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Grillo: El más famoso y temible de los bandoleros cubanos de la mar


Mulato, ex esclavo, prófugo y pirata, el Lucifer de los Mares pelea valientemente a las órdenes de lo más granado de la nobleza europea y, preferido de la Corte, es recibido con honores por los monarcas británicos.

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Si en el artículo anterior afirmábamos que José Díaz Pimienta fue el más documentado de los piratas cubanos, habría que decir por otro lado que Diego Grillo fue el más destacado de los piratas cubanos y tanto que su fama extrapola los estrechos límites de la isla para insertarse, tatuarse alto, allá en el listón en el que figurarían los más letales depredadores de la mar que ejercieran el oscuro oficio en este hemisferio.

Y si Pimienta resulta más pícaro que pirata y menos hereje que heterodoxo entre el judaísmo y el catolicismo, más víctima que victimario a la verdad, Grillo en cambio participa en operaciones no ya exitosas sino de enorme envergadura estratégica en el contexto de las guerras de rapiña que, en los mares y litorales de este hemisferio, libraban las potencias europeas por hacerse con el reparto de las riquezas provenientes del Nuevo Mundo.

Parece ser que todo empezó por el amor o el apareamiento, o el amor que conduce al apareamiento, entre un aventurero español entradito en años y una jovencísima esclava africana que daría como resultado el que naciera en La Habana, aproximadamente hacia 1555, un niño que por nombre había Diego Grillo, quien con el decursar de los años sería famoso bajo el alias de Lucifer de los Mares.

Todo indica que, esclavo como su madre, el futuro filibustero escapa de sus amos con sólo 13 años de edad y busca refugio entre los cercanos manglares que bordeaban por ese tiempo la población de La Habana y, al acecho allí en la floresta, espera la oportunidad de fugarse para siempre del cautiverio, uniéndose luego a bucaneros españoles que traficaban en el Mar de las Antillas.

Como muchas veces suele ocurrir en la vida la gran oportunidad del pirata isleño advino de la mano de lo que parecía ser una desgracia y es que, tras cuatro años navegando por el Golfo de México y el Caribe y de haberse convertido en una suerte de lobo de mar, ocurre que es capturado en aguas cercanas a Isla del Tesoro, en 1572, por el filibustero Francis Drake.

Esa captura da pie a una relación que resultaría provechosa para el mulato habanero pues, según cuentan, Drake se sintió favorablemente impresionado no sólo por la audacia del cubano, sino por su manera desafiante manifiesta en una manera de mirar que, aseguran, penetraba, traspasaba hasta la médula o el alma misma de la mujer o el hombre que la recibía ya fuera en el fragor de la batalla o en el intercambio más o menos civilizado de una amena conversación. Fuese como fuese, el caso es que el famoso filibustero británico lo admite en su tripulación y, más que eso, toma al joven delincuente bajo su tutela y se lo lleva con él a Inglaterra.

En Europa el cubano deja de ser un simple bandolero para convertirse en honorable soldado que combate a las órdenes de lo más granado de entre los nobles ingleses y, a los 22 años de edad, es ya el preferido de la Corte británica, de manera que es recibido por los monarcas que le otorgan prebendas y reconocimientos por sus servicios a la corona. Más tarde ocurre que Grillo, como segundo al mando de una importante expedición comandada por Drake, regresa al ámbito de las aventuras en el Caribe pero, en 1595, muere su jefe y se ve precisado a retornar a la Gran Bretaña; retorna, hay que decir, laureado no sólo por la fama sino por el oro.

Grillo se toma un largo y merecido descanso en tierras británicas, pero al cabo reaparece nuevamente en las aguas del Caribe haciéndose acompañar del temible Cornelio Jols, nada menos que el famoso Pata de Palo, atacando con ferocidad a los navíos españoles, no dando cuartel, dando muerte sin piedad a los prisioneros peninsulares.

