me contaron que Soler Puig tenía la salud debilitada y me consiguieron su dirección y número de teléfono. Fue muy sencillo concertar una cita.
-Soler Puig y su esposa me recibieron una tarde en su casa. Conversamos en el portal, como si se tratase de un reencuentro de amigos o vecinos. Los dos fueron excelentes anfitriones. Él era un gran conversador, espontáneo y simpático. Bastaba sugerirle algún tema para que se lanzara a opinar con amenidad y franqueza. La esposa iba y venía, se mantenía más o menos al tanto del diálogo, y auxiliaba con detalles y precisiones. La entrevista transcurrió del modo más entrañable. Soler Puig se quejó varias veces de la vejez y los achaques. Aquel hombre de manos fuertes y hombros anchos se sentía atrapado. “Ya no vivo. Estoy sentado o acostado siempre. No puedo caminar, no puedo hacer nada”, se lamentó. En realidad, le quedaba apenas un mes de vida.
¿Te contó algo sobre sus apellidos catalanes?
-No. Su origen y existencia parecían apegados solamente a Santiago de Cuba.
¿Crees que la crítica literaria y la promoción literaria en general abandonaron durante muchos años a este escritor, que ganó el primer Premio de novela Casa de las Américas en 1960?
-Aquella tarde me quedé con la impresión de que Soler Puig era un escritor tan satisfecho de su obra que no buscaba mayor notoriedad ni reconocimiento sistemático. Su llaneza como persona lo cohibía de reclamar atención. Además, probablemente el hecho de vivir en provincia lo había mantenido distante del acceso fácil y frecuente a los medios masivos y los espacios culturales capitalinos y nacionales.
¿Qué impacto te produjo su muerte al poco tiempo de entrevistarlo?
-La entrevista fue publicada en ese mes de julio bajo el título “Soy un ladrón de ideas”, tal como se había definido Soler Puig en referencia a lo que debía su obra a la ciudad y a otras personas, especialmente a su esposa. Le envié copia de la publicación y la familia me comentó que la recibieron cuando la salud de él tuvo una última recaída. De todas maneras, le llevaron el texto al hospital y quedó junto a su cama. No pude volver a comunicarme con Soler Puig. Falleció a inicios de agosto.
-La conversación que habíamos sostenido días antes resultó premonitoria. José Soler Puig había hablado de sí mismo con un tono evocador y conclusivo. Hubo momentos de frases muy breves, como quien repasa o confiesa dichas, dolores y arrepentimientos. Al final del encuentro le pregunté: ¿Le molesta que hayamos hablado de usted en pasado? Y me respondió: “Pudiera ser, pero ya yo estoy muerto.”
Nota: Armando Chávez Rivera es doctor en literatura hispanoamericana y actualmente se desempeña como profesor en la Universidad de Houston-Victoria, Texas. Sus entrevistas a escritores, entre ellos Adolfo Bioy Casares, Augusto Monterroso y Ricardo Piglia, han sido publicadas sistemáticamente en libros y revistas.