Mijaíl Serguievich Gorbachev fue uno de los millones de sorprendidos por la rapidez con que se desarrollaron los acontecimientos en Alemania Oriental en noviembre de 1989.
Pero la caída del Muro de Berlín, símbolo (físico y moral) de la división del mundo en comunismo y democracia tuvo en el líder soviético un protagonista genuino. Implantó el ex líder soviético lo que después se llamó Doctrina Sinatra en aquellas republicas satélites que formaron el Pacto de Varsovia y el CAME.
Precisamente en octubre de 1989, al comentar un discurso del canciller Eduard A. Shevarnadze, el portavoz de la cancillería soviética dijo a la prensa estadounidenses que cada país, incluido los del Pacto de Varsovia, deberían asumir su destino, cada uno “a mi manera”, parafraseando la más popular de las canciones que interpretara el cantante estadounidense Frank Sinatra.
Los primeros que asumieron el control de su destino “a su manera” fueron los polacos. Una mesa redonda inició el diálogo entre los comunistas y Solidaridad. Las elecciones parlamentarias dieron a los sindicalistas independientes el control total de la Dieta (cámara baja) y del Senado. Gorbachev recibió con beneplácito la formación de un gobierno no comunista en Polonia que dirigía Tadeusz Mazowiecki.
Los alemanes, tanto los de la parte oriental como la occidental, le agradecen su política de no intervención en los asuntos internos. Desde que llegó al poder en 1985 dejó a un lado la Doctrina Brezhnev, que enviaba tanques para aplastar revueltas y protestas. No quería Gorbachev hablar del “internacionalismo proletario” que justificaba cualquier intromisión en países, lo mismo vecinos que lejanos.
A pesar de que las tropas soviéticas tenían bases y miles de soldados en Polonia, Hungría, República Democrática Alemana y Bulgaria, los tanques no salieron a las calles de Budapest, Berlín, Praga o Sofía. La experiencia de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968 pesaba sobre el Kremlin.
Gorbachev apoyó los cambios en Bulgaria y Rumania, pues entendía que los gobernantes pasados de época y métodos. Inclusive los comunistas búlgaros le acusan de estar complotado con los que sacaron del poder en noviembre de 1989 a Todor Zhivkov. Y la inquietud mayor el 10 de noviembre, un día después que se cayó el Muro, fue por una posible reunificación alemana.
Dos recalcitrantes del marxismo, Erich Honecker y Fidel Castro, habían censurado la política aperturista de Gorbachev, prohibiendo las publicaciones soviéticas. En noviembre de 1988, el alemán oriental prohibió Sputnik, una especie de Reader’s Digest de la URSS, donde se republicaban artículos de la prensa soviética. Castro aumentó la lista de revistas y periódicos a censurar. Además de Sputnik, en Cuba prohíben desde agosto de 1989 los semanarios Tiempos Nuevos y Novedades de Moscú.
Tanto en la RDA como en Cuba, con el glasnost y la perestroika, la demanda por la prensa soviética fue una de las muestras del interés de la población (alemana oriental o cubana) por lo que acontecía en la URSS y con avidez iban conociendo de los crímenes estalinistas, de los planes quinquenales incumplidos, de la corrupción en el socialismo y de las groseras violaciones a los derechos humanos en el campo socialista.
En La Habana, Berlín, Budapest y Praga, el líder soviético explicó muy bien a los que ostentaban el poder, que tenían que enfrentar su destino, no esperar subsidios de la URSS, no más créditos sin pago, y tenían que gobernar el país, cada uno a su manera. Aunque en algunos cosas, como en Cuba, lo hicieron con mayor represión, falta de libertades y depauperación económica.