Grillo realiza la proeza de capturar un convoy de 11 naves españolas con todo su botín de oro, plata y pedrería, y posteriormente, avisado por una eficaz red de espías a su servicio, el pirata sabe que la bahía de Nuevitas, en Camagüey, era el refugio aparentemente seguro de los barcos que se dirigían a España cargados de innombrables riquezas y, en 1619, tras de planificar minuciosamente el golpe, Grillo embosca un convoy de 6 fragatas en la boca de la dicha bahía, terminando la batalla con la victoria de los bandoleros del mar y la muerte de la inmensa mayoría de la tripulación española. Dicen que el tesoro tomado fue tan grande que jamás volvieron a ver a Grillo por este hemisferio; su ausencia hizo que algunos hasta lo dieron por muerto frente a la bahía al norte de la isla.

Pero, si por un lado en este punto parece terminar su oscuro oficio de filibustero, por el otro ocurre que es en este preciso punto que viene a empezar la leyenda sobre Diego Grillo; hasta un extremo que resulta difícil determinar hasta dónde llega la realidad y hasta donde la fantasía de un personaje que se difumina en las nieblas de la díscola historia del Mar Caribe.

A partir de ese momento las versiones sobre el final del feroz depredador difieren, al menos en dos vertientes, de manera que mientras que unos lo sitúan disfrutando de las riquezas alcanzadas al abordaje de las naves y al asalto de las ciudades de este hemisferio, bebiendo en los bares de Londres en tanto deslumbra a los parroquianos con el rebrillar de sus prendas de oro y con la narración de sus antiguas hazañas, otros sin embargo lo sitúan en un sitio de la costa norte de la isla de Cuba, en lo que después fuera la provincia de Las Villas.

A esta última versión apunta una persistente tradición oral en Sagua la Grande que asegura, por vía del vecino e historiador Don Pepe Beltrán (expuesta por Pedro Suárez Tintín en su blog Los tesoros de Sabaneque), que convirtiéndose en persona respetable de la zona, Don Diego cambió apellidos, árboles genealógicos y todo lo que pudiera atarlo al oscuro pasado de la piratería, pero que temeroso de su pronta muerte lo contó todo a su hijo menor que a su vez se encargó de que la cadena de confesiones continuara a lo largo de toda su descendencia familiar.

Así, Don Diego Grillo habría tenido seis 6 hijos con una cubana del sitio Hatogrande, cercano a la ciudad de Sagua la Grande y que más tarde vino a conocerse como Ceja de Pablo. Allí se retiraría el temible filibustero para morir nada menos que a los 82 años de edad, en 1640, sin que nadie sospechara sobre su verdadera identidad pues, además de su transformación absoluta, un curioso acontecimiento vino a sumarse a su suerte final.

Asegura la tradición que a los 50 años ya el pirata se sentía cansado y que con una gran fortuna para disfrutar decidió retirarse tomando así su puesto entre la Hermandad de la Costa otro mulato que confundió por muchos años a los españoles que pensaron que se trataba del mismo Diego Grillo.

Parece ser que el nuevo mulato bandolero se hacía llamar Diego Grillo como su predecesor, situación que complacía sobremanera al viejo pirata que seguía desde la comodidad de su finca las hazañas de su doble, mientras que por otro lado viajaba frecuentemente con toda su familia a Londres donde tan bien y honorablemente había sido tratado por las más altas esferas del poder.

Concluye la tradición que la descendencia del pirata cubano, quien ganaría por su ferocidad sin cuento el alias de Lucifer de los Mares, seguiría hasta el mismo siglo XIX bajo el poco aristocrático apellido Valdés.

Lo cierto es que no parece haber dudas de que el norte de Las Villas constituyó un definitivo refugio, seguro y sosegado, para muchos de los más temibles hermanos de la costa, cansados como estarían de sus sangrientas aventuras oceánicas, y lo cierto es también que muchas de las más ricas, encumbradas y prestigiosas familias del norte de Las Villas provendrían, paradójicamente, de algún famoso e infamante salteador de los mares que emboscado espíritu como una sombra detrás del apellido sería, sin embargo, la causa primera de su brillo presente.

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