La idea de fabricar materiales de construcción en cada municipio se parece demasiado a otras ideas fracasadas del pasado
En días recientes, las trompetas de la propaganda castrista han difundido de manera insistente los más recientes pronunciamientos que sobre el álgido tema de la construcción de viviendas ha hecho el flamante presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
Un mismo reportaje, que de manera cansona se repite a distintas horas en uno y otro noticiero nacional, se hace eco de una idea expresada por el Jefe de Estado en una reunión de burócratas de alto y mediano nivel: que cada municipio del país produzca, de manera cotidiana, los materiales de construcción necesarios para erigir una vivienda.
Las concepciones de este tipo no son nuevas en la prolongada y perniciosa existencia del socialismo caníbal en disímiles partes del mundo. En lo esencial, esta nueva idea publicitada por el señor Díaz-Canel no difiere de las que, en sus tiempos, enarboló en China Mao Dze-dong, todopoderoso dictador comunista de aquella tierra milenaria.
Recordemos la era macabra del “Gran Salto hacia Adelante” y, después, de la “Revolución Cultural” en el gigante asiático. Ese dilatado proceso se distinguió no sólo por purgas despiadadas y por arbitrariedades y sistemáticas violaciones masivas de los derechos humanos; también se caracterizó por medidas demenciales del más puro aventurerismo económico.
Una de las ocurrencias locas del “Gran Timonel” fue la de duplicar la fabricación de acero. ¿Cómo lograrlo? ¿Aumentando de manera dramática el número de plantas siderúrgicas? No; la idea era desarrollar en cada comuna producciones artesanales de ese metal. Conforme a esa concepción, los hambreados campesinos, cuando no estuviesen labrando la tierra, procesarían hierro en hornos caseros.
La peor característica del estatismo socialista son los efectos nacionales masivos que tiene cualquier desatino del mandón de turno. En países libres, si un inversor sufre un despiste, los efectos del error los padecerán él mismo y su compañía. Pero allí donde la economía es gerenciada por el ineficiente gobierno, cualquier locura es pagada por el conjunto de los ciudadanos. Y de manera catastrófica, según nos enseña la experiencia.
Es así que la ocurrencia de fabricar acero artesanal en China, se saldó con una monumental pérdida de tiempo y recursos. De paso, los mismos agricultores estabulados en las fatídicas comunas, donde se veían obligados a trabajar para el inoperante Estado, dejaron caer en picada la producción de alimentos, y la hambruna se enseñoreó del gran país.
Pero volvamos a Cuba: El concepto de fabricar materiales de construcción, pero hacerlo no en grandes plantas diseñadas y equipadas con ese fin, sino en pequeña escala, de manera artesanal, produciendo en cada uno de los 168 municipios del país lo necesario para erigir una casa, nos recuerda demasiado el “Gran Salto hacia Adelante”.
El reportaje de marras no nos informa sobre las reacciones que, en el público de burócratas que escuchaba a Díaz-Canel, tuvo esa iniciativa. Pero, sin haber estado allí, me atrevo a afirmar que se habrá levantado un coro en aprobación a lo dicho por el mandante de turno. No se trata de adivinar; es que eso es lo que, para desgracia de todos, sucede siempre en nuestra desdichada Cuba.
No parece descabellado suponer que los resultados de esta nueva intentona del régimen castrista sean contraproducentes. La idea de que existan 168 chinchales que produzcan materiales de la construcción apunta hacia un nuevo descalabro que, para no variar, sufrirán las costillas del obediente y tolerante —¡en demasía! — Liborio Pérez, personificación del pueblo cubano.
La idea de hallar de ese modo los medios para edificar 61,320 casas al año no pasará de ser una falsa esperanza. Ésta se unirá, en el recuerdo de los que tienen buena memoria, a la promesa mendaz que por primera vez formulara el fundador de la dinastía castrista en los lejanos sesenta: la de fabricar cien mil viviendas por año.
Así deberían valorarla los millones de compatriotas que carecen de un techo propio o que, cada vez que se acuestan a dormir, ignoran si podrán levantarse con normalidad o terminarán la noche ensartados en una cabilla o sepultados bajo toneladas de piedras, como el desdichado habitante del Cerro que hace pocos días se convirtió en la más reciente víctima de los derrumbes escenificados en esta capital que se cae a pedazos.