LA HABANA, CUBA. Bajo un implacable sol, el martes 23 de agosto llegaba a La Habana el último grupo de deportistas cubanos que compitieron en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Encabezaban la delegación los cincos campeones olímpicos, vestidos con las calurosas chaquetas creadas por el diseñador francés Christian Louboutin. Antes de abrazar a sus familiares, recibieron la bienvenida orquestada por los caciques del partido comunista y el habitual discurso con tintes de seudo patriotismo barato.
Apagada la llama olímpica en Río, la prensa deportiva oficial comenzó a evaluar el desempeño de Cuba. Los medios más conservadores, como Granma y la televisión nacional, dan diversos rodeos lingüísticos.
Luego de condenar ‘el bloqueo’ de Estados Unidos y la condición de país tercermundista, con la boca apretada, reconocen que se pudo hacer más en la ciudad carioca. Vayamos por paso. Se puede ser sinvergüenza, pero no desmemoriado.
Hace veinticuatro años, en Barcelona 1992, después de una soberbia actuación y obtener un botín de 14 medallas de oro, 6 de plata y 11 de bronce, para un total de 31, la mayor cifra alcanzada por Cuba en una cita olímpica, que le valió ocupar el sexto puesto por naciones, y en pleno período especial, nadie se acordó del embargo estadounidense ni del status de nación pobre y subdesarrollada.
En el deporte siempre ocupábamos un puesto por encima de Suiza o Islandia, aunque en calidad de vida e infraestructura estábamos al nivel de Haití o Zimbabwe...
Tras la llegada al poder del barbudo Fidel Castro, el movimiento deportivo cubano, subsidiado generosamente por el Estado, contaba entonces con un cheque en blanco extendido por el Kremlin y otros países satélites de Europa del Este.
Cuba, como cualquier nación abrazada a la ideología marxista, veía en el deporte una formidable vitrina para resaltar las supuestas bondades del socialismo e intentar demostrar su superioridad al compararlo con el ‘brutal’ sistema capitalista.
Teníamos una economía disparatada que redujo a la mitad las cabezas de ganado y una producción azucarera con cuotas de principios del siglo XX, pero fabricábamos campeones olímpicos en serie.
En el deporte siempre ocupábamos un puesto por encima de Suiza o Islandia, aunque en calidad de vida e infraestructura estábamos al nivel de Haití o Zimbabwe. Ni proponiéndoselo, un gobierno puede ser tan ineficiente a la hora de generar riquezas, pero la narrativa gubernamental y la mayoría de la gente celebraban las hazañas deportivas en medio de apagones, transporte urbano caótico y desayunando café sin leche y pan sin mantequilla.
Incluso en los años 90, cuando una severa crisis económica afectaba a todo el país, Fidel Castro nunca optó por comercializar el deporte o insertar atletas en ligas y clubes profesionales. Con la llegada al trono de su hermano Raúl, se intentó imponer la cordura y la Isla se abrió al mercado deportivo.
Pero fue tarde. Agobiados por penurias materiales y deslumbrados por salarios de seis de ceros, alrededor de 600 deportistas decidieron saltar la cerca y escapar del manicomio político-ideológico al estilo de Corea del Norte.
El deporte cubano aterrizó entonces en una dura realidad. Siguen existiendo talentos, pero las infraestructuras deportivas están en ruinas. Por favor, si visita La Habana recorra las instalaciones deportivas para que lo compruebe.
Las condiciones de entrenamientos de los deportistas de élite son deprimentes. Cuando tienen que participar en competiciones de calibre, los atletas cubanos deben establecer sus bases de preparación en el extranjero.
Las series provinciales de béisbol se suspenden por falta de pelotas, bates o la ausencia de árbitros. La liga local de fútbol, que se juega en auténticos potreros, es un chiste de mal gusto. El campo de tiro deportivo, al sureste de La Habana, es un museo del desastre. El velódromo y las piscinas situadas al este de la ciudad se encuentran igual o peor. Con déficit de implementos, éxodo de atletas e instalaciones destartaladas, no se puede aspirar a mucho.
Ya se están viendo los resultados. De Moscú 1980 a Beijing 2008, Cuba siempre alcanzó más de 20 medallas en total. En la cita olímpica de China, es cierto que se obtuvieron solo dos medallas de oro, pero en la suma total se llegó a 24.
En Londres 2012 comenzó el decrecimiento en medallas, diversidad y calidad competitiva. Se alcanzaron 14 preseas. En Río 2016 el total fue de 11, dos menos que las obtenidas en Montreal 1976.
A veces las medallas de oro resultan un espejismo fatal.
Sports Ilustrated pronosticó siete medallas áureas para Cuba y en un análisis publicado en Martí Noticias yo vaticiné seis o siete de oro y un total de medallas superior a catorce, lo que equivaldría a ubicarse entre los primeros quince en la tabla por países.
Tenía mis dudas. Por tanto no me sorprendió el desempeñó de Cuba en Río 2016, con cinco medallas de oro, dos de plata y cuatro de bronce. El boxeo era la clave. Y cumplió con tres títulos e igual número de medallas de bronce.
Otras cuatro medallas llegaron, como se preveía, en deportes de combate. Cuatro, dos de oro y una plata en lucha grecorromana y una de plata en judo. El resto de los deportes, donde participaron 123 atletas en 19 disciplinas, solo aportó una medalla de bronce por intermedio de la discóbola Denia Caballero.
En mi opinión, el problema no es saber cuándo tocaremos fondo. La pregunta a responder es si algún día Cuba volverá alcanzar el esplendor deportivo de antaño.
Creo que no. De seguir gobernando los mismos, sin recursos económicos y sin un proyecto a corto o mediano plazo para comercializar y profesionalizar las competencias deportivas, nos seguiremos hundiendo en el pantano.
Ahora en Río de Janeiro los resultados fueron inferiores al de hace cuarenta años: en Montreal 1976, con la participación de 156 atletas en 14 deportes, se obtuvieron 13 medallas (6 de oro, 4 de plata y 3 de bronce), ocupando el octavo puesto por naciones (en el medallero de Río, la Isla quedó en el número 18).
Si seguimos con el estrafalario modelo de capitalismo militar y control social, los resultados deportivos para las Juegos Olímpicos de 2028 y 2032 podrían estar al nivel de París en 1900, cuando Cuba estuvo representada por un solo deportista, el esgrimista Ramón Fonst, quien obtuvo dos medallas, una de oro y otra de plata.
No pretendo ser ave de mal agüero, pero la sequía olímpica puede ser mayor. Sin profesores de educación física en las escuelas, instalaciones deportivas destruidas, escasez de implementos y de incentivos para los atletas de alto rendimiento, la masividad en el deporte seguirá menguando.
Aún no estamos en ese contexto. Pero vamos por ese camino.